Al abrir la puerta de la habitación, pude verla desde la entrada, tendida boca arriba, con su rostro pálido y el desgano habitual de esos días. Me acerqué silenciosamente hasta la cama y tomé sus pies entre mis manos, frotándolos suavemente; estaban helados y resecos.
Levantó su rostro con la mirada perdida, como quien ve el más allá; intentó escupir, pero su saliva espesa se le quedó pegada en la comisura de sus labios, que limpió torpemente con la cara posterior de su mano, y cuando disminuyeron sus arcadas producto de las nauseas, me dijo con un tono de voz muy suave y calmo: “amigo, voy a salir de esta, el cáncer no podrá vencerme; mi hija está aún pequeña y me necesita”.
Todo había transcurrido demasiado rápido, pues lamentablemente la mayoría de los CA en nuestro país son diagnosticados cuando ya están bastante avanzados, y mi amiga no había sido la excepción. Tiempo atrás le habían dado un diagnóstico erróneo, ignorando completamente la lesión en su cérvix que iba avanzando.
Tenía 29 años cuando fue sometida a una operación de histerectomía total, recibiendo quimo y radio terapia, lo cual dañó sus uréteres y afectó irreversiblemente uno de sus riñones y comprometiendo severamente al otro.
Ante los ojos de cualquier persona, el panorama se veía fatal; pero ella, en silencio se aferró a la vida, luchando para ver realizada a su pequeña hija, para darle todo aquello que ella misma no había podido tener debido a la precaria condición económica en que había vivido, y que se acentuaba cada vez más en el país.
Como todo coterráneo, había tenido que alternar su trabajo asalariado en la administración pública con el comercio informal para –modestamente– darle una vida digna a su hija y costear sus propios gastos médicos.
Yo fui testigo de esos sueños, planes y proyectos; pude verla emprender en diversas áreas, avanzar, retroceder, fracasar y retomar con nuevos bríos, hasta alcanzar lo deseado. Ella jamás se rindió.
El tiempo pasó, y lo hizo volando. Visto desde el álbum de su vida-hija, hallamos fotos de su niña en sus inicios en el fútbol, luego sus 15 años, su paso por la danza folclórica y contemporánea, su ingreso a la universidad y su prolongado noviazgo que terminó en matrimonio siete años después.
En ella había centrado todo lo que quería, y ahora, la niña se había ido de casa… aunque no sus sueños ni sus ganas de seguir viviendo.
Ahora espera ver a sus nietos, que algún día llegarán; quiere verla graduada como veterinaria, ya que los animales son su pasión. Y allí, sumergida en sus nuevos planes y sueños, encuentra nuevas fuerzas para luchar, para crecer, evolucionar y seguir respirando.
El tiempo le ha dado una lección de vida; ahora sabe que vivir es tan solo un abrir y cerrar de ojos y que la vida puede terminar entre una respiración y otra. Ya no piensa en las debilidades de su cuerpo, solo avanza con resiliencia, pidiendo constantemente a Dios un nuevo día donde esté presente su amado tesoro: su niña por siempre.
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ENGLISH VERSION
Resilient woman
When I opened the bedroom door, I could see her from the doorway, lying on her back, with her pale face and the usual listlessness of those days. I silently approached the bed and took her feet in my hands, rubbing them gently; they were cold and dry.
He lifted his face with a lost look, like someone who sees the beyond; he tried to spit, but his thick saliva stuck to the corner of his lips, which he awkwardly wiped with the back of his hand, and when his retching from nausea subsided, he said to me in a very soft and calm tone of voice: "friend, I am going to get out of this, cancer will not be able to defeat me, my daughter is still small and she needs me".
Everything had happened too fast, because unfortunately most of the CA in our country are diagnosed when they are already quite advanced, and my friend had not been the exception. Some time ago she had been given an erroneous diagnosis, completely ignoring the lesion in her cervix that was progressing.
She was 29 years old when she underwent a total hysterectomy operation, receiving chymo and radiotherapy, which damaged her ureters and irreversibly affected one of her kidneys and severely compromised the other.
Before the eyes of any person, the panorama looked fatal; but she silently clung to life, fighting to see her little daughter come true, to give her everything she herself had not been able to have due to the precarious economic condition in which she had lived, and which was becoming more and more accentuated in the country.
Like all her fellow citizens, she had had to alternate her salaried job in the public administration with informal commerce in order to -modestly- give her daughter a decent life and pay for her own medical expenses.
I was a witness of those dreams, plans and projects; I was able to see her undertake in different areas, move forward, go backwards, fail and take up again with new energy, until she achieved what she wanted. She never gave up.
Time passed, and it flew by. Seen from the album of her life-daughter, we find photos of her child in her early years of soccer, then her 15 years, her passage through folkloric and contemporary dance, her entrance to the university and her prolonged courtship that ended in marriage seven years later.
She had focused everything she wanted on her, and now, the girl had left home... but not her dreams or her desire to continue living.
Now she hopes to see her grandchildren, who will one day arrive; she wants to see her graduate as a veterinarian, since animals are her passion. And there, immersed in her new plans and dreams, she finds new strength to fight, to grow, to evolve and to keep breathing.
Time has given her a lesson in life; she now knows that living is just the blink of an eye and that life can end between one breath and the next. She no longer thinks about the weaknesses of her body, she only moves forward with resilience, constantly asking God for a new day where her beloved treasure will be present: her baby girl forever.
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