The December sun illuminated the large garden of Río Esmeralda High School. It was a special day, the last the seniors would be together as a group. A stage decorated with flowers and colorful balloons was ready for the graduation ceremony. The chairs, arranged in neat rows, reflected the bright morning light.
Clara, excited and a little nervous, adjusted her white toga while looking around. The sky was clear, and the gentle breeze made the flags flutter elegantly. His friends were running around, taking photos and laughing. Every corner of the place was full of life, but a silent melancholy also hung in the air: it was the end of an important stage.
At 10:00 a.m., teachers invited students to take their seats as background music announced the start. The director, a man who always used clever metaphors, stood in front of the microphone and began his speech:
—Today we celebrate not only his graduation, but also his courage to dream. The world out there is huge, but I am sure that each of you will carry a piece of Emerald River wherever you go.
When it was time to hand out the diplomas, the atmosphere was charged with emotion. Clara heard her name echo over the speakers:
—Clara Martínez!
He stood up and walked to the stage to applause. His parents, sitting under the shade of a nearby tree, applauded proudly. She received her diploma and, as she turned toward the audience, she saw her friends cheering her on. That moment was recorded in his memory as one of the happiest of his life.
At the end of the ceremony, everyone threw their caps into the blue sky, shouting with joy. Afterwards, Clara and her friends gathered under the big tree where they always sat and talked during breaks. There they took one last photo together, laughing as always, but knowing that this time was different.
As the sun began to set, Clara looked at the empty garden and smiled. Even though one chapter was ending, I was ready to start the next.
El sol de diciembre iluminaba el amplio jardín de la secundaria Río Esmeralda. Era un día especial, el último en que los estudiantes de último año estarían juntos como grupo. Una tarima decorada con flores y globos de colores estaba lista para la ceremonia de graduación. Las sillas, organizadas en filas impecables, reflejaban la luz brillante de la mañana.
Clara, emocionada y un poco nerviosa, se ajustaba la toga blanca mientras miraba alrededor. El cielo estaba despejado, y la suave brisa hacía que las banderas ondearan con elegancia. Sus amigos correteaban de un lado a otro, tomando fotos y riendo. Cada rincón del lugar estaba lleno de vida, pero en el aire también flotaba una melancolía silenciosa: era el final de una etapa importante.
A las 10:00 a.m., los profesores invitaron a los estudiantes a tomar sus asientos mientras la música de fondo anunciaba el inicio. El director, un hombre que siempre usaba metáforas ingeniosas, se paró frente al micrófono y comenzó su discurso:
—Hoy celebramos no solo su graduación, sino también su valentía para soñar. El mundo allá afuera es inmenso, pero estoy seguro de que cada uno de ustedes llevará una parte de Río Esmeralda dondequiera que vaya.
Cuando llegó el momento de entregar los diplomas, el ambiente estaba cargado de emoción. Clara escuchó su nombre resonar en los altavoces:
—¡Clara Martínez!
Se levantó y caminó hacia la tarima entre aplausos. Sus padres, sentados bajo la sombra de un árbol cercano, aplaudían con orgullo. Recibió su diploma y, al girarse hacia el público, vio a sus amigos animándola. Ese instante quedó grabado en su memoria como uno de los más felices de su vida.
Al finalizar la ceremonia, todos lanzaron sus birretes al cielo azul, gritando de alegría. Luego, Clara y sus amigos se reunieron bajo el árbol grande donde siempre se sentaban a platicar durante los recreos. Allí tomaron una última foto juntos, riendo como siempre, pero sabiendo que esta vez era diferente.
Cuando el sol comenzó a ocultarse, Clara miró el jardín vacío y sonrió. Aunque un capítulo terminaba, estaba lista para comenzar el siguiente.