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Estaba a punto de quedarme dormido después de una noche fría acompañado por mi insomnio, cuando vi dos figuras frente a mí. El primero era un hombre con barba abundante y bigote, vestido con ropas antiguas y una pluma en la mano. La otra era un hombre con gafas y sombrero, vestido con un traje elegante y una rosa en el bolsillo. Me quedé paralizado por la sorpresa y el miedo.
—¿Quiénes son ustedes? –pregunté con voz nerviosa.
—Somos dos escritores que admiramos tu pasión por la literatura —respondió el hombre de la pluma—. Yo soy Miguel de Cervantes, el autor de Don Quijote de la Mancha.
—Y yo soy Pablo Neruda, el poeta del amor y la libertad —añadió el hombre de la rosa dando un pasdo adelante—.
—No puede ser... ¿Estoy soñando? — Dije mientras estrujaba mis ojos.
—No exactamente —dijo Cervantes—. Estamos aquí para hablarte de nuestras obras y responder esas preguntas que siempre dijiste tener.
-Queremos compartir contigo nuestra sabiduría y nuestro arte -explicó Neruda-. Queremos que aprendas de nosotros y que disfrutes de nuestras palabras.
—Me siento honrado... pero también asustado no se que pasa —admití.
—No te preocupes —me tranquilizó Cervantes—. Solo somos visitantes nocturnos, ¿has odio que la madrugada esta repleta de poesía?.
—Bueno, está bien —acepté—. Pero no sé qué preguntarles, eran tantas cosas que no se me ocurre ni una.
—Puedes empezar por lo más básico —sugirió Neruda—. Por ejemplo, ¿qué te gusta más de nuestras obras?
—Me gusta mucho cómo crearon personajes tan memorables e inolvidables —respondí—. Don Quijote es un héroe loco y noble, que me hizo reír y llorar al mismo tiempo. Y sus poemas son tan bellos y profundos, que me hacen sentir el amor y el dolor en cada verso, tal como si estuviera enamorado.
—Muchas gracias por tus palabras —dijeron los dos escritores al unísono—.
—Pero también tengo algunas dudas sobre sus obras —continué—. Por ejemplo, ¿cómo se les ocurrió escribir sobre temas tan diferentes en aque tiempo?
—Ah, esa es una buena pregunta —dijo Cervantes—. En mi caso, yo quería hacer una crítica a los libros de caballerías que tanto se leían en mi época. Me parecían aburridos e irreales. Por eso inventé a Don Quijote, un hombre que se vuelve loco por leer esos libros y que cree vivir en un mundo fantástico lleno de aventuras. Quería mostrar el contraste entre la realidad y la ficción, entre la razón y la imaginación.
—Y en mi caso —dijo Neruda—, yo quería expresar mis sentimientos más íntimos y que todos tenemos a través de la poesía. Me inspiraba en todo lo que me rodeaba: la naturaleza, las mujeres, las luchas sociales, los sueños. Quería crear una voz propia y original, que fuera capaz de comunicarse con todos los lectores del mundo a través de lo que nos une, los sentimientos.
—se que no será suficiente, pero esperamos haber dicho lo que querías —dijo Cervantes—. No podemos quedarnos mucho más tiempo. El amanecer está cerca y debemos partir.
—¿Ya se van? —pregunté con tristeza—. Me gustaría seguir hablando con ustedes...
—no hay ningún problema —dijo Neruda—. No te preocupes. Siempre nos tendrás en nuestros libros. Solo tienes que abrirlos y leerlos. Así nos volverás a encontrar.
—Gracias por su visita —dije con gratitud—. Ha sido un honor y un placer conocerlos.
—Gracias a ti por tu interés y tu respeto —dijeron los dos escritores al unísono—. Te deseamos lo mejor en tu vida y en tu escritura.
Dicho esto, los dos escritores se desvanecieron en el aire, dejando tras de sí un aroma a tinta y a libros viejos. Me quedé mirando el vacío, sin saber si había vivido una realidad o un sueño. Prefería creer que había pasado de verdad y que estos dos personajes que forman parte de mis escritores favoritos tuvieron una conversación conmigo.