Mi viaje a Cartagena de Indias es un recuerdo, llena de aprendizajes y momentos compartidos con un grupo de amigos cocineros y chefs. Ellos viajaron por trabajo, mientras que yo me uní por diversión y la oportunidad de explorar una ciudad cargada de historia y cultura.
Cartagena de Indias, ubicada en la costa caribeña de Colombia, es una ciudad que enamora con su mezcla de arquitectura colonial, murallas históricas y vibrante vida callejera. Fundada en 1533 por Pedro de Heredia, Cartagena pronto se convirtió en uno de los puertos más importantes del Nuevo Mundo, un punto clave en el comercio de oro, plata y esclavos. Su riqueza atrajo a piratas y corsarios, lo que llevó a la construcción de extensas fortificaciones que aún hoy se conservan, como el Castillo de San Felipe de Barajas, una imponente fortaleza que domina la ciudad.
Nuestro grupo se hospedó en el centro histórico, conocido como la Ciudad Amurallada. Este sector yo no sabia pero me contaron que es, declarado Patrimonio de la Humanidad por la UNESCO, es un laberinto de calles adoquinadas, plazas encantadoras y casas coloniales con balcones llenos de flores. Desde el primer momento, la ciudad nos envolvió con su atmósfera cálida y su colorido encanto.
Mientras mis amigos chefs se dedicaban a asistir a conferencias y eventos culinarios, yo me tomé el tiempo para recorrer y conocer la ciudad. Una de las primeras visitas fue al Castillo de San Felipe de Barajas. Construido en 1657, este castillo es una obra maestra de la ingeniería militar. Pasear por sus túneles y rampas fue como viajar en el tiempo, imaginando las batallas y asedios que tuvieron lugar allí.
Otra parada obligada fue el Museo del Oro Zenú, que alberga una impresionante colección de piezas de oro precolombinas. Aprendí sobre la habilidad y el ingenio del pueblo Zenú, quienes crearon complejas obras de orfebrería y sistemas de irrigación que les permitieron prosperar en las tierras bajas del Caribe colombiano.
Las tardes las dedicaba a explorar los mercados locales, donde los aromas y colores de los ingredientes frescos eran irresistibles. Los mercados de Cartagena son un festín para los sentidos: frutas tropicales, especias exóticas, mariscos frescos y una variedad de hierbas y vegetales que despertaron mi curiosidad culinaria. Estas visitas me permitieron comprender mejor la rica tradición gastronómica de la región, que combina influencias indígenas, africanas y españolas.
Una noche, mis amigos chefs y yo nos reunimos para cenar en un restaurante local que ofrecía una degustación de platos típicos cartageneros. Fue una oportunidad maravillosa para compartir nuestras impresiones del viaje y disfrutar de la cocina local, que destaca por su frescura y sabor. Platos como el arroz con coco, las arepas de huevo y el pescado frito nos dejaron encantados. La comida era simple pero llena de autenticidad y sabor, reflejando la rica herencia cultural de la ciudad.
Además de la gastronomía y la historia, Cartagena también es conocida por su vibrante vida nocturna. Las noches en la Ciudad Amurallada se llenan de música y baile, especialmente en plazas como la Plaza de Santo Domingo, donde músicos y bailarines animan la atmósfera. Una de las noches, nos unimos a una fiesta callejera, donde el ritmo de la cumbia y el vallenato nos envolvió y nos hizo bailar hasta el amanecer. Fue una experiencia liberadora y llena de alegría, que nos conectó aún más con el espíritu festivo de Cartagena.
Otro aspecto que me fascinó de Cartagena fue su gente. Los cartageneros son amables, cálidos y orgullosos de su ciudad. A lo largo de mi estancia, tuve la oportunidad de conversar con locales que compartieron sus historias y tradiciones conmigo. Estas interacciones me hicieron apreciar aún más la riqueza cultural y humana de Cartagena.
El viaje a Cartagena de Indias con mis amigos cocineros y chefs fue mucho más que una escapada divertida. Fue una inmersión en la historia, la cultura y la gastronomía de una ciudad que ha sabido preservar su legado mientras abraza el presente con vitalidad. Aprendí mucho sobre la importancia de las tradiciones culinarias y la manera en que la historia puede influir en la gastronomía de una región. Este viaje no solo amplió mis horizontes culturales, sino que también fortaleció mis lazos de amistad y mi amor por la exploración y el descubrimiento.