Hoy se cumplen ocho años desde que Dios le quitó a mi mamá su ropita vieja y la vistió de alegría. Su cuerpecito ya no daba para más y su alma se sentía atrapada en ese cuerpo enfermo, frágil y roto, pobrecita mi viejita. Tuve la bendición de haberla cuidado hasta su último suspiro cuando en mis brazos cerró sus ojitos para siempre. Y aunque me dejó un vacío inmenso su partida, me sentía agradecida por haberla tenido como mamá. Dios le tejió alas de plata y le permitió volar. Eso me sirvió de consuelo.
De niña, cuando mi abuelita se fue a descansar, mamá me consolaba diciendo que había un universo paralelo en el que estaban todas esas almas que se han ido y que allí eran felices; que no me preocupase, porque para allá iríamos todos algún día. Me gustaba esa historia y hoy en día suelo recordarla cuando la tristeza quiere venir a tocar a mi puerta. Me tranquiliza pensar eso y que no se han ido del todo porque las nuevas generaciones traen desde su nacimiento algo de los que ya no están. Me gusta aferrarme a la idea de que hay algo o alguien cerca de mí que me roza cada día, como una suave brisa que sopla mi cara cuando las ventanas están cerradas.
Me gusta pensar que cada persona que se fue de nuestra vida es una estrellita en el cielo, una estrella que jamás se apagará, incluso esas noches en las que el cielo está nublado, a lo lejos podemos divisar esa lucecita.
Es solo eso, una manera de mantener presentes a quienes ya se fueron al cielo, a quienes iluminan cada noche nuestras vidas y que seguirán estando en un lugar muy especial de nuestros sentimientos. Esto es así, necesitamos sentir su presencia, a pesar de saber que nunca volverán.
En nosotros permanece el recuerdo de lo que significaron y de lo que jamás dejarán de ser. Como dicen en la hermosa película "Coco": Solo muere quien es olvidado.
Cuando alguien se muere, siento que lleva una parte de nuestra alma. En mi caso, la partida tanto de papá como de mamá me enseñó que no era la muerte a lo que yo le tenía miedo, lo que realmente me asustaba era vivir con el dolor de saber que por más que llorara y por más que sufriera, nunca más volvería a verlos, que no podría traerlos de regreso aunque fuese por unos minutos. Esa idea era sencillamente insoportable.
Eso me asustaba y mucho. Era un dolor que había calado muy adentro y que no sabía cómo evitarlo; quizás lo peor de todo es que no quería sacarlo de adentro. Porque era la única manera en la que los podía tener presentes cada día de mi vida y me aferré a ello durante largo tiempo.
Y a pesar del tiempo que ha pasado, yo aún les necesito, necesito los brazos fuertes de mi papá y su mirada cargada de infinito amor. De mamá necesito sentir su suave mano acariciando mi cabello, como cuando solía esconder mi cara en su regazo y llorar por alguna desilusión. Es mentira que con el tiempo todo se olvida. Lo que sucede es que he aprendido a vivir sin ellos.
En estos ocho años he recorrido un largo sendero, he tocado fondo, he llorado y he me sentido rota por dentro, pero también me he levantado por mi hijo, he secado mis lágrimas y he seguido adelante. Es lo que toca. Porque está bien llorar, es válido sentirse perdido, es válido caerse. Lo malo es quedarse pegado en el dolor.
Porque la vida sigue, porque ellos se fueron, pero yo estoy aquí aún y con una larga vida por delante, así que me tocaba aceptar su partida y aunque no fue fácil recuperarme y entender que había parte de mi vida que quedó inconclusa, pasan los años y sigo recordándola, pensando en todo lo que dejamos de hacer.
El recuerdo de su amor y de su sonrisa fue el motor que me hizo seguir adelante. Cada día de mi vida habría dado cualquier cosa por volver a sentirla cerca, por tenerla unos minutos más conmigo y decir todo lo que hasta ahora me ahoga, porque trato de pensar que ella me escucha cuando le hablo pero a veces, aún hoy en día las lágrimas salen de mis ojos al escuchar solo el silencio.
Pero sí sé que se puede. Yo estoy restaurando algunas de sus cosas, pintando esa mesita que ella adoraba, dando vida a su espacio favorito de la casa. Esto me ha servido mucho. Siento que de alguna manera ella me está viendo y está feliz, porque la energía que hay en mi casa es de alegría renovada.
Porque la vida tiene que continuar.
Today marks eight years since God took away my mother's old clothes and clothed her with joy. Her little body could not take any more and her soul felt trapped in that sick, fragile and broken body, poor old lady. I was blessed to have cared for her until her last breath when she closed her eyes forever in my arms. And although her departure left me with an immense emptiness, I was grateful to have had her as a mother. God knitted her silver wings and allowed her to fly. That was a comfort to me.
As a child, when my grandmother went to rest, my mother consoled me by telling me that there was a parallel universe where all those departed souls were and that they were happy there; that I should not worry, because we would all go there someday. I liked that story and nowadays I usually remember it when sadness wants to come knocking at my door. It reassures me to think that and that they are not completely gone because the new generations bring from their birth something of those who are no longer there. I like to hold on to the idea that there is something or someone close to me that brushes against me every day, like a gentle breeze blowing my face when the windows are closed.
I like to think that each person who left our lives is a little star in the sky, a star that will never go out, even on those nights when the sky is cloudy, in the distance we can make out that little light.
It is just that, a way to keep present those who have already gone to heaven, those who illuminate our lives every night and who will continue to be in a very special place in our feelings. This is so, we need to feel their presence, despite knowing that they will never come back.
In us remains the memory of what they meant and what they will never cease to be. As they say in the beautiful movie "Coco": _Only those who are forgotten die.
When someone dies, I feel that they take a part of our soul with them. In my case, the departure of both mom and dad taught me that it was not death that I was afraid of, what really scared me was living with the pain of knowing that no matter how much I cried and how much I suffered, I would never see them again, that I would not be able to bring them back even for a few minutes. That idea was simply unbearable.
It scared me to death. It was a pain that had gone deep inside and I didn't know how to avoid it; perhaps worst of all, I didn't want to get it out of me. Because it was the only way I could keep them present every day of my life and I clung to it for a long time.
And despite the time that has passed, I still need them, I need my dad's strong arms and his gaze full of infinite love. From mom I need to feel her soft hand caressing my hair, like when I used to hide my face in her lap and cry for some disappointment. It is a lie that with time everything is forgotten. What happens is that I have learned to live without them.
In these eight years I have come a long way, I have hit rock bottom, I have cried and I have felt broken inside, but I have also stood up for my son, I have dried my tears and I have moved on. It is the right thing to do. Because it's okay to cry, it's okay to feel lost, it's okay to fall. The bad thing is to stay stuck in the pain.
Because life goes on, because they are gone, but I am still here and with a long life ahead of me, so I had to accept their departure and although it was not easy to recover and understand that there was part of my life that was unfinished, years go by and I still remember her, thinking of all that we stopped doing.
The memory of her love and smile was the engine that kept me going. Every day of my life I would have given anything to feel her close again, to have her a few more minutes with me and say everything that until now drowns me, because I try to think that she listens to me when I talk to her but sometimes, even today tears come out of my eyes when I hear only silence.
But I do know that it can be done. I am restoring some of her things, painting that little table she loved, bringing life to her favorite space in the house. This has served me well. I feel that somehow she is seeing me and is happy, because the energy in my house is one of renewed joy.
Because life has to go on.
Fotografías libres de regalías, cortesía de Pixabay. Todo lo escrito aquí es mi experiencia personal.
Royalty-free photos courtesy of Pixabay. Everything written here is my personal experience.
Translated with www.DeepL.com/Translator (free version)