Greetings friends of Silver bloggers.

We come to Memoir Monday #37 (11/18-11/24) - Write about a favorite teacher, with a topic that touches many emotions and feelings in me because when I talk about my favorite teacher I am also talking about the man with whom I have shared the last thirty-five years of my life.

While I try to find the thread to my memories to give coherent form to the story, so many images arrive, so many memories and the smile also comes to my face, there have been many moments that I treasure as beautiful, there have been so many that eclipse the not so good ones, that there have been and will continue to be because in matters of life, of couple, the palette of colors is too wide.

I will try to focus on the subject, on the teacher, so I will begin by placing myself in that short space where we maintained the relationship: teacher-student. Although to be honest I think he never let go and sometimes I had to center him (laughs).

It was 1989, ah, how distant it sounds (ha,ha,ha,ha,ha). I was twenty-nine years old, with a five-year-old son and two divorces under my belt. The previous year I had decided to resume my studies in pedagogy and put some order in my life, especially in the sentimental area, which after an internship with a psychologist, I had more clarity about what I wanted and didn't want in a relationship.

Everything was going very well with my job as a classroom teacher, with my studies, my family and with my son, who as they say, was the light of my eyes and for whom I was willing to do my best to make him feel my unconditional love and emotional stability even though my life in general was not very stable.

With my professional goals defined and the promises of the end of the year, and the expectations of the new one, I started 89 with the greatest enthusiasm and vitality of almost thirty, where you consider, believe and experience that you can really eat the world and there are no barriers to achieve what you want.

Thus came my first week of classes at the pedagogical school, of what would be my fourth trimester, among the subjects to be taken was: Philosophy of Education. A subject that from the beginning created an interesting expectation in me, because having studied a bachelor's degree in humanities, when I saw philosophy in high school with an old priest, I was amazed by what this knowledge was, its history and especially by the wisdom of the teacher.

So when the teacher arrived, in the classroom, taking up the above story, all my attention was on him and the richness of the learning I could find. To my surprise, I don't think I would have had half an hour enraptured in his words, when I said to my best friend and fellow student: I love him!

Possibly, at that moment, love was not what I felt, but an intense admiration and great respect for her knowledge and the way she imparted it, so didactic, contextualized, with a clarity of thought so clear, that only one who loves and is passionate about knowledge can have.

As we advanced in the course, that admiration deepened, the discussions in class were of great richness. From him I learned, among many things, that philosophy is in everyday life, that thought runs on pre-established channels and that knowing them frees us from schemes that we do not want to follow, that “knowing” is to deepen and also endless. Lessons for life.

After being my formal professor and already being a couple, he opened the doors to the philosophy study group to which I belonged and for more than twenty years we were in a deep interaction of fellow students, we spent long hours reading materials and discussing them, always going beyond the apparent, unveiling realities and contextualizing in our society, seeking answers for understanding.

Anyway, this teacher called in the Hive world @irvinc, is the best teacher of life and knowledge I have ever had. Thank you, Irvin, thank you.

En Español

Saludos amigos de Silver bloggers.

Llegamos al Memoir Monday #37 (11/18-11/24) - Write about a favorite teacher, con un tema que toca muchas emociones y sentimientos en mí, porque cuando hablo de mi profesor favorito también hablo del hombre con el que he compartido los últimos treinta y cinco años de mi vida.

Mientras busco de encontrarle el hilo a mis memorias para darle forma coherente a la historia, llegan tantas imágenes, tantos recuerdos y la sonrisa también me llega al rostro, han sido muchos momentos que atesoro como bellos, han sido tantos que eclipsan los no tan bueno, que los ha habido y los seguirán habiendo porque en cuestiones de vida, de pareja, la paleta de colores es demasiado amplia.

Trataré de centrarme en el tema, en el profesor, así que comenzaré ubicándome en ese corto espacio donde mantuvimos la relación: profesor- alumna. Aunque para ser honesta creo que nunca la ha soltado y en ocasiones he tenido que centrarlo (risas).

Era el año 1989, ¡ah, qué lejano suena! (ja,ja,ja,ja). Tenía yo veintinueve años, un hijo de cinco años y dos divorcios en mi haber. El año anterior había decidido retomar mis estudios de pedagogía y poner un poco de orden en mi vida, sobre todo en el área sentimental, que después de una pasantía por el psicólogo, tenía mayor claridad de lo que quería y no quería en una relación de pareja.

Todo iba muy bien con mi trabajo como docente de aula, con mis estudios, mi familia y con mi hijo, que como dicen, era la luz de mis ojos y por quien estaba dispuesta a poner todo de mi parte para que sintiera mi amor incondicional y estabilidad emocional aun cuando mi vida en general no se encontrara muy estable.

Con mis objetivos profesionales definidos y las promesas propias de fin de año, y las expectativas del nuevo, comencé el 89 con el mayor entusiasmo y la vitalidad de los casi treinta, donde consideras, crees y experimentas que realmente te puedes comer el mundo y no hay barreras para alcanzar lo que quieres.

Así llegó mi primera semana de clases en el pedagógico, de lo que sería mi cuarto trimestre, entre las materias a cursar estaba: Filosofía de la Educación. Una asignatura que de entrada me creaba una interesante expectativa, pues habiendo cursado un bachillerato en humanidades, cuando vi filosofía en el liceo con un anciano sacerdote, quedé maravillada por lo que era este conocimiento, su historia y sobre todo por la sabiduría del maestro.

Así que cuando llegó el profesor, al aula, retomando el relato anterior, toda mi atención estaba en él y la riqueza del aprendizaje que podía encontrar. Para mi sorpresa, creo que no tendría media hora embelesada en sus palabras, cuando le dije a mi mejor amiga y compañera de estudio: ¡Lo amo!

Posiblemente, en ese momento, amor no fue lo que sentí, pero sí una intensa admiración y un gran respeto por sus conocimientos y la manera de impartirlos, tan didáctica, contextualizada, con una claridad de pensamiento tan nítida, que solo la puede tener aquel que ama y es apasionado por el conocer.

A medida que avanzábamos en el curso, esa admiración se profundizaba, las discusiones en clase eran de gran riqueza, De él aprendí, entre tantas cosas, que la filosofía está en la cotidianidad, que el pensamiento corre sobre unos canales preestablecidos y que conocerlos nos libera de esquemas que no queremos seguir, que el “conocer” es profundizar y también inacabable. Lecciones para toda la vida.

Después de ser mi profesor formal y ya siendo pareja, me abrió las puertas al grupo de estudio de filosofía al que pertenecía y por más de veinte años estuvimos en una profunda interacción de compañeros de estudio, pasábamos largas horas leyendo materiales y discutiéndolos, siempre yendo más allá de lo aparente, develando realidades y contextualizando en nuestra sociedad, buscando respuestas para la comprensión.

En fin, este profesor llamado en el mundo Hive @irvinc, es el mejor profesor de vida y conocimientos que he tenido. Gracias Irvin, gracias.