Hace mucho tiempo que quería escribir en esta comunidad y hoy decidí involucrarme entre usted e incluir en este espacio algunas de mis tantas anécdotas familiares, especialmente aquellas que me ocurrieron de niño, un momento de mi vida que recuerdo con cariño y a la vez con cierta angustia.
Debo reconocer que mi principal hobbie desde que aprendí a caminar hasta que culminé el bachillerato fue meterme en problemas, bueno, básicamente generar canas de color albo a mis viejos, es que ciertamente no fui un niño reconocido por su buen comportamiento sin embargo no me consideraba alguien malo, más bien me creía incomprendido.
Imaginen a un niño como yo estudiando en un colegio religioso, dónde la disciplina se imponía a sangre y letra (y números si contamos las clases de matemáticas) en una época donde la carencia de derechos de los infantes era absoluta. Ante tal régimen dictatorial teocrático era difícil expresar la libertad de expresión, mucho menos la libertad económica con la que decidí iniciar mi primer emprendimiento entre mis amigos y compañeros de clase: la venta de revistas para adultos.
Este fue un negocio que decidí iniciar de casualidad, fue totalmente inesperado, porque la verdad no fui a casa de mi primo mayor con la idea de encontrar su "tesoro", una especie de baúl secreto lleno de ropa sucia y cuyo fondo escondidas estaban sus preciadas revistas con gráficos muy explícitos, mujeres con ausencia de ropa y gente adulta muy contenta mostrando lo que la mayoría oculta.
Aunque no lo crean la mayor curiosidad que me generó este hallazgo no fue la que obviamente ustedes creen sino cuánto dinero pudiera sacarle a mis compañeros de clase por este "material didáctico". Tomé 6 revistas (total, mi primo tenía muchas, seguramente ni las notó) y al día siguiente en clases corrí el rumor que tenía revistas para adultos en mi poder, material gráfico a color, eso sí, para ver hay que pagar.
No recuerdo cuanto dinero recaudé lo cierto es que en mi bolsillo estaba la mesada de la comunidad de niños curiosos calentones del salón. Hubiera sido un gran negocio si uno de mis clientes al verse descubierto con la posesión de una revista prohibida para salvar la integridad de su pellejo me delató sin vergüenza ni remordimiento.
Sin piedad un cura regordete y sudoroso irrumpió en el salón, me tomó del brazo y me llevó a empujones a la oficina del director, lugar donde esperaban a mis padres, previamente avisados para informarles sobre el "grave y repugnante" crimen contra la moral cristiana que, Yo, un niño de 9 años había cometido en el sagrado suelo de la escuela.
Por supuesto, mis padres acostumbrados a verme en el banquillo de los acusados poco o nada hicieron en mi defensa más que suplicar para que no me expulsen y prometer un castigo ejemplar. No recuerdo los argumentos de mi madre para convencer a los curas para que su "querubín" no fuera expulsado pero lo que sí recuerdo es el silencio y coloración roja de los ojos de mi padre. Dentro de mi pensaba: ¡lo que me espera en casa!
Si bien mi padre no dudaba en lo absoluto en impartir castigos a su único hijo varón (en tanto era un amor con mis hermanas) mi madre lo convenció de entablar una conversación sobre "eso" conmigo. Para un tipo enchapado a la antigua como mi viejo hablar sobre temas como el sexo con su hijo era sin duda algo tabú, mi abuelo nunca habló de eso con él por lo que esperaba que yo aprendiera en la escuela sobre ese tema (sí, claro, en una escuela de curas, ¡cómo no!).
En la noche mi viejo toca la puerta de mi habitación, ya yo estaba mentalizado para soportar su pesada mano como racimo de plátanos sobre mi nuca o el cuero de su correa en mis piernas, sin embargo está vez solo me miró fijamente, con un gesto me pidió que me siente en la esquina de mi cama y acto seguido con su voz grave me dijo: "Esas cosas que viste solo lo hacen la gente grande, así que deja de joder y pórtate bien" .
Si bien mi papá era de pocas palabras su carácter fue mejorando con el tiempo así como nuestra relación en la medida que él fue dejando atrás los castigos físicos y se dedicó más a entenderme. Igualmente con el tiempo también lo comprendí a él, su generación fue criada de una forma muy distinta a la mía por lo que valoro enormemente sus esfuerzos, que debieron ser titánicos, para comprenderme y dejar atrás sus propios valores para ser el gran padre que es.
English version
It has been a long time since I wanted to write in this community and today I decided to get involved with you and include in this space some of my many family anecdotes, especially those that happened to me as a child, a time of my life that I remember with affection and at the same time with some anguish.
I must admit that my main hobby since I learned to walk until I finished high school was to get into trouble, well, basically to generate alb-colored gray hair to my parents, I was certainly not a child recognized for his good behavior, however I did not consider myself someone bad, rather I thought I was misunderstood.
I imagine a child like me studying in a religious school, where discipline was imposed with blood and letters (and numbers if we count math classes) at a time when the lack of rights of infants was absolute. Before such a dictatorial theocratic regime it was difficult to express freedom of expression, much less the economic freedom with which I decided to start my first venture among my friends and classmates: the sale of magazines for adults.
This was a business that I decided to start by chance, it was totally unexpected, because the truth is that I did not go to my older cousin's house with the idea of finding his "treasure", a kind of secret trunk full of dirty clothes and whose hidden bottom were his precious magazines with very explicit graphics, women with no clothes and adult people very happy showing what most of them hide.
Believe it or not, the biggest curiosity that this finding generated in me was not what you obviously think, but how much money I could get from my classmates for this "didactic material". I took 6 magazines (my cousin had a lot of them, he probably didn't even notice them) and the next day in class I spread the rumor that I had magazines for adults in my possession, graphic material in color, yes, you have to pay to see them.
I don't remember how much money I collected, the truth is that in my pocket was the allowance of the community of curious horny kids in the classroom. It would have been a great business if one of my clients, upon being discovered with the possession of a forbidden magazine to save the integrity of his skin, told on me without shame or remorse.
Without mercy a chubby and sweaty priest burst into the room, grabbed me by the arm and pushed me to the principal's office, where my parents were waiting, previously warned to inform them about the "serious and disgusting" crime against Christian morality that I, a 9 year old boy, had committed on the sacred floor of the school.
Of course, my parents, accustomed to seeing me in the dock, did little or nothing in my defense other than pleading not to expel me and promising an exemplary punishment. I don't remember my mother's arguments to convince the priests not to expel her "cherub" but what I do remember is the silence and the red color in my father's eyes. Inside I was thinking: what awaits me at home!
While my father didn't hesitate at all to impart punishments to his only male child (as long as he was a sweetheart with my sisters) my mother convinced him to engage in a conversation about "it" with me. For an old-fashioned guy like my old man talking about topics like sex with his son was certainly taboo, my grandfather never talked about it with him so he expected me to learn about it in school (yes, of course, in a school of priests, of course!).
At night my old man knocks on my bedroom door, I was already psyched to endure his heavy hand like a bunch of bananas on the back of my neck or the leather of his leash on my legs, however this time he just stared at me, with a gesture he asked me to sit on the corner of my bed and then with his deep voice he told me: "Those things you saw only big people do, so stop fucking around and behave yourself".
Although my dad was a man of few words, his character improved with time as well as our relationship as he left behind the physical punishments and devoted himself more to understanding me. His generation was raised in a very different way than mine, so I greatly appreciate his efforts, which must have been titanic, to understand me and leave behind his own values to be the great father that he is.