LA FAMILIA DE MI MADRE
Mientras vivimos en el campo fuimos una familia normal campesina, bien integrada, unida, bendecida, feliz. Dios siempre nos proveía de lo que merecíamos para vivir holgadamente y con calidad de vida, de acuerdo a la situación geográfica del sector donde vivíamos. Las cosas se complicaron cuando nos mudamos para el pueblo.
La familia de mi madre se había ido para Barinas y la única que quedaba en Apure era ella. Empezaron a escribirle pidiéndole que se fuera, que mis abuelos la extrañaban mucho, así como todos los demás. En las cartas le proponían a mi madre que convenciera a mi padre para que también se fuera, cuestión que mi mamá no logró por la poderosa razón que los bienes que él tenía no los iba a dejar abandonados, además, se notaba que la prosperidad se estaba manifestando.
La familia de mi madre estaba constituida, además del padre y la madre, por siete mujeres y un varón. MI abuela materna se llamaba Juana de la Cruz Rodríguez, era una mujer morena de mucho carácter, de baja estatura y de ojos claros. Ella fue hija única. Sus padres murieron siendo muy joven todavía. Creció y se crió en un hogar de parientes lejanos. Como era una mujer físicamente muy simpática, atractiva desde muy joven tuvo que soportar el asedio de los hombres, eso hizo que aflorara en ella un carácter fuerte como instrumento de defensa.
Contaban las hijas mayores, en tertulias familiares, que la familia que había adoptado a mi abuela, la llevaron para una fiesta y que al llegar el primero que la saludó fue un joven apuesto, de piel morena, siempre sonriente. Saludo que no le contestó. Cuando comenzó la música con arpa, cuatro y maracas el mismo joven, la invitó a bailar y no aceptó.
Luego se unió al grupo de cantadores y desde allí todos los versos se los dedicaba a ella sin decir su nombre porque no lo sabía, solo la describía. Cuando lo supo los versos se los dedicaba directamente. Hubo un verso que le arrancó una sonrisa y mostró, además de una blanca dentadura, el esplendor de su belleza. El joven la miraba fijamente. También sonrió y se dió cuenta que a ella le gustaban sus versos.
Después de la fiesta, las visitas se hicieron rutinarias. Cuando tuvo la oportunidad de hablarle y que ella lo atendió le manifestó directamente sus intenciones y su oferta.
Pasó un tiempo. Un día cualquiera, bien temprano en la mañana, llegó el joven llanero con un caballo ensillado a buscar a su amada Juanita, así le decían a ella. Todos los de la casa se sorprendieron, nadie sabía que ellos en secreto habían acordado la fecha. Juanita tenía todas sus pocas cosas listas para el viaje. En el pollero llevaba su ropa, su hamaca, su cobija y las alpargatas nuevas que le regalaron para ir a la fiesta.
La señora de la casa le propuso a la nueva pareja que esperaran el almuerzo que ya iba estar listo, pues, ella sabía la distancia que separaba su casa de la que había construido el afortunado joven. .Ellos aceptaron. Fue la primera vez en muchos años que Juanita fue tratada de una manera diferente. Se convirtió en el centro de atención, aunque un poco incómoda. Después del almuerzo agradeció el gesto y con los ojos llorosos se despidió de todos. La mayoría de los que estaban presentes salieron a despedirla hasta el tranquero y la siguieron con la mirada hasta que se perdió en la lejanía.
Desde el momento que Juanita llegó a su casa asumió el rol que le correspondía. De manejar una casa ya había hecho una larga pasantía. El jardín empezó a florecer, las aves de corral se multiplicaron amansó más de 20 vacas, con la venta del queso que fabricaba obtenía otros rubros para la alimentación: café, arroz, pasta, manteca, sal, etc. También practicaba el trueque sin saber qué era eso.
Casi al año llegó la primera hija que llamó María Olimpia. Antes que Olimpia cumpliera los dos años llegó Julia. Decían que ella había heredado el carácter de la madre.
Mientras Juanita realizaba todas esas tareas su marido se iba a trabajar a los hatos vecinos. Cuando estaba en la casa se dedicaba hacerle mantenimiento al corral, a las cercas de los potreros y otros quehaceres de la casa. Cuando iba a trabajar llano al Hato La Gloria se ausentaba por un mes y a veces por más tiempo. Así fue pasando el tiempo. La relación se observaba normal. Había amor, comprensión, afecto.
Dicen que su hija mayor, Olimpia, .tendría cuatro años, cuando su padre salió a trabajar para otro hato diferente que lo habían mandado a llamar. Se despidió como siempre lo hacía cuando se ausentaba por varios días. Llevó ropa como para 20 días. Pasaron los 20 días y no llegó. Se cumplió el mes y tampoco. Mi abuela empieza a preguntar a todo el que venía de esos lados y nadie daba razón.
Contrató un vecino para que fuera al hato a investigar sobre el paradero de su marido. El vecino regresó con la noticia que en el Hato le dijeron: que el señor que buscaba no había ido a trabajar, que se habían quedado esperándolo pero que nunca llegó.
Las indagaciones se extendieron por todo el Alto y parte del Bajo Apure. Se plantearon muchas hipótesis: Que se fue con una mujer; que se lo tragó una culebra gigante; que lo mataron con todo y caballo y lo enterraron en alguna parte de esa extensa sabana; que atravesando algún caño lo atraparon los caimanes y se lo comieron con todo y caballo pero ninguna se comprobó.
Doña Juanita, como le decían ahora, estaba nuevamente sola con dos hijas, pero con algunos bienes en ganado, cochinos y aves que le permitían hacerle frente a la vida.
Habían transcurridos unos ocho años, aproximadamente, cuando llegó a sus oídos un comentario que su marido si había trabajado en ese hato y que pasando un ganado por un caño de esos donde abundan los caimanes, se lo habían comido y que el patrón y las demás personas que presenciaron el fatal acontecimiento guardaron silencio cómplice.
El asedio de los hombres del lugar, solteros y comprometidos, se hizo intermitente. Ella hasta ese momento había rechazado todas las ofertas. Su objetivo era sacar adelante sus hijas y prosperar sus bienes.
-Buenos días Doña Juanita, -saludó un vecino del vecindario que pasaba por ahí a caballo.
-Ya se enteró que a casa de Don Goyo llegó un señor que dice ser coronel con seis personas más.
-No sabía.-contestó sin dejar de barrer el patio-
-Si. Andan buscando trabajo. Parecen buena gente. Estuve hablando con ellos largo rato.
Como Doña Juanita no mostraba interés en la noticia recién recibida, optó por despedirse.
-Me voy, hasta luego Doña Juanita.
-Que le vaya bien. Saludos a Blanca.
Estaba mi abuela en el corral ordeñando las vacas cuando oyó la voz de un hombre que saludaba.
-Buenos días, señora.
-Buenos días. ¿Qué se le ofrece? Preguntó, sin mirar al visitante.
-Estoy recién llegado y ando buscando trabajo. En casa del Sr. Goyo me enteré que Ud. quedó viuda y posiblemente necesita de alguien que le ayude. Vengo a ponerme a sus órdenes.
Al darse cuenta que le faltaban varias vacas por ordeñar le propuso:
-Si Ud. me permite puedo ayudarle a ordeñar las vacas que faltan a cambio de un cafecito con un pedacito de queso del que Ud. hace.
-¿Usted quién es? Preguntó mi abuela, sin dejar de ordeñar la vaca.
-Soy un militar retirado, vengo del bajo Apure. Trabajé en muchos hatos por allá. Y soy buena gente. Mi nombre es José Marcelino Acosta.
José Marcelino Acosta era un hombre alto, blanco, con porte militar fue reservista, de ojos azules, de buenos modales, que inspiraba confianza y muy seguro de sí mismo. Bien parecido.
-¿Y su señora e hijos? Preguntó mi abuela con cierto interés.
-No tengo mujer ni hijos. Estoy prácticamente solo en este mundo. Ni padres porque ya murieron. Contestó.
Mi abuela lo miró indagando intuitivamente si el hombre decía la verdad. Cuando regresó con el café y el queso, se encontró con la sorpresa que las dos niñas, Olimpia y Julia, estaban hablando muy amigablemente con José Marcelino. Las niñas le hacían muchas preguntas que el respondía, pudiera decirse, con cariño de padre.
José Marcelino fue contratado. Inmediatamente se encargó de hacerle mantenimiento al corral, a los potreros, al jagüey. Cortó la maleza que había alrededor de la casa, y limpió los potreros del monte que estaba invadiendo el pasto de los animales. Ordeñaba las vacas bien temprano. Ahora mi abuela tenía más tiempo para hacer el queso y los demás quehaceres de la casa.
Así fue pasando el tiempo. Como a los dos años mi abuela salió embarazada. Era su tercera hija que llamó Emiliana y la primera para José Marcelino. Después llegó Leonidas, le siguió Rubina del Carmen, posteriormente Flor de María, el primer y único varón Ramón Ignacio y finalmente, Andrea.
Mi abuelo José Marcelino Acosta tuvo predilección por dos de sus hijos: Rubina del Carmen y Ramón Ignacio. Rubina era la más blanca de todos, alta y aunque no sacó los ojos azules, si eran claros, verdes, como los de la madre.
A Ramón Ignacio lo enseñó a ser un llanero completo. Hizo que aprendiera, desde muy niño, todos los trabajos que son rutinarios en el llano: jalar pala, jalar machete, amansar, pescar, ordeñar, curar becerros, herrar animales, hacer queso, aprender los nombre de las partes de una res así como los diferentes tipos de carne, preparar la carne para la tasajera. Lo enseño a pelear y le untaba sangre de temblador en las muñecas para tumbar a todo el que golpeara en caso de pelea. Hizo que aprendiera a bailar y cantar contrapunteo. En ese arte no tuvo el éxito esperado.
A diferencia de mi abuelo, mi abuela era una mujer muy sana, casi nunca se enfermaba. Por iniciativa de una tía, mis abuelos se casaron, aunque ya no convivían. Ahora todos los descendientes pasaron a ser Acosta Rodríguez. Tras este acontecimiento se presentó una situación conflictiva con muchos nietos, sobre todo los que habían sido reconocidos por sus padres. Había que hacer una inversión para el cambio de apellidos. En el caso de nosotros unos quedamos Rondón Rodríguez y otros Rondón Acosta.
Mis abuelos maternos fallecieron siendo mayores de 80 años. Mi abuela murió en Barinas y mi abuelo en Caracas. A excepción de Flor de María, todas las demás tías ya no están en este mundo; tampoco mi tío Ramón Ignacio. Mis abuelos maternos no dejaron bienes materiales, pero si un legado de manifestaciones de honestidad, responsabilidad, gratitud, amor, sometimiento a la verdad, solidaridad, respeto y honrar la palabra, valores que fueron programados en sus mentes y que dirigieron sus conductas.
Gracias querido Hiver por leer mi historia...
Aún no termina.
English version
MY MOTHER'S FAMILY.
While we lived in the countryside we were a normal peasant family, well integrated, united, blessed, happy. God always provided us with what we deserved to live comfortably and with quality of life, according to the geographical situation of the sector where we lived. Things got complicated when we moved to town.
My mother's family had left for Barinas and the only one left in Apure was her. They began to write to her asking her to leave, that my grandparents missed her very much, as well as everyone else. In the letters they proposed to my mother to convince my father to leave too, but my mother did not succeed for the powerful reason that he was not going to abandon the goods he had, besides, it was evident that prosperity was manifesting itself.
My mother's family consisted, besides the father and mother, of seven women and one man. My maternal grandmother's name was Juana de la Cruz Rodriguez, she was a dark-haired woman of great character, short in stature and with light eyes. She was an only child. Her parents died when she was still very young. She grew up and was raised in a home of distant relatives. As she was a physically very sympathetic, attractive woman, from a very young age she had to endure the siege of men, which made her develop a strong character as an instrument of defense.
The older daughters told in family gatherings that the family that had adopted my grandmother took her to a party and when she arrived, the first one to greet her was a handsome young man with dark skin, always smiling. She did not answer his greeting. When the music began with harp, cuatro and maracas, the same young man asked her to dance and she did not accept.
Then he joined the group of singers and from there all the verses were dedicated to her without saying her name because he didn't know it, he only described her. When he knew it, he dedicated the verses directly to her. There was a verse that brought a smile to his face and showed, besides her white teeth, the splendor of her beauty. The young man stared at her. He also smiled and realized that she liked his verses.
After the party, the visits became routine. When he had the opportunity to speak to her and she attended to him, he told her directly of his intentions and his offer.
Some time passed. One day, very early in the morning, the young llanero arrived with a saddled horse to look for his beloved Juanita, as she was called. Everyone in the house was surprised, no one knew that they had secretly agreed on the date. Juanita had all her few things ready for the trip. In the pollero she carried her clothes, her hammock, her blanket and the new espadrilles she had been given to go to the party.
The lady of the house suggested to the new couple that they wait for lunch to be ready, since she knew the distance that separated her house from the one built by the lucky young man. They accepted. It was the first time in many years that Juanita was treated differently. She became the center of attention, albeit a little uncomfortable. After lunch she thanked them for the gesture and with teary eyes said goodbye to everyone. Most of those present came out to see her off to the gate and followed her with their eyes until she was lost in the distance.
From the moment Juanita arrived home, she assumed the role that corresponded to her. From managing a house she had already done a long internship. The garden began to flourish, the poultry multiplied, she tamed more than 20 cows, and with the sale of the cheese she made she obtained other food items: coffee, rice, pasta, butter, salt, etc. He also practiced bartering without knowing what it was.
Almost a year later her first daughter arrived, whom she named Maria Olimpia. Before Olimpia was two years old, Julia arrived. They said that she had inherited her mother's character.
While Juanita was doing all these tasks, her husband went to work in the neighboring farms. When he was at home, he did maintenance on the corral, the fences of the paddocks and other chores around the house. When she went to work on the plains at the La Gloria ranch, she would be absent for a month and sometimes longer. Time went by in this way. The relationship was normal. There was love, understanding, affection.
It is said that his eldest daughter, Olimpia, was four years old when her father left to work for a different herd that had sent for him. He said goodbye as he always did when he was away for several days. He took about 20 days' worth of clothes. The 20 days passed and he did not arrive. The month was up and he didn't show up either. My grandmother began to ask everyone who came from those parts and no one would give a reason.
She hired a neighbor to go to the ranch to investigate the whereabouts of her husband. The neighbor returned with the news that the man she was looking for had not gone to work, that they had been waiting for him but that he never arrived.
The inquiries spread throughout Alto and part of Bajo Apure. Many hypotheses were put forward: that he left with a woman; that he was swallowed by a giant snake; that they killed him with everything and horse and buried him somewhere in that extensive savannah; that while crossing a stream the caimans caught him and ate him with everything and horse, but none of them was proven.
Doña Juanita, as she was now called, was again alone with two daughters, but with some assets in cattle, pigs and poultry that allowed her to cope with life.
Approximately eight years had passed when she heard a comment that her husband had worked on that ranch and that he had been eaten by cattle passing through one of those streams where alligators abound, and that the boss and the other people who witnessed the fatal event kept a complicit silence.
The siege of the local men, single and engaged, became intermittent. She had so far refused all offers. Her aim was to bring up her daughters and prosper her property.
-Good morning, Doña Juanita," greeted a neighbor who was passing by on horseback.
-You heard that a man who claims to be a colonel arrived at Don Goyo's house with six other people.
-I didn't know," he answered without stopping sweeping the yard.
-Yes. They are looking for work. They seem like nice people. I talked to them for a long time.
As Doña Juanita showed no interest in the news she had just received, she decided to say goodbye.
-I'm leaving, see you later, Doña Juanita.
-Good luck to you. Greetings to Blanca.
My grandmother was in the corral milking the cows when she heard a man's voice greeting her.
-Good morning, ma'am.
-Good morning. What can I do for you? He asked, without looking at the visitor.
-I've just arrived and I'm looking for a job. At Mr. Goyo's house I heard that you are a widow and possibly need someone to help you. I have come to place myself at your service.
When he realized that he had several cows left to milk, he proposed to her:
-If you allow me, I can help you milk the missing cows in exchange for a cup of coffee and a piece of cheese that you make.
-Who are you? My grandmother asked, without stopping milking the cow.
-I am a retired military man, I come from the lower Apure. I worked in many herds there. And I am good people. My name is José Marcelino Acosta.
José Marcelino Acosta was a tall, white man, with military bearing, he was a reservist, with blue eyes, with good manners, who inspired confidence and was very sure of himself. He was good looking.
-And his wife and children? My grandmother asked with some interest.
-I have no wife or children. I am practically alone in this world. Nor parents because they are dead. He answered.
My grandmother looked at him intuitively inquiring if the man was telling the truth. When she returned with the coffee and cheese, she found to her surprise that the two girls, Olimpia and Julia, were talking very amicably with José Marcelino. The girls asked him many questions which he answered, one might say, with fatherly affection.
José Marcelino was hired. He immediately took charge of the maintenance of the corral, the paddocks and the watering hole. He cut the weeds around the house, and cleaned the paddocks of the brush that was invading the pasture of the animals. She milked the cows very early in the morning. Now my grandmother had more time to make cheese and other chores around the house.
That's how time went by. About two years later my grandmother became pregnant. It was her third daughter, whom she named Emiliana, and the first for José Marcelino. Then came Leonidas, followed by Rubina del Carmen, then Flor de María, the first and only son Ramón Ignacio and finally, Andrea.
My grandfather Jose Marcelino Acosta had a predilection for two of his children: Rubina del Carmen and Ramon Ignacio. Rubina was the whitest of them all, tall and although she did not have blue eyes, they were light green, like her mother's eyes.
Ramón Ignacio was taught to be a complete llanero. He made him learn, from a very young age, all the jobs that are routine on the plains: pulling shovels, pulling machetes, taming, fishing, milking, curing calves, shoeing animals, making cheese, learning the names of the parts of a cow as well as the different types of meat, preparing the meat for the tasajera. He taught him to fight and smeared trembling blood on his wrists to knock down anyone he hit in case of a fight. He made him learn to dance and sing contrapunteo. In that art he was not as successful as expected.
Unlike my grandfather, my grandmother was a very healthy woman, she almost never got sick. On the initiative of an aunt, my grandparents married, although they no longer lived together. Now all the descendants became Acosta Rodriguez. After this event, a conflictive situation arose with many grandchildren, especially those who had been recognized by their parents. It was necessary to make a reversal for the change of surnames. In our case, some of us were Rondón Rodríguez and others Rondón Acosta.
My maternal grandparents died when they were over 80 years old. My grandmother died in Barinas and my grandfather in Caracas. With the exception of Flor de María, all the other aunts are no longer in this world; neither is my uncle Ramón Ignacio. My maternal grandparents did not leave material goods, but they did leave a legacy of honesty, responsibility, gratitude, love, submission to the truth, solidarity, respect and honoring the word, values that were programmed in their minds and that directed their behaviors.
Thank you dear Hiver for reading my story...
It's not over yet
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