[ESP] Silencios que matan

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Silencios que matan

El peso dentro de mí es como una sombra que nunca me abandona. Cada día me despierto con la sensación de que el aire es más denso y difícil de respirar. Me llamo Marcela y esta es mi historia.


Desde mi infancia tuve la sensación de que algunas cosas no se comunican en voz alta. Incluso mi madre siempre me dijo que el silencio era una virtud, que las palabras podían herir más que cualquier cuchillo. Sin embargo, nunca imaginé que el silencio también podía matar.


Hace cinco años, conocí a alguien que cambió mi vida para siempre. Su nombre es Alex, y su sonrisa era como un rayo de sol en un día nublado. Nos enamoramos rápidamente y nos hicimos novios. Durante un tiempo, todo fue perfecto.


Alex siempre había sido un buen chico conmigo e incluso con mi madre, pero olvidé que todos tenemos un lado oscuro que guardamos celosamente. Una tarde, llegué de sorpresa a su casa y le vi hacer algo que me heló la sangre, nunca debí verlo. Me cuesta decir qué fue, porque incluso ahora el miedo me paraliza. Pero a partir de ese momento, supe que mi vida nunca volvería a ser la misma.



Retrocedí tan sigilosamente que Alex no se percató de mi presencia. Entonces decidí guardar silencio, pensando que era lo mejor. Pensé que si guardaba el secreto, podría proteger a mis seres queridos. Pero el silencio empezó a corroerme por dentro. Cada vez que veía a Alex, sentía que una parte de mí moría un poco más. Mis noches se llenaron de pesadillas y mis días se convirtieron en una lucha constante por mantener la fachada de normalidad.


El peso de ese secreto me aisló de todos. No podía mirar a mi madre a los ojos sin sentir una punzada de culpabilidad o terror. Mis amigos empezaron a notar que algo iba mal, pero cada vez que intentaban acercarse, yo me alejaba más. No podía arriesgarme a que nadie descubriera la verdad, podría ponerlos en peligro.


Al final, el silencio se convirtió en una prisión. Me sentía atrapada, sin salida. Cada día, el miedo y la culpa se hacían más fuertes, hasta que un día no pude soportarlo más. Decidí que tenía que hablar, que tenía que liberar el peso que llevaba dentro.


Me armé de valor y le conté a mi madre todo lo que había pasado. Sus ojos se llenaron de miedo y lágrimas, por primera vez en mucho tiempo, sentí que podía volver a respirar. El silencio había sido mi verdugo, pero al hablar con alguien encontré la libertad.



Hablar no lo solucionó todo de inmediato. Los días siguientes fueron una mezcla de alivio y miedo renovado. Mi madre me apoyaba, pero también temía por nuestra seguridad. Alex, por su parte, seguía siendo el mismo con nosotras, pero al poco tiempo se dio cuenta de mi cambio y empezó a sospechar. De repente, su comportamiento se volvió errático y me sentí como si caminara sobre hielo fino, esperando que se rompiera bajo mis pies en cualquier momento.


Cada noche, el miedo volvía con más fuerza. Oía pasos fuera de mi ventana, veía sombras que se movían en la oscuridad. A veces, me parecía oír su voz susurrando mi nombre. Mis nervios estaban al borde del colapso, y el insomnio se convirtió en mi fiel compañero. Los días eran un borrón de ansiedad y paranoia, y las noches, un abismo de terror sin fin.


Un día, mientras caminaba hacia mi coche, sentí una presencia detrás de mí. Me volví rápidamente, pero no vi a nadie. Aceleré el paso, con el corazón martilleándome en el pecho. Cuando llegué a casa, cerré todas las puertas y ventanas y me acurruqué en el sofá, temblando. Sabía que tenía que hacer algo, que no podía seguir viviendo así.


Decidí ir a la policía, aunque me corroía el miedo a las represalias. Contar mi historia era como revivir cada momento de terror, pero sabía que era necesario. Los agentes me escucharon atentamente y me aseguraron que harían todo lo posible por protegerme. Aun así, el miedo no desaparecía.


Los días se convirtieron literalmente en un infierno, y aunque Alex fue detenido dos meses después de mi denuncia, el trauma sigue presente. No puedo evitar mirar por encima del hombro cada vez que salgo, y cada vez que oigo un ruido inesperado, se me acelera el corazón. ¿Cómo olvidar aquella escena en la que descubrí a Alex en su sótano descuartizando un cadáver y luego comiendo carne humana, cómo borrar de mi memoria sus ojos excitados de placer por lo que estaba haciendo y su macabra sonrisa?


No sé si podré rehacer mi vida por completo, pero intentaré enfrentarme a mis miedos y a las personas que me acusan de complicidad por haber guardado silencio durante tanto tiempo.



El secreto que guardé me causó profundas cicatrices, y también me enseñó una valiosa lección: el silencio puede matarte, pero la verdad siempre te hará libre.


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