La fosa

in #hive-111516last month


john-paul-summers-bYFKN82uwOw-unsplash.jpg

La fosa

Siempre era lo mismo, un trago, luego otro, y antes de darme cuenta, el dolor pronto se transformaba en una cálida sensación de olvido. Ingería de ese líquido que quema hasta que todo empezaba a dar vueltas y mis pensamientos se volvían borrosos. Lo peor de todo es que era consciente de que cada sorbo me alejaba más de la realidad, de mi mujer, de mi hijo Max. Y me hundía en el vicio, creyendo que era mi único refugio.

No recuerdo cómo llegué a este punto de mi miserable existencia. La última imagen que tengo es la de una botella vacía rodando por la calle, y entonces, sentí que algo se desvanecía bajo mis pies. Fue como si el centro de la tierra me tragara entero. Mientras caía, el aire se volvió más denso y oscuro, y un frío glacial me envolvió.



A pesar de mi estado de embriaguez, era consciente de que seguía cayendo. Cada vez que intentaba agarrarme a algo, mis manos resbalaban y la desesperación se apoderaba de mí. Grité y mi voz se perdió en la oscuridad; sin embargo, el eco de mis propios gritos me devolvió a la realidad. Estaba solo y yo mismo había construido mi desgracia.

Mientras descendía, los recuerdos de mi vida pasaron ante mis ojos. Las risas con mi mujer y mi hijo, los abrazos de mi madre, los momentos de felicidad que había dejado atrás por una botella. ¡Qué tristeza tan grande!

Finalmente, toqué fondo. La caída había terminado, aunque el verdadero reto apenas comenzaba. Lo único que podía mover eran mis ojos, mis labios y mis pensamientos. En esa oscuridad, me enfrenté a todos mis demonios, luché conmigo mismo y me devané los sesos intentando encontrar una salida. Nada funcionaba, seguía atrapado, atascado en la garganta de una grieta sin sentido, un abismo que parece devorar mi esperanza a medida que pasan las horas.

Lo he intentado todo, pero el eco de mis propios gritos es lo único que resuena en las paredes de esta estrecha abertura. Aquí el aire es denso, cargado de un olor a humedad y descomposición que me revuelve el estómago. Intento moverme, y mis piernas no responden. Estoy atrapado, inmóvil, como si la propia tierra me hubiera tragado.



El dolor de cabeza es insoportable. Cada latido es un martilleo que me recuerda mi miseria. ¿Cómo he llegado a esto? Se suponía que el alcohol era mi compañero, un refugio que me prometía olvidar el dolor que siento por haber perdido a mi hija Maia, pero únicamente me ha traído más sufrimiento. Ahora, en este lugar, siento que estoy pagando cada gota que he bebido.

La oscuridad es total. No hay luz, no hay esperanza. Solo el sonido de mi respiración entrecortada y el latido de mi corazón, que parece acelerarse a cada segundo que pasa. Intento pensar frío, cualquier cosa que me dé una pista sobre cómo salir de aquí, mi mente está nublada, perdida en un mar de recuerdos borrosos.

Entonces algo cambió, la negrura se hizo tangible, como si tuviera vida propia. Y sentí que algo se movía debajo de mí, susurrando mi nombre con voces que no eran humanas. Traté de moverme de nuevo, mi cuerpo no respondía. De pronto, una mano fría y viscosa se cerró en torno a mi tobillo y empezó a arrastrarme hacia las profundidades de aquel atolladero.

Estoy descendiendo lentamente, estoy cansado de luchar, de intentar agarrarme a algo, mi mente está llena de más y más promesas de dolor eterno. Ya puedo mover la cabeza, ahí abajo veo una figura grotesca, con los ojos vacíos y una sonrisa que destila pura maldad. Su risa retumba en esta fosa, es un sonido que me hiela la sangre. No puedo hacer nada, mi fin ha llegado, lo sé.

La fosa no es una metáfora de mi adicción, es real y está destinada a ser mi tumba para siempre. Ahora comprendo que el verdadero monstruo no es el que me espera ansioso, sino este que vive dentro de mí, el mismo que destrozo a mi familia. Debes perecer conmigo.




Fuente de las imágenes
1, 2, 3, 4