En un abril opaco y lacerante
con una parte vacía
y otra de excesivo peso,
divago cuál de las dos mitades
me tiene en desequilibrio.
Las ideas tiemblan con agonía
mientras un piano revela su lado conflictivo.
“Así suenan mis mitades, —triste lo admito—
cuando traman enfrentarse por saberse
las porciones más llenas de mí.
Es un jueves incómodo y de lluvias,
el confort no se muda de zona
y me quema con la voraz duda
de a dónde debo inclinar a mis sombras.
No logro ver mi poderoso todo
y le pido a mi centro un alivio
por enterarme de cuál mitad
le otorga libertad a mis ángeles
y cuál otra aprisiona a mis demonios.
¡Pero el alma es equidista
y a la vez ineficaz
de reconocer el punto medio!
Elucubro al discernir
sobre una áspera colchoneta
que rígida me sostiene a la par
de las notas espeluznantes de un piano.
Mi ansiedad tiene hambre de roer
un poco más de cabello,
y yo me hago el incapaz loco
que no puede callar sus mitades
“Medio lleno estoy.
Quizá, medio vacío
o sólo a medias”.
Súbitamente, lo oscuro fue lo agresivo
y yo titubeante, invadí al piano con mi voz
“Ten piedad de mí —le dije— por favor,
quiero reconciliarme contigo.
No reconozco esa parte de mí,
que me parte somnoliento y adormecido
y ya no llegues más los lunes
como el inesperado inquilino,
que da golpes de realidad y me marca".
Un lugar que se llama la mitad
es inhabitable para los desbalanceados.
Abatido y agotado, con la nuca tiesa,
la efervescente sangre emigra
a los llamados de la cabeza
que emite sus arcaicos ruidos.
“¡Golpeas suave —le grito— Hazlo fuerte,
contra la cara de mis otros meollos
que me derrumban sobre la áspera colchoneta
situada a la altura de mis rodillas,
pero que es en verdad el fondo!”.
La mitad no amilana la reyerta,
me ve postrado sobre mi lecho
y no requiere de ningún sonido
para bruscamente asustarme y sorprenderme
cada siempre clavándome su punzante ruido.
Es alguien maleducado. Jamás
osó presentarse para decirme
si es hombre, mujer, anciano,
o un niño con alas de ángel.
Y los ojos van llenos de un misterio
que brilla amarillo mugriento
cuando mi aposento se llena
con cúmulos de azabache.
“¿Qué oculta tu cabello negro de enredo?
No es gracioso y escucho una risa
que compite con la sonora del piano.
Necesito saber, ¿qué mitad
es esta que me desentraña?
¡Sigo sin ver cómo el margen
se descose del medio, querubín!”.
Petrificado, ocupando la pose del feto,
veo al espectro lanzar golpes indivisibles
que no me atinan, pero emerge una lágrima
que brilla y flota por la habitación.
“Eres un traidor”, y no entendió;
Me has traído una invasión de soledades,
me has distraído de los suelos firmes
y me has atraído a tu indescifrable rostro.
Pusilánime traidor, ¿qué te traes
cuando me traes la lección más dura?”.
Y el silencio no fue nunca interrumpido.
“¿Por qué me hablas sin palabras,
insospechado niño; —le susurro nervioso—
despídete sin lastimarme
y dirígete a mi lado entusiasta,
evita la visita vulnerable
de lo que esté medio vacío.
Es hora de irte, traidor.
O sube la voz alguna vez
y mencióname tu verdadero nombre
para saber de quién soy dueño”.
Y el silencio no fue nunca interrumpido.
“Aquí no hay nada, querubín,
ni siquiera estoy yo,
que abatido, sospecho de mi todo”
Y el silencio no fue nunca interrumpido.
Todavía sigo petrificado,
sin la inercia de los prepubertos,
tirado sobre una cama que me sostiene
a la par de la cruel melodía de un piano
que es tan áspera como el colchón
donde desesperado, sin moverme,
emito gotas saladas que flotan
y compiten con la nota más alta.
Es un lugar que se llama la mitad
y estoy atascado.
“Medio lleno estoy.
Quizá, medio vacío
o sólo a medias”.
Imagen de RubioBudia en Pixabay
Imagen de Starnly ojike en Pixabay
Imagen de Sibeal Artworks en Pixabay