EL BURRO CUMPLEAÑERO
Recordándose el granjero
que en ese preciso día
su noble rucio cumplía
otro calendario entero
de servir en la alquería,
se dijo que justo era
que un regalo le comprara
y de esa forma mostrara
la gran amistad sincera
que hace años le brindara.
Feliz, con paso ligero,
se fue dispuesto a gastar
y en seguida entró al bazar
del hábil talabartero
a ver qué cosa comprar.
Y al poco rato, campante,
llegó trayendo cargado
un paquete muy pesado
forrado en papel brillante
y un gran lazo colorado.
¡Burrito, feliz cumpleaños!
¡Feliz cumpleaños, querido,
mi amigo, mi consentido,
mi ojo derecho, mi paño,
mi compadrito que ha sido!
Se desgajaba el granjero
en lisonjas y le hablaba
mientras nervioso quitaba
aquel forro traicionero
que el regalo resguardaba.
¡Qué regalo tan malera
que hasta me empuja a rabiar!
Pensó el burro al observar
que el dichoso regalo era
una silla de montar.
Pero el granjero, al contrario
de lo que el burro pensaba
solo lo bueno exaltaba
y en pertinaz comentario
con entusiasmo expresaba:
¡Qué cosa tan linda y grata!
Cuero suave y repujado
con fino gusto tallado,
y cuatro hebillas de plata
en la cincha de prensado.
Ven, burro, para que exhibas
tu regalo y tu boato,
dijo el hombre, y de inmediato
le ajustó la silla arriba
y montó con gesto grato.
Como hacía tan gran solazo,
que era un infierno el lugar,
y el burro se hacía rogar,
le soltó cuatro rolazos
para hacerlo caminar.
Alguien conozco que iguala
a esta persona engañosa,
que al regalar una cosa
a sí mismo se regala
fingiendo ser generosa.
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Texto e imagen de Tomás Jurado Zabala
Gracias por sus amables lecturas