EL BURRO QUE SEMBRÓ FLORES
Observando el burro estaba
cómo el viejo labrador
la cosecha celebraba
producto de su labor.
Y su hija, su querubín,
la niña de sus amores,
en su pequeño jardín
sembraba preciosas flores.
Así el burro desde afuera
observaba a hurtadillas
la niña con la tijera,
el padre con la escardilla.
Y siempre en hora precisa
extendían en los manteles,
el padre sus hortalizas
y la niña sus claveles.
Y el burro entonces sintiendo
una fuerte inspiración
al monte se fue corriendo
para hacerse agricultor.
Y sembró con tal porfía
y un optimismo triunfal,
que al año el burro tenía
el más precioso rosal.
Después se puso a pensar,
algo triste y cabizbajo,
que no podría disfrutar
el fruto de su trabajo.
Se dio cuenta, entre temores,
que volvió a pecar de basto.
Dígame eso, sembrar flores
si él lo que come es pasto.
Y embargado de tristeza
cuando su jardín miraba,
rascándose la cabeza
de esta manera pensaba:
Razón tienen los señores
de llamarme bruto a mí:
¿un burro sembrando flores
en vez de sembrar “maí”?
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Texto e imagen de Tomás Jurado Zabala
Gracias por sus amables lecturas