Una melodía llamada libertad
Entre los músicos invitados estaba Millie, una joven pianista, con mucho talento y futuro. Delicada y de una personalidad muy noble, Millie también era una joven rebelde, amante de la libertad y del pensamiento crítico:
_Sabemos tu inconformidad, Millie, pero la universidad necesita ese financiamiento para poder seguir con el programa musical –le expresó el rector con preocupación intentando convencerla.
_¿Pero ustedes se olvidan que ese mismo mandatario ha ordenado apresar a muchos estudiantes? ¿Se olvidan de la manera fraudulenta en la que ha llevado su gobierno? ¡No puede ser que tengan tan poca memoria! –expresó Millie entre molesta y entristecida.
_Claro que sabemos todo eso, pero no podemos negarnos a la presentación. Eso significaría la muerte de nuestro programa de orquesta. –acotó el director, que aunque estaba de acuerdo con Millie, había sido amenazado si se rehuía a no presentarse aquella noche.
_Tal vez tú puedes salir del país, pero ¿Y tus compañeros? Hazlo por ellos –acotó el rector sabiendo que aquel argumento sería suficiente para convencer a Millie.
_Está bien, acepto, pero que quede claro que solo tocaré por el bien de nuestra universidad y mis amigos. Solo por eso. –expresó disgustada con aquellas personas por no tener la valentía de enfrentarse al sistema.
El concierto comenzó como estaba previsto: a puerta cerrada. Los jóvenes músicos con cada pieza demostraron su talento. Millie, por ser la pianista, estaba en la parte delantera del escenario. Nadie dudaba de su rol protagónico en aquel evento. Se veía bella, seria, imponente, parecía un ángel etéreo con los ojos cerrados, como si con aquel gesto intentara soñar que estaba en otro lado, lejos de aquel público.
En la sala se escuchó “Claro de Luna”, Sonata para piano nº14 de Beethoven; “El Mesías” de Handel; “Pequeña Serenata Nocturna” de Mozart; “Para Elisa” de Beethoven y muchas otras piezas clásicas. El auditorio aplaudía y sonreía como si fueran hienas en un festín de banalidades.
Después de eso, sus dedos recorrieron las teclas y no salió de aquellas teclas blancas y negras ninguna pieza clásica sino el himno nacional de aquel país. Sus compañeros, conmovidos por aquella proeza, tomaron sus instrumentos y acompañaron a Millie en aquella forma de protesta. Desde afuera, a viva voz, se escuchaba a los jóvenes entonar el himno con fuerza.
En la sala, el mandatario ponía una cara de poema y buscaba la salida aterrorizado. Mientras, Millie seguía tocando su piano y el huracán de voces afuera, indetenible, gritaban: libertad, libertad, libertad.
Esta es mi participación en el concurso semanal que hacen nuestros amigos de #risingstar. Si quieres participar, aquí te dejo el post de invitación. Mucha suerte y bienvenido.