In this miserable diabolical chess game, which is the Geopolitical strategy, what has the least value -in fact, none, as bad as I regret saying it- is human life: we are simple guinea pigs in the terrifying laboratory where a select group of ' Doctors Frankenstein' play to create their own monster model, based on strategic patchwork, where the Economy - come on, the fucking dollars, euros, rubles, yen and virtual manasses - have become the New Gospels. We are subject to its power and influence to such an extent that it is already difficult, if not impossible, to discern which side Reason is on and if it really exists or, on the contrary, it was also killed by the comet that extinguished the dinosaurs. Yesterday, Sunday, taking my usual walk through that Madrid that I like to discover a little more every day, of course, with a camera on my shoulder and a notebook at the ready to write down everything that came my way -as Galdós, Valle-Inclán and so many others, whose valuable cultural heritage the new generations will pass by - I have come across a distressing situation: occupying both ends of one of the sides of that Paseo del Prado - part, as you know and if you don't know, you already know I say so that you take note of the recently named by UNESCO, Paseo de la Luz - two manifestations. Coming down from the Cibeles Square, Ukrainian protesters. Going up from the Atocha’s Roundabout, pro-Russian protesters. The police in the middle, acting as a barricade, although I recognize that the typical cry has been missing, both on one side and on the other, of: 'they will not pass'. And although my sympathies are always with the weak, I admit that I have also dedicated my thoughts to the strong, supposing -and I am probably wrong, I tend to do it often and lately twice as much- that in the existential drama we are witnessing, there are no weak nor strong, but simple lambs, sacrificed without mercy, in the Holocaust to a new Moloch, which is called Power. To which, of course, could also be added that of: Limitless. Anyway, as the great comedian Gila would say: stop the world, I want to get off.
En este miserable juego de ajedrez diabólico, que es la estrategia Geopolítica, lo que menos valor tiene -de hecho, ninguno, por mal que me pese decirlo- es la vida humana: somos simples cobayas en el terrorífico laboratorio donde un selecto grupo de ‘doctores Frankenstein’ juegan a crear su propio modelo de monstruo, en base a remiendos estratégicos, donde la Economía -vamos, los putos dólares, euros, rublos, yenes y los manases virtuales- se han convertido en los Nuevos Evangelios. Hasta tal punto estamos sujetos a su poder e influencia, que ya es difícil, cuando no imposible, discernir de qué lado está la Razón y si ésta existe realmente o por el contrario, fue abatida también por el cometa que extinguió a los dinosaurios. Ayer domingo, realizando mi habitual paseo por ese Madrid que me gusta ir descubriendo cada día un poco más, por supuesto, cámara al hombro y libreta en ristre para ir apuntando en ella todo lo que se tercie -como hacían Galdós, Valle-Inclán y tantos otros, por cuya valiosa herencia cultural pasarán de largo las nuevas generaciones- me he encontrado con una angustiante tesitura: ocupando ambos extremos de uno de los laterales de ese Paseo del Prado -parte, como saben y si no lo saben, ya se lo digo yo para que tomen nota, del recién denominado por la UNESCO, Paseo de la Luz- dos manifestaciones. Bajando desde la Plaza de Cibeles, manifestantes ucranianos. Subiendo desde la Glorieta de Atocha, manifestantes prorrusos. La policía en el medio, haciendo de barricada, aunque reconozco que ha faltado el típico grito, tanto en uno como en otro bando, de: ‘no pasarán’. Y aunque mis simpatías siempre estén con el débil, reconozco que he dedicado también mis pensamientos hacia el fuerte, suponiendo -y seguramente me equivoque, suelo hacerlo a menudo y últimamente el doble- que en el drama existencial al que estamos asistiendo, no hay débiles ni fuertes, sino simples corderos, sacrificados sin piedad, en el Holocausto a un nuevo Moloch, que se llama Poder. Al que, desde luego, se le podría añadir también aquello de: sin Límites. En fin, como diría el grandioso humorista Gila: que paren el mundo, que me quiero bajar.
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