Anette había discutido con sus padres, hacía tiempo que no vivía con ellos, siempre había sido una rebelde para la época, una mujer determinada y trabajadora en los inicios del siglo XX no era muy común. Aun así su familia la aceptaba y apoyaba siempre que lo necesitaba, solo esta vez estaba en completo desacuerdo, pues Anette estaba convencida de migrar.
Habían sido tiempos difíciles, esa bella época que auguraba progreso y prosperidad para todos, era un espejismo para la población más pobre, por ello una gran parte de sus amigos había migrado y el barrio donde Anette había crecido ya no era ni la sombra de hacía unos años atrás. Sus padres se oponían a esta idea migratoria, una parte por pasiones patrióticas y otra porque se negaban a aceptar que no volverían a ver a su hija, pues era muy incierto el destino de los que migraban.
Pese a los fuertes argumentos de sus progenitores, Anette se preparaba para recibir a sus amigos Alonzo y Giulietta Miller, dos hermanos de origen italiano que venían a su encuentro, para finalmente partir juntos a los Estados Unidos. Anette les había conocido en una ocasión en la que los hermanos Miller estaban pasando sus vacaciones en París, desde entonces se había hecho grandes amigos y habían conservado aquel vinculo a través de cartas. Ahora los tres amigos se reunirían, y aquella cálida bienvenida daba paso a un adiós irremediable a la cuna que los había visto nacer. Era inevitable para todos sentir un poco de vértigo, saber que dentro de una semana estarían bajo un cielo que no era el suyo, en las calles ajenas de otro continente. Pero estaban en Paris, así que aprovecharían hasta el último segundo en la ciudad del amor.
La última vez que Anette había visto a los hermanos, estos estaban un poco diferentes. Alonzo era el mayor, desde la primera vez que lo vio notó una chispa proveniente de él, sus ojos cálidos y maduros la miraban y cautivaban a través de las cartas que intercambiaron durante esos tres años. Giulietta por su parte, era mucho más joven que ella, sonreía tímidamente y esquivaba la mirada; no hablaron mucho en el primer encuentro, pero Giulietta le escribió una carta cada día durante los tres años siguientes, cosa que encendía las emociones de Anette, quien se desvelaba pensando en los labios rosados y húmedos de Giulietta.
Ahora tenía a los dos hermanos frente a ella, Alonzo estaba un poco envejecido, no por los años, más bien por las dificultades. La chispa que había encontrado en él algunos años atrás ya no brillaba igual, pero esa mirada todavía la contenía, como si Alonzo guardara en sus pupilas el poder para detener el tiempo. Giulietta también estaba cambiada, ahora se veía menos niña, le sostenía la mirada firmemente, como si quisiera entrar a través de sus ojos y ocupar sus adentros.
Anette se sentía ebria y tropellada, habían pasado tantas cosas en los últimos días y ahora tenía a los hermanos Miller, las únicas dos personas que habían logrado desarmarla por completo. En la tarde del reencuentro, mientras el mundo se conmocionaba ante los cambios violentos del nuevo siglo, la única preocupación de Anette era no tener certeza de cuál de los dos hermanos la hacía sentir más plena y húmeda.
Pasaron dos días recorriendo Paris, aquellas calles poéticas eran ideales para los amantes y Anette jugaba al azar con sus dos enamorados. Las horas eran delirantes para ella, sentía que volaba entre los brazos fuertes de Alonzo y las curvas pronunciadas de Giulietta. Por las noches Anette armaba un rompecabezas con las partes que más amaba de cada uno: De Giulietta los labios, los pechos, las manos, las curvas, la cabellera rubia y larga, la piel de leche tibia; de Alonzo los ojos, los brazos, la espalda, las cejas pobladas y la sutil barba en su varonil mentón. Y cuando ya había armado toda aquella perfección, los desunía lentamente como quien desoja una flor y repite: me quiere / no me quiere, en cada pétalo. Así pasaba la madrugada armando y desarmando a los hermanos, escogiendo nuevas partes amadas, perfeccionando cada vez más aquella construcción ambiciosa de ambos, total para ella, Alonzo y Giulietta era un solo amante ideal.
A los tres días Alonzo abordo a Anette, no con palabras, sus cuerpos se encontraron en la terraza de su apartamento mientras Giulietta dormía. Anette estaba desesperada de deseo, sin embargo Alonzo era apacible, la tocaba despacio y dejaba caer sus labios suavemente en la piel de Anette. Esto le encantaba y la enloquecía, pues mientras más sentía a Alonzo habitando su cuerpo en pequeñas dosis, más necesitaba de esa presencia que deliberadamente no la dejaba saciarse.
El cuarto día fue para Giulietta, esta vez fue Anette la que abordo aquel cuerpo distante, lleno de curvas y de abismos. Giulietta no se parecía en nada a su hermano, el encuentro fue salvaje y sucio, las dos arañaban sus pieles como gatas enfurecidas, se mordían y lloraban de dolor y placer. Sus risas y gemidos se unían discretamente a los ruidos de la noche parisina.
Al día siguiente cuando Anette tuvo un instante para sí misma, pensó que Paris era mucho más lindo con Alonzo y Giulietta. Esa idea la persiguió durante todo el día, hasta que en la noche una certeza nació en su interior, no necesitaba buscar nada al otro lado del mundo, cuando todo lo que había necesitado siempre estaba ahora junto a ella. Aquella ilusión le duro poco, pues también sabía que ninguno de los dos hermanos aceptaría la idea de compartir su amor con el otro ¿o sí?
Alonzo era dócil y gentil, cuidadoso, amoroso y presto a servir. Pero era varón y la fragilidad masculina les tiende muchas trampas a los hombres, les enceguece de soberbia y los vuelve enemigos hasta de lo más amado. Por otro lado Giulietta era fría, calculadora, indiferente y salvaje, dolorosamente seductora, capaz de poner el mundo entero a sus pies. Pero siendo mujer, se le haría más fácil entender el deseo de otra, no le cuestionaría su ambivalencia, pues seguramente ella también había estado envuelta en una situación similar. Y sobre todo jamás se dejaría intimidar de su hermano.
Ambos tenían características que podían hacerles rechazar la idea. Pero ella no iba a escoger, tenía que hacer algo para que fueran los hermanos quienes lo hicieran. Así que escribió una carta para cada uno, en ambas confesaba su amor por los dos y los encuentros apasionados días atrás. Y a cada uno le juraba amor exclusivo a cambio de quedarse con ella en París y desistir del viaje.
Cada uno leyó su carta, ignorando que otra igual había sido entregada a su pariente. La decisión no era fácil, los Miller habían sufrido muchas carencias en Italia, la decisión de irse había sido su única vía de escape y una luz en medio de tanta oscuridad. Nacidos en una familia de agricultores ya no tenían futuro en un país que empezaba a importar los alimentos de las colonias y de América, la revolución de las maquinas había acabado con su vida.
El día del viaje Anette se sentó en su cama, con la maleta deshecha, a esperar cuál de los dos hermanos cruzaría su puerta. La atemorizaba la idea de que ambos decidieran quedarse y que estando los tres no pudieran lidiar con aquel amor que no pertenecía a su tiempo. Pero lo que en realidad la aterrorizaba, era que ninguno de los hermanos la escogiese y tener que quedarse sola en París, sin ninguno de sus dos amores.
Pasaron las horas y ninguno de los dos Miller cruzaba la puerta. Anette empezaba a sentir la amargura de su decisión cabalgando en su garganta, no quería llorar, pero un llanto ácido le agrietaba los parpados, como si todo su dolor estuviese tratando de salir de su cuerpo.
En el barco que se dirigía a los Estados Unidos, lleno de migrantes desesperados y sedientos de futuro, había zarpado Alonzo. Este no contenía su llanto, todo él era un manantial de dolor, dándole la espalda a su hogar, a sus raíces y a su vida, en busca de lo inexplorado.
Al otro lado de la puerta del apartamento de Anette se encontraba Giulietta, dudosa de girar la manilla. Consciente de que ese corto tramo de tan solo unos metros que la separaba de Anette, era perfectamente una travesía en el mar que, al igual que a su hermano, la conducía a lo desconocido.
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Writing between love and letters / Good bye París (English/Spanish)
Anette had argued with her parents, she had not lived with them for a long time, she had always been a rebel for the time, a determined and hardworking woman in the early twentieth century was not very common. Even so, her family accepted and supported her whenever she needed it, only this time they disagreed completely, because Anette was convinced to migrate.
It had been difficult times, that beautiful era that promised progress and prosperity for all, was a mirage for the poorest population, so a large part of her friends had migrated and the neighborhood where Anette had grown up was not even the shadow of a few years ago. Her parents were opposed to the idea of migration, partly because of patriotic passions and partly because they refused to accept that they would never see their daughter again, since the fate of those who migrated was very uncertain.
Despite the strong arguments of her parents, Anette was preparing to receive her friends Alonzo and Giulietta Miller, two siblings of Italian origin who were coming to meet her, to finally leave together for the United States. Anette had met them on an occasion when the Miller siblings were spending their vacation in Paris, since then they had become great friends and had maintained that bond through letters. Now the three friends would be reunited, and that warm welcome gave way to an irremediable farewell to the cradle where they had been born. It was inevitable for all of them to feel a little vertigo, knowing that in a week they would be under a sky that was not theirs, in the foreign streets of another continent. But they were in Paris, so they would make the most of every last second in the city of love.
The last time Anette had seen the brothers, they were a little different. Alonzo was the eldest, from the first time she saw him she noticed a spark coming from him, his warm and mature eyes looked at her and captivated her through the letters they exchanged during those three years. Giulietta, on the other hand, was much younger than her, she smiled shyly and avoided his gaze; they didn't talk much at the first meeting, but Giulietta wrote her a letter every day for the next three years, something that ignited Anette's emotions, who would wake up thinking about Giulietta's pink and wet lips.
Now she had the two brothers in front of her, Alonzo was a little aged, not because of the years, but rather because of the difficulties. The spark she had found in him some years before no longer shone the same, but that gaze still contained it, as if Alonzo held in his pupils the power to stop time. Giulietta was also changed, she looked less childlike now, she held her gaze firmly, as if she wanted to enter through her eyes and occupy her insides.
Anette felt drunk and tripped out, so much had happened in the last few days and now she had the Miller brothers, the only two people who had managed to completely disarm her. On the afternoon of the reunion, while the world was shocked by the violent changes of the new century, Anette's only concern was not being sure which of the two brothers made her feel more full and wet.
They spent two days touring Paris, those poetic streets were ideal for lovers and Anette played at random with her two lovers. The hours were delirious for her, she felt she was flying between Alonzo's strong arms and Giulietta's pronounced curves. At night Anette put together a jigsaw puzzle with the parts of each of them that she loved most: Giulietta's lips, breasts, hands, curves, long blonde hair, warm milky skin; Alonzo's eyes, arms, back, bushy eyebrows and the subtle beard on his manly chin. And when he had assembled all that perfection, he slowly disassembled them like someone who plucks a flower and repeats: they loves me / they doesn't love me, in each petal. Thus she spent the early hours of the morning assembling and disassembling the siblings, choosing new beloved parts, perfecting more and more that ambitious construction of both of them, for her, Alonzo and Giulietta were only one ideal lover.
After three days Alonzo approached Anette, not with words, their bodies met on the terrace of their apartment while Giulietta slept. Anette was desperate with desire, yet Alonzo was gentle, touching her slowly and letting his lips fall softly on Anette's skin. This delighted her and drove her crazy, for the more she felt Alonzo inhabiting her body in small doses, the more she needed that presence that deliberately would not let her satiate.
The fourth day was for Giulietta, this time Anette was the one who boarded that distant body, full of curves and abysses. Giulietta was nothing like her brother, the encounter was wild and dirty, the two clawed at each other's skins like angry cats, biting each other and crying with pain and pleasure. Their laughter and moans discreetly joined the noises of the Parisian night.
The next day when Anette had a moment to herself, she thought that Paris was much nicer with Alonzo and Giulietta. That idea haunted her all day long, until in the evening a certainty was born inside her, she didn't need to look for anything on the other side of the world, when everything she had ever needed was now right next to her. That illusion was short-lived, for she also knew that neither of the two brothers would accept the idea of sharing their love with the other, or would they?
Alonzo was docile and gentle, careful, loving and ready to serve. But he was a man, and masculine fragility sets many traps for men, blinding them with pride and making them enemies of even the most beloved. On the other hand, Giulietta was cold, calculating, indifferent and wild, painfully seductive, capable of putting the whole world at her feet. But being a woman, it would be easier for her to understand the desire of another, she would not question her ambivalence, for surely she too had been involved in a similar situation. And above all, she would never let herself be intimidated by her brother.
Both had characteristics that could make them reject the idea. But she was not going to choose, she had to do something to make the brothers do it. So she wrote a letter to each of them, confessing her love for both of them and their passionate encounters days before. And to each she swore exclusive love in exchange for staying with her in Paris and desisting from the trip.
Each read them letter, unaware that another letter had been delivered to them relative. The decision was not easy, the Millers had suffered many hardships in Italy, the decision to leave had been their only escape and a light in the midst of so much darkness. Born into a family of farmers, they no longer had a future in a country that was beginning to import food from the colonies and America, the machine revolution had ended their lives.
On the day of the trip Anette sat on her bed, her suitcase unpacked, waiting to see which of the two brothers would walk through her door. She dreaded the idea that they would both decide to stay and that the three of them would not be able to deal with the love that did not belong to their time. But what really terrified her was that none of the brothers would choose her and that she would have to stay alone in Paris, without either of her two loves.
The hours passed and neither Miller would come through the door. Anette was beginning to feel the bitterness of her decision riding in her throat, she didn't want to cry, but an acid cry was cracking her eyelids, as if all her pain was trying to leave her body.
Alonzo had set sail on the ship bound for the United States, full of desperate migrants thirsty for a future. He was not holding back his tears, all of him was a wellspring of pain, turning his back on his home, his roots and his life, in search of the unexplored.
On the other side of the door to Anette's apartment stood Giulietta, hesitant to turn the handle. Aware that that short stretch of only a few meters that separated her from Anette was perfectly a crossing of the sea that, like her brother, was leading her into the unknown.
I invite @chacald.dcymt and @jetta.amaya to participate.
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