Saludos, apreciada comunidad de writing club, hoy comparto con ustedes un cuento corto escrito por mí, espero les guste.
La traducción al inglés la dejaré al final del texto. Saludos.
Greetings, dear writing club community, today I share with you a short story written by me. I hope you like it.
I will leave the English translation at the end of the text. Greetings.
Había sido un viaje largo. Dejaba atrás parte de mí; sin embargo, estaba segura del camino a recorrer. Ya no estaba dispuesta a seguir aguantando esa sumisión y esos maltratos. Ese día venía de regreso a mi ciudad natal por la vieja carretera de la costa, en un autobús de segunda, sin aire acondicionado y con butacas como piedra. Agradecí en silencio cuando el hombre sentado a mi lado se bajó en Curiepe. Pude estirar las piernas y descansar los oídos de su prédica a toda voz.
Por fin lograba conciliar el sueño, un sueño intermitente y fugaz, que desde hacía meses me era cada vez más difícil conseguir. Y, sin embargo, allí estaba de nuevo, esa tensión dolorosa, esa mordida fantasma en la espalda que me impedía descansar. Durante esa época los analgésicos y el desgaste propio del insomnio me mantenían en medio de dos mundos, constantemente me debatía entre el sueño y la vigilia. Nunca sabía si estaba semi-dormida o semi-despierta.
Ya eran las tres de la tarde. El intenso sol se colaba entre las ramas de los árboles que formaban un arco vegetal sobre la carretera. Un pequeño salto del autobús y de nuevo estaba despierta, ¿Estaba despierta? No quería abrir los ojos, ese juego de luz y sombras proyectándose sobre mis párpados cerrados me reconfortaba. Veía cosas. Soñaba historias. Estaba sudada. Sedienta. Hambrienta. Exhausta. Jadeante. En huida.
Morena soy. Reina soy. Guinea soy, Miná alzada. Cimarrona soy. Solo los árboles y los pájaros me acompañan. Las muñecas de mis manos están marcadas, mis pies descalzos, rotos, mi espalda aún sangra. Cien azotes con látigo bendito por el obispo, por negarme a compartir cama con el amo. Treinta y un azotes contó el caporal cuando José Fulgencio, mi hombre, se le fue encima con la muerte encendida en sus ojos y en sus manos. Él le había hecho promesa a Nzambi para que bendijera a su hijo que llevaba en mi vientre y ese animal lo iba a matar.
"Pelea como una leona si te llegaran a tocar un pelo", le dijo el viejo Canshé, el único que aún recordaba los viejos cantos; "usa uñas y dientes, defiende la vida; eres reina Miná, Guinea, libre. No quedará piedra sobre piedra donde tu sangre y la de tus descendientes sea derramada, al final de los tiempos la justicia de Bilongo los alcanzará y la cadena más gruesa se hará polvo sobre tu piel. Hablaron los caracoles, habló La Madre."
José Fulgencio saltó enloquecido cargando una piedra que consiguió allí mismo y lo golpeó tantas veces que aquel rostro agrio y maltrecho se disolvió en una masa de sangre, carne y huesos magullados. Cuándo volteó para soltarla, ella ya no estaba.
Ya no podía correr más. Corrí hasta el final de mis fuerzas. Me detuve en medio de aquel lugar descampado. Me recosté debajo de un árbol que daba buena sombra. Cerré los ojos. Mi espalda latía a reventar, estaba sedienta, hambrienta, sudada, jadeante. Sentí en mi cara el viento de la costa. A lo lejos se escuchaban los perros, sin embargo, no quería abrir los ojos. Allí acostada descubría el juego de luz y sombras sobre mis párpados, veía cosas, recordaba historias de mi antiguo hogar. Estaba tan agotada, solo quería dormir. Esta vez no sobreviviría, debía escapar, vienen por mí, ya no me atraparán. Morena soy. Reina soy. Guinea soy, Miná alzada. Cimarrona soy. Solo los árboles y los pájaros me acompañan.
Cuando los buscadores y sus perros llegaron a dónde los había llevado el rastro de sangre no había más que unas cuerdas sucias, un viejo vestido y una mariposa azul revoloteando e ingenua ante la barbarie se adentraba en el matorral.
La marcha del vehículo se detuvo. Abrí los ojos. Finalmente, llegué a mi destino. Fue un viaje largo, venía de regreso. Mientras esperaba que el autobús se vaciara para poder bajar, una mariposa azul entró por mi ventana. Puse un pie en mi nuevo destino, respiré profundo, miré a los lados, me sentí a salvo, me di cuenta de que la mordida en mi espalda había cesado, me sentí liberada.
English version
It had been a long journey. I was leaving part of me behind; however, I was sure of the road ahead. I was no longer willing to put up with such submission and mistreatment. That day I was on my way back to my hometown on the old coastal highway, in a second-class bus, with no air conditioning and seats like stone. I was silently grateful when the man sitting next to me got off at Curiepe. I could stretch my legs and rest my ears from his loud preaching.
I was finally able to fall asleep, an intermittent and fleeting sleep, which I had found increasingly difficult to achieve for months. And yet, there it was again, that painful tension, that phantom bite in my back that prevented me from resting. During that time the painkillers and the wear and tear of insomnia kept me in the middle of two worlds, constantly torn between sleep and wakefulness. I never knew if I was half asleep or half awake.
It was already three o'clock in the afternoon. The intense sun was filtering through the branches of the trees that formed a vegetal arch over the road. A little jump from the bus and she was awake again, was she awake? I didn't want to open my eyes, that play of light and shadows projecting on my closed eyelids comforted me. I saw things. I was dreaming stories. I was sweaty. Thirsty. Hungry. Exhausted. Panting. On the run.
I am brunette. Queen I am. Guinea I am, Miná raised. Cimarrona I am. Only the trees and the birds accompany me. The wrists of my hands are marked, my bare feet, broken, my back still bleeds. A hundred lashes with a whip blessed by the bishop, for refusing to share a bed with the master. Thirty-one lashes the caporal counted when José Fulgencio, my man, went at him with death burning in his eyes and hands. He had made a promise to Nzambi to bless the child he carried in my womb and that animal was going to kill him.
"Figth like a lioness if they should touch a hair on your head," said old Canshé, the only one who still remembered the old songs; "use tooth and nail, defend life; you are queen Miná, Guinea, free. No stone will be left upon stone where your blood and that of your descendants will be spilled, at the end of time Bilongo's justice will reach them and the thickest chain will turn to dust on your skin. The snails spoke, The Mother spoke."
José Fulgencio jumped madly carrying a stone he got right there and hit him so many times that that sour and battered face dissolved into a mass of blood, flesh and bruised bones. When he turned to let her go, she was gone.
I could run no more. I ran to the end of my strength. I stopped in the middle of that deserted place. I lay down under a tree that gave good shade. I closed my eyes. My back was pounding, I was thirsty, hungry, sweaty, panting. I felt the wind on my face from the coast. In the distance I could hear the dogs, but I didn't want to open my eyes. Lying there I discovered the play of light and shadows on my eyelids, I saw things, I remembered stories of my old home. I was so exhausted, I just wanted to sleep. This time I would not survive, I had to escape, they are coming for me, they will not catch me anymore. Morena I am. Queen I am. Guinea I am, Miná alzada. I am Cimarrona. Only the trees and the birds accompany me.
When the searchers and their dogs arrived where the trail of blood had led them, there was nothing more than some dirty ropes, an old dress and a blue butterfly fluttering and naive before the barbarism, it entered the bush.
The vehicle stopped. I opened my eyes. Finally, I arrived at my destination. It was a long trip, I was on my way back. As I waited for the bus to empty so I could get off, a blue butterfly came through my window. I set foot on my new destination, took a deep breath, looked to the sides, felt safe, realized that the bite on my back had stopped, I felt liberated.