Una tarde senté a la Belleza en mis piernas. Y la encontré amarga. Y la injurié.
Arthur Rimbaud, fragmento de Una temporada en el infierno.
Al cerrar los ojos, sentí que mi espíritu abandonaba mi cuerpo, rodeado de una absoluta oscuridad. Mientras ascendía por el inescrutable abismo, gotas de sangre llovieron sobre la tierra pútrida, mis brazos se transformaron en alas negras y mi rostro adquirió el aspecto de las gárgolas.
Sobrevolé ciudades de polvo y ceniza, graznando como los cuervos, por los rincones donde habita la desgracia. Escuché el lamento de los hombres, almas errantes con cadenas, destinadas a perecer en su propia miseria, pero ninguno me convenció de su inocencia.
Visité los cementerios, entre la densa niebla, bajo la luz carmesí de la luna. Escuché historias de fantasmas, que hablaban de antiguas pesadillas y viejos amores, pero ninguno logró conmoverme y me reí a carcajadas de su tragedia.
Exhausto, sin ánimos de escudriñar la verdad, volví a emprender el vuelo.
Volé tan alto que conocí todas las formas posibles de las nubes y descubrí el escondrijo del cielo. Pero su belleza me causó tal repulsión, que grité alarmado el nombre de Dios. Sentí en mi oscura piel la calidez de la vida y me aferré con fuerza al frío de la muerte.
Mi caída fue eterna, hacia los más profundos infiernos, donde esperaba mi cuerpo dormido.
One afternoon I sat Beauty on my lap. And I found her bitter. And I reviled her.
Arthur Rimbaud, excerpt from A season in hell.
As I closed my eyes, I felt my spirit leave my body, surrounded by absolute darkness. As I ascended the inscrutable abyss, drops of blood rained down on the putrid earth, my arms transformed into black wings and my face took on the appearance of gargoyles.
I flew over cities of dust and ashes, cawing like crows, through the corners where misfortune dwells. I heard the lament of men, wandering souls in chains, destined to perish in their own misery, but none convinced me of their innocence.
I visited the cemeteries, in the dense fog, under the crimson light of the moon. I listened to ghost stories, which spoke of old nightmares and old loves, but none of them managed to move me and I laughed out loud at their tragedy.
Exhausted, in no mood to scrutinize the truth, I took flight again.
I flew so high that I knew all the possible shapes of the clouds and discovered the hiding place of the sky. But its beauty caused me such repulsion, that I cried out in alarm the name of God. I felt on my dark skin the warmth of life and clung tightly to the cold of death.
My fall was eternal, into the deepest hells, where my sleeping body awaited.