La deuda │The debt (ESP-ENG) (P1)

in #hive-1324102 years ago

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 Miguel amarró la última bolsa y la pesó en la balanza. Cinco gramos exactos. Dejó la bolsa junto a las otras, sobre la mesa donde tenía la Glock 17. Se recostó en el sofá y encendió un cigarro. «Qué locura», pensó; le preocupaba el rumor que se extendía por el barrio.

 Su teléfono sonó. La foto de Bárbara sonrió desde la pantalla del aparato. Contestó.

 —Estaba pensando en ti mi amor.

 —¿Sí?

 —Sí vale. Te imaginaba usando traje de baño.

 —Ay, Miguel, tú y tus cosas. ¿Vendrás el sábado?

 —Claro que sí mi amor.

 —Te espero entonces.

 Bárbara colgó.

 Miguel lanzó el teléfono en el sofá. Se pasó ambas manos por la cabeza y resopló como un caballo.

 —¿Qué hora es? —preguntó Emiliano desde la puerta de la sala. Estaba descalzo y en pantalones cortos. Acababa de despertarse.

 —Van a ser las siete —respondió Miguel luego de comprobar la hora en su reloj de pulsera.

 Emiliano caminó hacia el centro de la sala, le pidió un cigarro y lo encendió.

 —¿Esa es la coca del colombiano?

 Miguel asintió.

 —Medio kilo de adrenalina pura. Espero venderla rápido.

 —Ten cuidado, Miguel. La gente sigue hablando.

 —Lo sé. Ahora no puedo salir sin ella. —Agarró la Glock 17 que tenía sobre la mesa y apuntó hacia la puerta de entrada de la casa—. Y si entran por ahí, desde aquí los llenaré de balas.

 Una hora más tarde estacionó su TX 200 frente a la cancha deportiva que había en el barrio. Apagó el motor y dejó la llave en el encendido. Permaneció sentado sobre la moto, con una mano en el bolsito donde guardaba parte de la mercancía y la otra en la cintura donde tenía el arma cargada y lista para ser detonada.

 La cancha estaba abarrotada. Aquella semana había un torneo de futbol que duraría desde el lunes hasta el sábado. Los rostros conocidos estaban por todas partes. De uno en uno llegaron, con el dinero oculto en la palma de la mano, saludaron y disimularon hablar sobre el partido, hasta que obtenían lo suyo y se iban.

 Emiliano llegó alrededor de las diez y media, esta vez iba uniformado. Todas las miradas cayeron sobre él; la mayoría sabían qué tipo de policía era.

 —¿Cómo van las ventas? —preguntó luego de estacionar su TX 200 al lado de la de Miguel.

 —Bajas. Como todos los miércoles.

 Emiliano sacó un cigarro de la caja que tenía en un bolsillo del uniforme, lo encendió y le ofreció uno. Miguel aceptó y fumó con él. Los dos seguían sobre el asiento de sus motos, observando el último partido de la noche, sin prestar demasiada atención a lo que hacían los jugadores, viendo hacia todas partes cada tanto, pendiente de cualquier movimiento extraño.

 —En la comisaria ya saben sobre ti —dijo Emiliano—, pero el jefe no ha dado ninguna orden.

 —¿Qué le dijiste?

 —Nada. Aún no saben que somos primos.

 —Entonces, ¿por qué no vienen?

 Emiliano guardó silencio por un momento, como si dudara de lo que diría a continuación.

 —Mis compañeros piensan que los Osorio acabaran contigo pronto y no quieren estar en el medio cuando eso pase. Creo que el jefe piensa lo mismo.

 Emiliano terminó de fumar, encendió el motor, aceleró y los sonidos del tubo de escape resonaron por todo el lugar. Antes de arrancar dijo:

 —Hoy me toca patrullar en el centro. Si la vaina se pone fea, llámame.

 Miguel asintió y escuchó como la moto se alejaba, hasta que el bullicio de la cancha opacó el sonido. «Te andan buscando», pensó mientras daba la última calada al cigarro. Inconscientemente se llevó la mano a la cintura y miró hacia todas partes. La gente iba y venía por los alrededores de la cancha: algunos rostros eran conocidos… y otros no tanto. Encendió el motor y arrancó en dirección a la autopista. Necesitaba correr a toda marcha para despojar la mente de los pensamientos que lo hacían dudar.

 De Barrera a Tocuyito en cinco minutos. Dio la vuelta en el puente de Tocuyito y regresó lentamente, como si quisiera aprovechar el momento para relajarse; pero una patrulla de policía apareció cerca de la estación de servicios La encrucijada, condujo detrás de él, lo alcanzó y el funcionario al volante le pidió que se estacionara a la derecha.

 Miguel aceleró y se desvió en uno de los sectores de La Yaguara. La patrulla lo persiguió; pero él se metió por las calles estrechas del barrio y logró despistarlos. Llegó a Barrera y guardó la moto en el garaje de la casa que una vez perteneció a sus tíos.

 Entró en la sala, se quitó el bolsito donde tenía parte de la mercancía, dejó la Glock 17 sobre la mesa y se recostó en el sofá. Sacó el teléfono y marcó el número de Bárbara. Esperó unos segundos, seguro estaba dormida. Eran las once de la noche.

 —Hola…

 —Hola, ¿por qué llamas a esta hora, Miguel? Sabes que mañana debo madrugar.

 —Me haces mucha falta, mi vida.

 —Yo también te extraño; pero mañana tengo clases y un examen importante.

 —Quería saber si te gustaría ir a la playa, el domingo por la mañana, luego de tu cumpleaños.

 —¡Ay, sí, mi amor, me encantaría! Pasa a buscarme mañana al mediodía y hablamos.

 —Está bien. Ponte bella porque te llevaré a comer al restaurante que querías.

 —¡¿En serio, Miguel?!

 —Yo siempre hablo en serio, mi amor.

 —¡Ay, gordo, me haces tan feliz!

 Miguel se echó a reír. Luego se despidió y colgó. Había conocido a Bárbara el mes pasado. Aún no se había acostado con ella y esperaba hacerlo al día siguiente, tras salir del restaurante, o tal vez el domingo, cuando estuvieran en la cabaña frente a la playa, con el sonido de las olas entrando por la ventana, libres de preocupaciones; aunque esto significara vender más para costear gastos.

 Aquella noche había vendido treinta gramos. Normalmente salía a vender los fines de semana, en las rumbas del barrio o de Campo Carabobo, cuando los consumidores acababan de cobrar el sueldo y estaban ansiosos por una dosis. Pero el colombiano le había ofrecido un buen negocio, más lucrativo que el acuerdo que mantenía con el distribuidor de los Osorio, y él aceptó. De esta forma, pasó de ganar el cuarenta por ciento de lo que vendía a quedarse con el setenta por ciento, y de vender solamente los fines de semana a vender todos los días.

 Se levantó y fue a la cocina. Aún no había cenado. Revisó la nevera; pero solo había agua, cervezas, restos de una pizza y otra cosa que no supo distinguir por el tiempo que tenía guardada. Agarró una cerveza, la destapó con una cucharilla y bebió un trago. Regresó a la sala, se metió la Glock 17 en la cintura y salió a la calle.

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Esta historia continua. Atento a la próxima publicación.

Las imágenes utilizadas pertenecen a Jacob Boavista, André Luís Rocha y Scott Rodgerson,
fotógrafos de Unsplash.com

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 Miguel tied the last bag and weighed it on the scale. Five grams exactly. He left the bag next to the others, on the table where he had his Glock 17. "How crazy," he thought; was concerned about the rumor spreading through the neighborhood.

 Her phone rang. Barbara's picture smiled from the device's screen. He answered.

 —I was thinking of you my love.

 —Yes?

 —Yeah. I imagined you wearing a bathing suit.

 —Oh, Miguel, you and your stuff, are you coming on Saturday?

 —Of course, my love.

 —I will wait for you then.

 Barbara hung up.

 Miguel threw the phone on the couch. He ran both hands over his head and snorted like a horse.

 —What time is it? —Emiliano asked from the living room door. He was barefoot and in shorts. He had just woken up.

 It will be seven o'clock —answered Miguel after checking the time on his wristwatch.

 Emiliano walked to the center of the room, asked for a cigarette and lit it.

 —Is that the Colombian's coke?

 Miguel nodded.

 —Half a kilo of pure adrenaline. I hope to sell it fast.

 —Be careful, Miguel. People are still talking.

 —I know. Now I can't leave without it. —He grabbed the Glock 17 he had on the table and pointed it at the front door of the house—. And if they come in through there, I'll pump them full of bullets from here.

 An hour later he parked his TX 200 in front of the sports field in the neighborhood. He turned off the engine and left the key in the ignition. He remained seated on the motorcycle, with one hand on the bag where he kept part of the merchandise and the other on his waist where he had the gun loaded and ready to be detonated.

 The field was packed. That week there was a soccer tournament that would last from Monday through Saturday. Familiar faces were everywhere. One by one they arrived, with money hidden in the palm of their hands, they waved and pretended to talk about the game, until they got their share and left.

 Emiliano arrived around half past ten, this time in uniform. All eyes fell on him; most of them knew what kind of policeman he was.

 —How are sales going? —he asked after he parked his TX 200 next to Miguel's.

 —Casualties. As every Wednesday.

 Emiliano took out a cigarette from the box he had in a pocket of his uniform, lit it and offered him one. Miguel accepted and smoked with him. The two of them remained on the seat of their motorcycles, watching the last game of the night, without paying too much attention to what the players were doing, looking everywhere from time to time, watching for any strange movement.

 —At the police station they already know about you —said Emiliano—, but the boss hasn't given any orders.

 —What did you tell him?

 —Nothing. They still don't know we are cousins.

 —So why don't they come?

 Emiliano was silent for a moment, as if he doubted what he would say next.

 —My colleagues think the Osorios will kill you soon and they don't want to be in the middle when that happens. I think the boss thinks the same.

 Emiliano finished smoking, started the engine, accelerated and the sounds of the exhaust pipe echoed throughout the place. Before starting he said:

 —Today it's my turn to patrol downtown. If things get ugly, call me.

 Miguel nodded and listened as the motorcycle drove away, until the hustle and bustle of the field dulled the sound. "They're looking for you," he thought as he took the last puff of his cigarette. He unconsciously put his hand to his waist and looked everywhere. People were coming and going: some faces were familiar... and others not so much. He started the engine and pulled off in the direction of the highway. He needed to run at full speed to clear his mind of the thoughts that made him hesitate.

 From Barrera to Tocuyito in five minutes. He turned around at the Tocuyito bridge and returned slowly, as if he wanted to take advantage of the moment to relax; but a police patrol car appeared near the La Encrucijada service station, drove behind him, caught up with him and the officer at the wheel asked him to park on the right.

 Miguel accelerated and made a detour in one of the sectors of La Yaguara. The patrol chased him, but he got into the narrow streets of the neighborhood and managed to throw them off. He reached Barrera and stored the motorcycle in the garage of the house that once belonged to his aunt and uncle.

 He went into the living room, took off the bag in which he had some of the merchandise, put the Glock 17 on the table and leaned back on the sofa. He took out his phone and dialed Barbara's number. He waited a few seconds, sure she was asleep. It was eleven o'clock at night.

 —Hi...

 —Hi, why are you calling at this hour, Miguel? You know I have to get up early tomorrow.

 —I miss you very much, my life.

 —I miss you too; but tomorrow I have classes and an important exam.

 —I wanted to know if you would like to go to the beach, Sunday morning, after your birthday.

 —Oh, yes, my love, I'd love to! Pick me up tomorrow at noon and we'll talk.

 —All right. Make yourself beautiful because I'll take you to eat at the restaurant you wanted.

 —Really, Miguel?!

 —I always speak in serious, my love.

 —Oh, fatso, you make me so happy!

 Miguel laughed. Then he said goodbye and hung up. He had met Barbara last month. He had not yet slept with her and hoped to do so the next day, after leaving the restaurant, or perhaps on Sunday, when they would be at the beachfront hut, with the sound of the waves coming in through the window, carefree; even if it meant selling more to finance expenses.

 That night he had sold thirty grams. He usually went out to sell on weekends, in the neighborhood parties or in Campo Carabobo, when the consumers had just gotten their paychecks and were eager for a fix. But the Colombian had offered him a good deal, more lucrative than the agreement he had with the Osorio dealer, and he accepted. In this way, he went from earning forty percent of what he sold to keeping seventy percent, and from selling only on weekends to selling every day.

 He got up and went to the kitchen. He still hadn't had dinner. He checked the fridge; but there was only water, beer, the remains of a pizza and something else that he couldn't distinguish because of how long it had been stored. He grabbed a beer, uncapped it with a spoon and took a sip. He went back to the living room, put the Glock 17 in his waistband and went out to the street.

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This story continues. Watch for the next publication.

The images used belong to Jacob Boavista, André Luís Rocha and Scott Rodgerson,
photographers from Unsplash.com

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Me gusta mucho tu redacción, escribiste la historia de una forma que se siente bastante ligera, muy fácil de leer. Honestamente este tema no es de mi agrado pero, aun así lograste que mantuviera el interés y por eso la leí toda. En un rato leeré la segunda parte que ya vi que está publicada. Muchos saludos 💚

Gracias, amigo, me alegra que te haya gustado a pesar de lo que me cuentas. Espero que también disfrutes de la segunda parte. ¡Saludos!

¡Buenísimo @juniorgomez!.. Como siempre excelente narrativa y una fluidez excelsa... También un tema polémico planteado de manera que engancha mucho...Excelente trabajo, esperamos la siguiente parte...

Great @juniorgomez!..! As always excellent narrative and excellent flow.... Also a controversial issue raised in a way that hooks a lot...Excellent work, we look forward to the next part....

!discovery 30

Muchas gracias por el apoyo @jlinaresp. Me alegra que hayas disfrutado la primera parte de esta historia, mañana sale la otra. Saludos.

Thanks so much for the support @jlinaresp. I'm glad you enjoyed the first part of this story, tomorrow the other one comes out. Regards.

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