Allá afuera todo queda reducido en sombras cuando las estridentes luces rojas y azules llenan la calle conforme una patrulla de policía y una ambulancia avanzan hasta la casa de al lado.

Amanda y yo aún nos conservamos sigilosas dentro de la casa, entreviendo el espectáculo por las ranuras de la persiana. El resto de vecinos ya ha salido a sus porches, sin importar si están en fachas, a fisgonear lo que sucede en casa de los Rodríguez.

—Me temo que algo terrible ha ocurrido. Muy, muy terrible —dice Amanda a mi lado mientras acaricia con evidente nerviosismo su vientre inflado como globo.

Los alaridos que llegan desde la casa de al lado agrandan el presentimiento de Amanda. Y lo confirmamos al ver cómo los vecinos salen de su casa acompañados de dos agentes de policía. El señor habla con los agentes, se nota muy agitado; la señora Rodríguez no se queda atrás, dos paramédicos la transportan en una camilla, lleva una mascarilla de oxígeno, pero, aun así, se puede oír su doloroso llanto.

Los agentes les dejan espacio a nuestros vecinos y entran en la ambulancia, esta da marcha rápida dejando la estela de las luces chillonas. La patrulla también da marcha tras ella. Todos los fisgones entran de nuevo a sus casas y la calle vuelve a la penumbra usual.

—Dios mío, ¡¿qué le sucederá a esa pobre familia?! —Amanda se encuentra muy agitada todavía.
No es para menos. Los lamentos de la vecina aún revolotean en mi cabeza.

¿Qué sucedió? Si hasta esta tarde todo parecía ir muy bien en esa familia. Por la mañana, cuando salí a comprar pan, me topé con el señor Rodríguez, lucía normal a plena vista; fue igual de amable de cómo lo es siempre, y si me hubieran preguntado en ese preciso momento si creía que algo grave le sucedía, claro que hubiese dicho que no.

Pero algo más extraño (si cabe) ocurre. Tengo una enorme sensación dentro de mí, algo como un presentimiento, pero va mucho más allá de eso: en mí hay algo que me asegura que lo que sucede con la familia Rodríguez tiene que ver con su hijo, Emilio.

—¿El nombre del hijo de los Rodríguez es Emilio?

—Si, claro. —Amanda me mira confundida y, con un tono serio y tenso por igual, pregunta—: ¿Por qué sales con eso de repente, Ruth?

Una melodía desafinada de violín pasa en un segundo por mi mente.

—Eh... —¿Acaso tengo algo que ver en esto?—. Simple curiosidad. Anda a dormir, el sueño te hará bien. —Ella parece darse cuenta de la evasión, pero no reprocha mi actitud.

42 horas luego de La Casa De La Locura

—Los señores Rodríguez y dos agentes de policía te esperan en la sala de estar, Ruth. —El tono con el que Amanda habla manifiesta tensión y hace que se me ericen los vellos del cuerpo.

No me toma desprevenida la visita, si es que se le puede llamar de esa forma; sabía que más tarde que temprano esos agentes de policía estarían tocando a mi puerta. El asunto es que no recuerdo haber cometido un crimen, ¿entonces por qué estoy tan segura de mi implicación en el caso?

Dejo la maleta a medio hacer sobre la cama y me dirijo directo a la sala de estar. Los pasos se me ralentizan mientras camino por el pasillo.

Al llegar, siento la tensión en el ambiente que podría cortarse en el aire con una navaja. Los señores Rodríguez se conservan de pie a un lado de sala, ambos abrazados con la misma expresión en sus rostros de dolor que la noche anterior, salvo que esta vez la señora no lleva una bolsa de suero colgando de su brazo. Los dos agentes policiales, al contrario, se encuentran sentados uno al lado del otro, con tazas de café en mano, en el sofá.

Las expresiones que veo solo reflejan lo que cada uno esperaba internamente: que saliese con las manos en alto declarándome culpable.

Amanda se disculpa y se dirige a la cocina. Ambas sabemos que desde allá estará escuchando la conversación disputada en pocos minutos aquí.

Tomo asiento en unos de los sofás individuales y un suspiro es toda la preparación que este inusitado encuentro me deja concebir.

—Buenas tardes. ¿Apareció ya Emilio? —las palabras surtieron el efecto de la navaja que imaginaba hace un instante atrás. El ambiente cambia de sopetón al yo efectuar aquella nefasta pregunta. La cagué irremediablemente.

—¿Cómo es que sabe usted de la desaparición de Emilio Rodríguez, señorita? —El agente (R. Centeno, según dice bordado en su uniforme) se remueve en el asiento, haciéndose para adelante, mientras que con su mano derecha me incita a contestar a su pregunta.

—¡Responde la maldita pregunta, Ruth! —el grito repentino de la señora Rodríguez nos sorprende a todos—. ¡Estoy segura de que me robaste a mi hijo para saciar el vacío y la miseria que hay en tu vida!

—¡¿Qué dice?! Vieja del... —me contengo. En vez de insultar a alguien más llamo a mi hermana, ella me ayudará a arreglar el desastre que he provocado. En un decir y venir aparece en la sala azarada—. ¿Puedes confirmar el rumor ese de que el hijo de los señores Rodríguez está desaparecido? ¿Cierto que ronda desde temprano en la cuadra entera?

Ella sabe que es mentira lo que digo.

—Sí, claro, es toda la verdad. Desde muy temprano la cuadra entera está alebrestada por ese rumor. —Afortunadamente, me sigue el juego y tal parece que los demás nos creen.

La vecina se calma luego de escuchar a Amanda y pide disculpas por su actitud impulsiva. Se nota que lo está pasando mal.

—Está bien, pero luego de aclarar que yo no soy la secuestradora de Emilio, ¿me pueden decir cuál es el motivo de su visita?

—Vamos al grano entonces, señorita Figueroa. —La otra agente (V. Del Valle, según su uniforme) que había guardado silencio y estuvo observando todo el rato es quien lleva el testigo de la palabra esta vez. Da un último sorbo al líquido negro contenido en las finas tazas de porcelana de Amanda y entonces comienza con su explicación—: Obtuvimos los vídeos de seguridad de la casa de enfrente respectivos a la fecha de desaparición de Emilio Rodríguez, es decir, de la noche de antier. Lo que descubrimos en esos vídeos es la causa de nuestra visita.

»Nos llevamos una gran sorpresa al encontrarla a usted en una de las grabaciones, junto a Emilio. El vídeo mostraba la imagen de ambos charlando. El encuentro surgió justo desde las 11:34 p.m. En las imágenes ambos actuaban de manera bastante extraña y nada usual en el joven, según aseguran sus padres.

—¿Extrañas cómo, agente? —pregunta Amanda.

—Me refiero a que actuaban como alarmados por algo o alguien. —Tras la frase, la agente Del Valle me mira, expectante a mi reacción. Confío en ser lo más fría posible—. Entablaron una pequeña conversación que no duró más de unos diez minutos; durante la misma ambos gesticulaban lo suficiente como para parecer que se gritaban, pero las grabaciones no captaron ningún sonido de aquella acalorada conversación. —La agente se acomoda en el asiento hasta el punto de quedar al borde del mismo—. Pero dentro de todo hay una cosa que nos llama la atención, en especial…

—Luego de esos diez minutos de entablar conversación y ese extraño comportamiento —el agente Centeno interrumpe a su compañera y sigue con el hilo de los hechos—, se despidieron con un abrazo entrañable como de amigos. Debo admitir que al ver la imagen, si no tuviera el suficiente conocimiento, hubiera creído que ustedes eran madre e hijo. La expresión de cariño y dolor en su rostro… —deja está última frase terminarse en el aire, nadie se atreve a manchar el silencio que impera, hasta que él chasquea la lengua y prosigue—: Pero eso deben juzgarlo por sí mismos. —El agente saca del bolsillo interno de su chaqueta su teléfono celular y, tras buscar rápidamente algo en específico, dirige la pantalla en dirección a Amanda y a mí.

Es muy claro lo que esas imágenes muestran. Cada detalle (incluso más crudo) del relato de los agentes pasa frente a mis ojos desde la pantalla del celular.

El asunto es que yo no recuerdo el encuentro con Emilio de esa forma.

—¿Y en los vídeos no se distinguió a alguna otra persona en la calle? —pregunto y eso parece caer sobre los demás como una tonelada de cemento.

43 horas luego de La Casa De La Locura

—¡Ruth, por amor a Dios! ¿Es que no reconoces la magnitud del problema en el que estás metida? ¡Ni siquiera negaste que fueras tú la del vídeo, eso te hace parecer más culpable si cabe! —Amanda ya no es ella, sino paranoia pura, y con debida razón.

—Porque lo reconozco es justo por lo que ahora debo salir de aquí.

—¿Y a dónde irás? ¡¿A buscar el cuerpo en descomposición de Emilio en un bote de basura?! —No me creo lo que dice. La única aliada que tenía me está abandonando—. Mira Ruth, yo no sé en qué carajos te metiste, pero así como sola entraste en este embrollo sola vas a salir. ¡Y no quiero volver a verte en mi casa hasta que lo resuelvas! —en cuánto dice la última frase se agacha en lo que parece una arcada de dolor.

—Por Dios, Amanda... Tranquilízate, tu angustia solo hace daño al bebé... —Trato de tenderle la mano, pero me rechaza. Su esposo llega al oír el alboroto y la tiene entre sus brazos haciendo lo posible por estabilizarla—. Está bien. Te doy mi palabra de que lo arreglaré todo.

Y, acto seguido, salgo de la casa en busca de mi último comodín.

44 horas luego de La Casa De La Locura

Las luces están apagadas, pero sé que dentro está él. Toco a la puerta impaciente y en un par de segundos él aparece frente a mí.

—Dichosos los ojos que ven a Ruth por estos lares... —Y ahí está él, Ray, la única persona que sigue mis locuras sin importar qué.

—Sé qué hace unas noches cuando nos vimos no fui precisamente simpática contigo. En realidad ninguna otra vez lo he sido desde nuestro rompimiento. Me disculpo de corazón por ello, nunca he querido ser así contigo porque...

—¿Qué quieres, Ruth? —me interrumpe secamente.

—Necesito con urgencia de esa cualidad que siempre demostraste para conmigo mientras estuvimos juntos. Ahora más que nunca necesito que me escuches sin tacharme de loca y, por sobre todo, que me ayudes.

48 horas luego de La Casa De La Locura

—¿Entonces solo debo quedarme detrás de este árbol y "por lo que más quiera" no quitarme los tapones para oídos? —el tono de Ray es un tanto juguetón, pero reconozco en su expresión que me cree y reconoce lo que nos estamos jugando aquí. Asiento pausadamente—. ¿Pero sí estás segura de que aquí es el lugar donde aparecerá ese violinista?

El encuentro con Emilio se aclaró por completo en mi mente luego de la visita de esos oficiales de policía. Recuerdo todo: el salón impoluto, los pasos agobiantes, las puertas infinitas, el pasillo que casi nos mata, esa maldita caja de ratones y la terrorífica melodía...

En cada memoria Emilio está conmigo, inclusive en la última que tengo de esa casa de la locura, antes de aparecer en este feo callejón sin salida sobre un montón de basura. En ella Emilio parecía temer de mí.

No sé qué fue lo que hice o, mejor dicho, lo que esa casa maldita me llevó a hacer; pero sí sé que Emilio quedó atrapado allí por mi culpa.

Asiento despacio una vez más.

—¿Y cómo harás para que Emilio salga al mundo real? Teniendo en cuenta lo que me has dicho, esa casa es toda una trampa mortal paranormal, nada es seguro allí dentro. —Su pregunta me saca de golpe del ensimismamiento.

Es cierto.

—Nada es seguro, sí, pero tengo una corazonada de lo que debo de hacer. Crucemos los dedos para que funcione tal y como lo tengo planeado en la cabeza.

Él me abraza fuertísimo, recordándome en seguida a aquellos momentos en los que éramos el uno para el otro y la vida era más ligera. Ray fue un pilar en mi vida. Sin importar qué ha estado ahí para mí.

Decido a romper la magia con mi despedida:

—Recuerda hacer la llamada anónima en cuanto veas a Emilio aparecer. Y por lo que más quieras no te quites esos tapones.

Él asiente y antes de echar a andar me desea suerte.

«Él tiene derecho de saber la verdad, Ruth. Hazlo como último y verdadero acto de redención antes de desaparecer para siempre».

Esa voz de nuevo en mi cabeza... Ahora es Ray.

—¡Ray, espera! Debes saber la verdad, es lo más justo y sensato que puedo hacer por ti. —Se queda paralizado ante mi llamado. Tomo una enorme bocanada de aire y lo suelto de mi interior—: Tuvimos un hijo. Nunca te lo confesé por el rencor que sentía en esos momentos hacia ti. Pensé que la figura materna sería más que suficiente... pero y-ya conoces el resto de la h-historia. —Él no termina de reaccionar para cuando yo me alejo y voy al lugar de encuentro con ese violinista.

Cinco minutos después. Aparece el vagabundo con el violín preparado para dar una serenata en plena luna llena.

La melodía se desplaza en ondas sonoras ralentizadas a mí alrededor. Ya sé qué es lo que sigue y solo espero no llevarme a Ray conmigo, ni volver a cometer el error de sacrificar a Emilio. Esta vez seré más inteligente, pues seré yo quien se sacrifique por ese niño y toda su familia desesperada.

Entonces, pasa muy deprisa. Parece como caer dormido, con la diferencia de que este sueño es insoportablemente pesado.

5 años luego de La Casa De La Locura. París, Francia

Una carcajada larga y estruendosa sale desde mi garganta. Este hombre desconocido solo puede tener problemas de cordura.

—No estoy loco, si es lo que piensas, Ruth. —Espera, ¿cómo es que sabe mi nombre?—. Hace cinco años fuiste abducida por algún tipo de fuerza paranormal para salvar a tu vecino, lo cual sí lograste, aunque no regresaste y creí que te había perdido para siempre... Pero aquí estás: al otro lado del mundo, vistiendo Channel, hablando con acento francés y sin memoria de tu vida pasada. Sin embargo, eres tú indiscutiblemente.

La diversión se fue por completo de mí. ¿Por qué me parece tan sincero este sujeto y sus disparates?

—¿Y, en dado caso, fuera cierto eso que dice, quién es usted en esa historia de cuento? —pregunto interesada.

—La persona con la que cruzarías el fin del mundo. Y el padre de tu hijo.