This week we decided to dust off a board game called Life: The Game of Life, which is one of the few memories from my oldest son's early childhood in Venezuela, that we brought with us when we emigrated.
It was a gift from baby Jesus when he was 8 years old, and its story is quite peculiar, as when December began, we used to go to toy stores with him to see what caught his attention and of course, the prices to start budgeting.
That time, he fell in love with the game and wanted to buy it immediately, but our idea was to save it for Christmas, so we left with a grumpy child who contented himself with an ice cream later on.
The strategy was to say I was going to the bathroom, and he stayed with his dad, while I ran back to the toy store to buy it with the credit card. Prior to that, I had given it to the girl at the cash register, for her to keep it for me "until baby Jesus passed by to pick it up."
I went straight to the car and hid the package under my seat, so he wouldn't discover the surprise. And it worked, because on December 25th, he was opening package after package, seeing everything that arrived from the shipment he had asked baby Jesus for. That was the last one he opened and his surprised face was huge.
We played a lot while we were there, but then here it became hidden because the little brother wanted the small pieces to play his own way.
Now that my second son is the same age as when his brother wanted it, we decided to give the game a try. This time, we couldn't find the tokens that were small cars in which the pegs representing people entering our lives were mounted: partners and children, basically.
We searched for a couple of cars, took out the board, organized the bank and the other tokens, which are the professions you choose to have, the first house, and the wild cards (spin the wheel and share your wealth).
At first, I didn't remember the rules very well, and we started without money in hand, but we had to restart because we had nothing to buy or pay for anything, so we opted to have one bill of each amount as initial capital.
My son was fascinated throughout the whole process, not remembering any of the antics he did taking the original cars while playing with his brother, who would get angry when that happened.
As we progressed, he started getting high numbers on the wheel, while I only got to move forward, at most, 4 steps.
In the process, we got married, had children, changed professions, traveled, invested, and as we neared the end, we retired and had to go to the retirement home, accumulating as much money as possible to live peacefully.
There, my little one's luck abandoned him, as he kept getting high numbers when he needed one or two to finish the game, and accordingly, I slowly approached until we were both in front of the retirement home door, which ended the game.
This time, he won, and look at his happy face, this time it wasn't a staged photo! Since it was such a long game, I didn't ask for a rematch, the important thing was the moment we shared, and for me, to relive the times when I started playing it with my oldest son, who would look at us like "these people are crazy."
Now at 9 years old, my youngest son is closer to adolescence, so I must make the most of playing and sharing with him, to sow beautiful memories of Sunday game nights with mom.
Esta semana decidimos desempolvar un juego de tablero llamado Life: El juego de la vida, y que es uno de los pocos recuerdos de la primera infancia de mi hijo mayor en Venezuela, que nos trajimos al emigrar.
Fue un regalo del niño Jesús cuando tenía 8 años, y su historia es bastante peculiar, ya que cuando empezaba diciembre, solíamos ir con él a las jugueterías para ir viendo lo que le llamaba la atención y por supuesto, los precios para ir haciendo el presupuesto.
Esa vez, se enamoró del juego que quería comprarlo de inmediato, pero la idea de nosotros era hacerlo para navidad, así que salimos con un niño mal humorado que se contentó con un helado al rato.
La estrategia fue decir que iba al baño, y él quedó con su papá, mientras yo fui corriendo de vuelta a la juguetería para comprarlo con la tarjeta de crédito. Previo a ello, se lo había dado a la chica de la caja, para que me lo guardara "hasta que el niño Jesús pasara por él".
Me fui directo al carro y guardé el paquete debajo de mi asiento, así no descubriría la sorpresa. Y resultó, pues justo el 25 de diciembre, fue abriendo paquete por paquete, viendo todo lo que llegó de la encomienda que le pidió al niño Jesús. Ese fue el último que abrió y su carita de sorpresa fue inmensa.
Jugamos mucho estando allá, pero luego aquí pasó a ser escondido pues el hermanito lo que quería eran las pequeñas piezas para jugar a su manera.
Ahora, que mi segundo hijo tiene la misma edad de cuando su hermano lo quiso, decidimos darle una oportunidad al juego. Esta vez, no encontramos las fichas que eran unos autitos en los que se iban montando los pines que fungían de personas que van entrando a nuestra vida: parejas e hijos, básicamente.
Buscamos un par de autitos, sacamos el tablero, ordenamos el banco y las demás fichas, las cuales son las profesiones que decides tener, la primera casa, y los comodines (gira la ruleta y comparte tu riqueza)
Al principio no recordaba muy bien las reglas, y empezamos sin dinero en mano, pero debimos reiniciar porque no teníamos para comprar o pagar nada, así que optamos por tener un billete de cada monto como capital inicial.
Mi hijo estaba fascinado durante todo el proceso, no recordaba nada de las travesuras que hacía llevándose los autitos originales mientras jugaba con su hermano, quien se enfurecía cuando eso pasaba.
Conforme fuimos avanzando, él empezó a sacar números altos en la ruleta, mientras que a mi solo me salían para avanzar, cuando mucho, 4 pasos.
En el proceso, nos casamos, tuvimos hijos, cambiamos de profesión, viajamos, invertimos y ya llegando al final, nos jubilamos y debíamos ir a la casa de retiro, acumulando la mayor cantidad posible de dinero para vivir tranquilos.
Ahí, la suerte de mi pequeño lo abandonó, ya que seguía sacando números altos cuando necesitaba de uno o dos para terminar el juego, y conforme a ello, yo fui acercándome poco a poco, hasta que ambos estuvimos frente a la puerta de la casa de retiro, con la que terminaba el juego.
Esta vez, le tocó ganar a él, y miren su cara de felicidad que esta vez no fue foto pose! Por ser un juego tan largo no pedí la revancha, igual lo importante fue ese momento que compartimos, y por mi parte revivir los tiempos cuando empecé a jugarlo con mi hijo mayor, quien nos veía con cara de "esta gente está como loca".
Ya con 9 años, mi hijo pequeño está más cerca de la adolescencia, así que debo aprovechar al máximo de jugar y compartir con él, para sembrar recuerdos lindos de los domingos de juegos con mamá.
Foto/Photo by: @mamaemigrante
Edición/Edited by @mamaemigrante using canva
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