En un frondoso bosque, había un tobogán que se encontraba a la orilla de un río.

Este no era un tobogán cualquiera; tenía la mágica habilidad de hablar con los animales y los insectos que intentaban cruzar el río.

Un día, una hormiga llamada Pascualita se encontraba buscando la forma de cruzar el río para volver a casa cuando el tobogán le dijo:

"¡Cuidado, Pascualita! Hay una tormenta acercándose y el río podría crecer.”

Pascualita, sorprendida por la advertencia, corrió a avisar a todos.

La noticia se esparció rápidamente y todos los animales del bosque comenzaron a prepararse para la tormenta.

Los pájaros volaron a lugares más altos, los conejos se refugiaron en sus madrigueras y las hormigas trabajaron juntas para fortalecer sus galerías.

La tensión crecía a medida que el cielo se oscurecía y los primeros truenos retumbaban.

El tobogán no quiso quedarse sin hacer nada y decidió servir de puente para aquellos que quisieran cruzar el rio y correr a sus casas para ponerse a salvo.

Todos se preguntaban si el tobogán resistiría la crecida del río. Lo que estaba en juego era la seguridad de todos los habitantes del bosque.

De repente, algo que nadie vio venir ocurrió: el río comenzó a crecer, pero en lugar de arrasar con todo a su paso, justo donde estaba el tobogán, se formó un arcoíris que conectaba ambas orillas. Era el tobogán parlanchín que había usado su magia para crear un puente hermoso y seguro.

El tobogán vio en los ojos de Pascualita mucha preocupación y decidió hablarle.

“No te preocupes, pequeña hormiga,” dijo con voz cálida y reconfortante, “yo te ayudaré a cruzar y a todos los que lo necesiten.”

Mientras tanto, en el bosque, la noticia del tobogán mágico se extendió como susurro entre las hojas. Animales de todas partes acudieron en busca de refugio. Un grupo de mariposas revoloteaba cerca, mientras que una familia de capibaras y tucanes trabajaban afanosamente para improvisar una presa.

La ardilla Juanita, conocida por su curiosidad, se acercó al tobogán con cautela.

“¿Puedo ayudar en algo?”, preguntó con entusiasmo.

El tobogán, contento por la oferta, le pidió que guiara a los más pequeños a cruzar.

La tormenta arrecio, era inclemente. El río crecía y crecía, pero el tobogán, fiel a su palabra, estaba hecho todo un puente sólido de colores brillante, permitiendo que todos cruzaran sin peligro.

Cuando la tormenta pasó, el sol se asomó tímidamente entre las nubes, revelando un bosque transformado. El río había vuelto a su cauce normal, pero ahora, en lugar de ser un obstáculo, era un lazo que unía a todos los habitantes del bosque.

El tobogán parlanchín había demostrado que incluso lo que parece ser un simple juego puede convertirse en un héroe en tiempos de necesidad.

Y así, todos aprendieron que la magia verdadera reside en la solidaridad y la amistad.