Soy de los que creen que la única forma en que un ser querido muere es cuando dejamos de recordarlos, si bien no los tendremos físicamente su memoria se mantiene eterna en la mente y en el corazón. Es inevitable, la muerte siempre gana, y está tan segura de su victoria que de ventaja nos da toda la vida, pero aún así, quienes aún existimos retamos a la parca eternizando a quienes amamos en el álbum de los recuerdos.
Sí, he visto partir al otro plano terrenal a amig@s, familiares o personas que admiraba pero en esta oportunidad hablaré de un amigo muy especial, de esos que sólo él te entendía y era capaz de defenderte en cualquier circunstancia y tu eras la única persona en el mundo que sabía lo valioso que es contar con su amistad y cariño incondicional, pese a que el resto de la humanidad te decía que debías abandonarle.
Me refiero a mi primera mascota, "Flaco", un perro callejero que a mi vista era lo más adorable del mundo pero para el resto del planeta era el can más feo jamás nacido. Reconozco que no era nada agraciado, tampoco su olor ayudaba a su causa, mucho menos sus modales, sin embargo para mi su amor incondicional era lo que yo necesitaba y mi amistad a toda prueba era lo que él quería.
Flaco era incomprendido, todo el vecindario lo detestaba, a mi familia le causaba repulsión, mis amigos se burlaban de su aspecto y la gente en general lo rechazaba porque las personas cuando ven algo raro suelen repudiarlo a priori antes de conocerlo. Tanto lloré, rogué y supliqué para que lo aceptaran en el núcleo familiar que mi madre, muy a su pesar, aceptó su presencia en el hogar, mi padre y especialmente mi abuelo no veían con buenos ojos a mi amigo peludo pero en casa la señora es la que manda, por ende, Flaco se queda.
La verdad es que la adaptación de Flaco no fue fácil, de hecho nunca se adaptó, es un perro de la calle que repentinamente entraba a un hogar y era querido y amado por una única persona en todo el mundo: yo. Mi madre me advirtió que solo yo debía atender al perro e incluso alimentarlo. Al principio pensaron que me olvidaría o me cansaría de su manutención pero yo religiosamente utilizaba parte de mi mesada para alimentar al perro, incluso compartimos los tres platos diarios y hasta la merienda. Era imposible deshacer esta amistad.
Quizás Flaco para la mayoría de los humanos era feo pero para las caninas era todo un galán. Nunca había visto un perro con tanta vitalidad sexual algo que se hizo notar en el vecindario puesto que una a una las perritas de la zona, desde la más fina hasta la menos agraciada cayeron en su encanto. Evidentemente los dueños de estas mascotas reclamaron a mi familia e incluso intentaron denunciar al animal por violación, a mi familia por poseer semejante sádico y a mi por supuesto a mi por defender a mi amigo.
Por otra parte Flaco no dejaba de acosar al gato del Señor León, un viejo amargado que vivía con un gato que parecía más una estrella de cine que una mascota. No pasaba un día que el perro no le diera por perseguir al felino, por un momento pensé que era porque le odiaba, ya saben, la famosa rivalidad entre perros y gatos pero no, noté lo que Flaco quería hacerle al gato y no era precisamente dañarle una vez que lo atrapó, y era justamente lo que hacía con las "vecinas" de la calle, ya saben a lo que me refiero. Afortunadamente para el gato logré separarlo de mi can pero el trauma no se le olvidó nunca al pobre animalito, entre tanto Flaco se tuvo que conformar con terminar su asunto en otra parte.
Recuerdo que mi abuelo detestaba al pobre perrito, tenía sus razones porque Flaco le encantaba engullirse su comida ya que mi abuelo tenía la estúpida costumbre de comer a destiempo, por lo que solía dejar su parte tapada sobre la mesa, por supuesto Flaco al ver semejante manjar sin protección lo atacaba sin piedad y con mucho gusto. Obviamente cuando esto sucedía la mitad de mi almuerzo era para el viejo, mientras Flaco hacía gestos como pidiendo perdón por no controlar sus impulsos en la medida veía como el resto del mundo me regañaba y castigaba por su causa.
Yo solía darle libertad a Flaco, me encantaba su forma de ser, quizás le tenía cierta envidia no sé, lo cierto es que algunas tardes se iba por allí y regresaba antes de mi regreso de clases, yo lo bañaba y luego de comer jugábamos un rato o me observaba cuando hacía las tareas. Una tarde después de llegar del colegio no veía a Flaco por ningún lado, quizás está por allí conquistando alguna chica o acosando al gato traumado del vecino. Se hizo de noche y Flaco no volvía, la preocupación se apoderaba de mi cuerpo. Pregunté a todos y nadie me dio razones del perro, "seguro viene por allí no te preocupes" decían mis padres, pero las horas se convirtieron en días y mi amigo no regresaba.
Nunca volvió,pasaron los días, semanas y meses y Flaco no me alegraba la vida con su presencia. Siempre abrigaba la esperanza que un día regresaría de clases y él estaría allí esperándome pero eso nunca sucedió. Muchos años han pasado desde su desaparición y no dejo de recordarlo. Con el tiempo mi madre me confesó que mi abuelo un día le puso la correa al perro, se lo llevó en su "espantomóvil" (así le decía yo al carro del viejo) y lo dejó abandonado a su suerte en algún lugar del mundo. Pese a mi edad adulta, esa noticia la sentí con amargura y con un puñal en el corazón, sin embargo hace tiempo que Flaco, mi pequeño costal de huesos y pulgas, habita cómodamente en la casita que le construí en mis recuerdos.
Imagen de mi creación y autoría.