Él volverá, lo sé. Se lanzó a la tormenta con valentía, con el anhelo de vivir en el pecho. Yo me quedé en la cabaña, atrapado por este frío que me hiela el alma. Ya no hay comida. La calefacción se dañó. El agua se esfumó. Tengo miedo de dormir y no volver a despertar.
Él volverá, ¡no lo dudo! ¡Me aferro a la esperanza como a un clavo ardiendo! La nieve sepultó la montaña. El lago se petrificó. Mis pulmones se llenan de frío, como si respirara cristales. La ventisca furiosa azota la ventana, como un lamento de ultratumba. Las sombras avanzan, devorando mis piernas. Mis ojos se cierran, pero me resisto al hambre y al cansancio, arreguindado a la vida.
Sé que él volverá, y traerá comida y agua. Me dijo que esperara, y sus palabras son mi mantra. Su espíritu es más fuerte que esta tormenta invernal. En cualquier momento lo veré entrar por la puerta, con médicos y rescatistas. Todo estará bien, lo presiento.
Quisiera soñar un poco, cerrar mis ojos cansados hasta que él venga; quizás también traiga chocolate caliente espumoso. Esperaré, adormecido, la muerte no es mi insignia porque sé que él volverá.