—¡Santo cielo! ¿Por qué tanta abundancia de problemas? Nunca antes deseé la sobrevenida escasez en este sentido.
Recostado en el poste de la esquina de la vieja calle que conduce al economato, don Quijano, veía el ir y venir de sus paisanos, cargados de víveres, mientras que él, con las manos en los bolsillos, tanteaba la soledad del dinero pegada a sus muslos a través de la suave tela interior.
—¡Antes, siempre tuve de sobra, y ahora! —exclamó apesadumbrado.
En el puerta del gran abasto, dos que salían con los sacos llenos acuestas, vieron de reojo a don Quijano, y comentaron entre dientes:
—Allí está, don avaro. ¡Seguro espera embaucar a otros para recuperarse, después de la quiebra de su casa de empeño! ¡Por su culpa, perdí mi coche!
—¿Por su culpa? ¡Será por la tuya! ¿Quién te mandó a arroparte más allá de la cobija?
Callaron, y aceleraron el paso, fingiendo no ver al prestamista entrado en desgracia.
Don Quijano titubeo en llamarlos, pero se detuvo, al darse cuenta de que también tenía abundantes clientes descontentos que le ignoraban. La rueda de la fortuna, giraba en su contra, y no encontraba abundantes argumentos para justificar la precariedad en que había caído. Un pensamiento devino de súbito: «la abundancia atrae abundancia, y la escasez atrae escasez».
—Yo, con el afán de amasar fortuna, transgredí el bien más preciado, y recibí mi merecido. — Dejo escapar un suspiro, y agregó para sí solo —si tengo otra oportunidad, procuraré en prodigar el bien al prójimo, apartándome de la avaricia. Al final, el dinero va y viene, pero si amasas sinceras amistades, nunca te faltará nada.
Fin
Un cuento original de @janaveda
Mi participación al reto diario de @mariannewest y @latino.romano
Miniatura creada en Keynote con base en la imagen de OpenClipart-Vectors en Pixabay
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