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No siempre las inundaciones empiezan directamente, basta con la caída de una gota en un espacio rebozado para que todo se desborde y comience el caos.
Por lo menos, así fue conmigo. Fueron años callando mis angustias, mis inquietudes y mis molestias, mis lágrimas eran retenidas y distraídas con alguna cosa pendiente por hacer.
No había quejas, solo se vivía para seguir andando, a pesar de la tristeza, de los grilletes, de las responsabilidades que más nadie quería asumir.
No había golpes físicos, pero cada día las palabras se sentían más como un puñetazo al hígado, y hasta el boxeador más entrenado, en algún momento cae.
Escuchar todos los días una queja, un problema, una falta de empatía con respecto a lo que yo quería terminó de llenar mi dique personal, y bastó solo una palabra para que una lágrima saliera de mis ojos y empezara la inundación.
Una que había retenido por tantos años, y que al final se llevó todo lo construido y los proyectos por hacer. Cada gota arrasaba hasta con los recuerdos, era más como una limpieza interna que necesitaba, a pesar de los estragos que causaba en los demás.
Todo se llenó de lágrimas, no había manera de contenerlo, y solo aquellos que se aferraron a algo tangible pudieron soportar el acabose.
Pero como todo proceso, las lágrimas cesaron y la inundación pasó para dar paso a algo nuevo y limpio.
Puede que no nos guste la manera en que pasan estas cosas, pero a veces, las inundaciones son necesarias para que nos demos cuenta de aquello que de una manera pacífica no queremos ver.
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Foto | Photo by Pixa Karma (Unsplash)
Edición | Edited by @mamaemigrante
Traducción con | Translation with| DeepL