Ramiro esboza una sonrisa maliciosa y rompe el vidrio de un puñetazo. Sus nudillos lacerados comienzan a sangrar y finos hilos rojos bañan su antebrazo. Él no siente dolor, la heroína está surtiendo efecto. Se limpia con una toalla lo más rápido que puede y se asegura de tener el arma en su cinto. La rastrilla para comprobar que está cargada y vuelve a esconderla bajo su camiseta.
Sabe que es momento de actuar, son casi la una de la tarde. Sabe quien fue el asesino de su hermano Alejandro. Sabe donde se encuentra ahora, disfrutando de unas sodas con alguna universitaria que drogara luego para conseguir lo que tanto busca. Sabe que esa sensación de valentía se acabará en una hora, cuando el opioide empiece a disminuir en su sistema vascular. Sabe que debe hacerlo, su padre siempre le dijo que los “varoncitos” tenían que arreglar las cosas con violencia.
Sale de su casa dispuesto a que sea el último día que Aurelio “El Perro” pueda disfrutar de los rayos del sol que ese día son tan radiantes. Avanza despacio, quiere disfrutar de cada imagen que el barrio le ofrece: niños jugando a ser gangsters disparándose ficticiamente con pistolitas de plástico; adolescentes agrupados en las escaleras de los edificios, fumando cannabis y amenzándose con gritos y empujones; mujeres de cuerpos delgaduchos y ojerosas, envueltas en telas coloridas, que se ofrecen a los conductores por un precio irrisorio; perros raquíticos que fisgonean entre los tachos de basura por algún resto de comida. Ese siempre ha sido su mundo. Un mundo de violencia y olvido. Un mundo donde los fuertes viven y los débiles son pisoteados y despojados de todo, hasta de sus esperanzas.
Ramiro ya puede divisar al asesino de su hermano. Se sube la bandana hasta la nariz, escondiendo la sonrisa que ha sostenido durante todo el trayecto. Saca el arma velozmente y dispara al Perro por la espalda. Dispara hasta vaciar el cargador completamente. Los amigos de este, salen del interior del local y le disparan en el pecho.
Ramiro cae al suelo y por fin se siente liberado. Siente la quemazón de los disparos. Siente como le falta el aire. Siente que la vida se le va. Pero no lucha por aferrarse a ella. Empieza a reír profusamente, ahora entiende porque las deudas se pagan con sangre.
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Invito a @cethzalez a participar en este concuso
Foto suministrada por @freewritehouse tomada de Pixabay
Ramiro gives a malicious smile and breaks the glass with a punch. His lacerated knuckles begin to bleed and thin red threads bathe his forearm. He feels no pain, the heroin is taking effect. He wipes it off with a towel as quickly as he can and makes sure he has the gun in his belt. He rakes it to check that it is loaded and hides it again under his shirt.
He knows it's time to act, it's almost one o'clock in the afternoon. He knows who was the murderer of his brother Alejandro. He knows where he is now, enjoying a few sodas with some college girl he will drug later to get what he is looking for from her. He knows that this feeling of bravery will be over in an hour, when the opioid begins to diminish in his vascular system. He knows he must do it, his father always told him that "little boys" had to settle things with violence.
He leaves his house ready for this to be the last day that Aurelio "El Perro" can enjoy the sun's rays, which are so radiant that day. He walks slowly, he wants to enjoy every image that the neighborhood offers him: children playing gangsters shooting at each other with plastic guns; teenagers grouped on the stairs of the buildings, smoking cannabis and threatening each other with shouts and shoves; women with skinny and haggard bodies, wrapped in colorful fabrics, who offer themselves to drivers for a ridiculous price; rickety dogs snooping through the garbage cans for some leftover food. That has always been their world. A world of violence and oblivion. A world where the strong live and the weak are trampled and stripped of everything, even their hopes.
Ramiro can already see his brother's murderer. He pulls his bandana up to his nose, hiding the smile he has been wearing all the way. He quickly draws his gun and shoots the Perro in the back. He shoots until the magazine is completely empty. The friends of "Perro" come out of the store and he shoots him in the chest.
Ramiro falls to the ground and finally feels liberated. He feels the burning of the shots. He feels short of breath. He feels his life slipping away. But not the struggle to hold on to it. He begins to laugh profusely, now he understands why debts are paid in blood.
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I invite @cethzalez to participate in this contest
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