Era una mañana muy fría, en la que salí a practicar esquí pues muy pronto sería la selección de aquellos que irían a la competencia regional de esquí sobre nieve; mi perrito Tom decidió acompañarme, ya que buscó su correa. Al llegar a la zona de esquí, practiqué un rato, en eso vi a mi profesora hablando con los demás miembros que serian jurados.

Como Tom estaba cerca de ellos, decidí buscarlo y así no molestara, sin querer escuché la conversación, donde manifestaron mi nombre comentando que, aunque mis habilidades eran notables, no poseo eso único que me distingue del resto. Eso me entristeció tanto que mis lágrimas empezaron a brotar, tanto esfuerzo por ser buena en lo que me gusta y no ha resultado en nada.

De repente, Tom se suelta de la correa y comienza a jugar por toda la nieve, aunque lo perseguía, él seguía de un lado a otro sin control, mi tristeza se iba poco a poco cuando su carita tierna llena de nieve me miró, fue como un consuelo para mí, como si me dijese que todo estará bien; definitivamente esa pequeña travesura en la nieve me hizo inmensamente feliz.

Dándome cuenta lo que deseaba que mis habilidades en el esquí transmitieran, por lo que comencé a practicar nuevamente, pero de otra forma. El día de la selección estaba nerviosa, aun así, hice mi rutina y a terminar las audiciones, los jueces comenzaron a decir los nombres de los seleccionados y, entre ellos, estaba el mío, elogiaron el cambio en las técnicas, irradian mucha felicidad y conexión con el deporte.

Al llegar a la casa, abracé a mi amado Tom, sin él no podría haberlo logrado, su mirada era todo lo que estaba bien.