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About the AuthorYura Muriel -
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Esta es la historia Luz Mery, de su resistencia a contra luz. Se teje en el municipio del Líbano, norte del departamento del Tolima. Su territorio se denomina Finca La Cristalina, ubicada en uno de los flancos del cañón del Rio Lagunilla, legendaria e imponente cuenca hidrográfica. Montaña de acentuada fertilidad por las cenizas volcánicas emanadas en su tiempo del titán Kumanday: la gran meseta que, desde su íntima flama, legó y sigue prodigando destacadas cosechas a los habitantes de la región.
Desde hace seis años vende sus cubetas de huevos campesinos a algunos vecinos de la vereda, también tiene clientes en el casco urbano del municipio. En el emprendimiento de esta mujer se ven conjugados elementos de vital importancia en la cultura rural colombiana. El primero para destacar es la preservación de los conocimientos ancestrales, relacionados con la sabiduría tradicional, en torno a lo que la ciencia conoce como genética. Este saber ha pasado por varias generaciones hasta ella, y le ha permitido, en la actualidad, desarrollar un ejercicio de soberanía alimentaria y economía rural, distante de todo bagaje académico, del hermetismo discursivo que habita su labor.
Luz Mery aprendió el oficio de la crianza gallinas desde temprana edad, siendo esta una de las actividades femeninas cotidianas en el campo, la cual comprende, además de la alimentación y la reproducción, una gama invaluable de aspectos sobre el entendimiento y sostenimiento de las aves de corral. Este es un saber que permite conservar el ritual de disfrutar en la mesa un plato de sancocho, ya sea en el campo, en la ciudad o, también, a la rivera de un rio, en el popular paseo de olla. Las costumbres montañeras, sin duda, corren el riesgo de desaparecer frente a dinámicas sociales como el desplazamiento de la población campesina a las grandes urbes. Esta migración distancia a las generaciones nuevas de sus tradiciones, ocasionando una ruptura irreparable en la cadena de custodia del conocimiento de las prácticas ancestrales.
En segundo lugar, además de lo anteriormente indicado, es importante resaltar que la crianza de gallinas configura unos lazos de fraternidad y colaboración únicos para las mujeres campesinas. Por medio de lo que se podría reconocer como una resonancia del antiguo trueque indígena, las mujeres rurales intercambian huevos criollos o camadas de pollos con variados objetivos, entre los cuales sobresalen mejorar las razas que tienen en los patios de sus fincas y obtener animales de razas que no tengan a su disposición. Esta interacción procura un compartir de conocimientos sobre el oficio que nutre la tradición.
Por ejemplo, a Luz Mery, una vecina suya le enseñó un método infalible para escoger los huevos que se pueden destinar para las nuevas camadas: el huevo debe pasar por una inspección lumínica. A contra luz de una vela el huevo, en su parte superior y ancha debe reflejar un espacio vacío. Si el huevo cumple con esta condición resulta óptimo para ponerlo a encubar bajo el calor de la gallina sacandera. De no ser así, deberá emplearse para el consumo humano. Por otra parte, de ese compartir también aprendió a no desechar las cáscaras de los huevos, sino a procesarlas para complementar la alimentación de los animales, mezclándolas con la purina, el maíz y el bore cocinado con sal; alternativa a los emporios de insumos y su afectación directa a la economía local.
Finalmente, frente a la imposición de modelos agrícolas basados en la implementación de monocultivos, el empleo indispensable de agroquímicos, bajo el sello y la promesa de productividad, la amenaza latente de aparición de proyectos extractivistas en las zonas rurales; esta forma de economía alternativa procura la revitalización de los conocimientos tradicionales en custodia de las mujeres campesinas. Su importancia, entonces, trasciende el plano de garantizar una fuente alimentaria de importantísima calidad, para ubicarse como un proceso de resistencia femenina en los territorios.