20:25
El contexto:
El pensamiento es una maravillosa máquina de creación. Una suerte de navecita abstracta piloteada por nuestra conciencia y ésta a su vez es una vocecita que intentar decir sin voz que se pueda oír y sin embargo allí está; gritando silencios o susurrando gritos, cómo ustedes prefieran. Rubens mira apenas el líquido ambarino en el vaso de vidrio, lo apura castigando su garganta con el fuerte licor, aún no se acostumbra.
Estar solo le permite reaccionar con una fea mueca en el rostro ante el golpe del trago. El humo de un malboro rojo se arremolina en sus arrugas de la frente y se eleva hasta las comisuras de las lágrimas de la lámpara que ya debe tener cincuenta años colgando en aquella apenumbrada habitación. Otro sorbo, otra mueca. Su voz interior se pasea en las manecillas del reloj de pared, allí los minutos se deshacen en el péndulo que dibuja lunas en su cansado vaivén. Rubens piensa; aquél ajado sueño trocado en presagio decía que justo aquella noche a las 20: 25 pasaría. Destapa la botella, completa el vaso mientras la alfombra de la entrada ahoga el ruido de unos pasos que se aproximan… Continúan ustedes.
La visita resulta inesperada, no es buen momento para recibirla, los inquietantes pensamientos de Rubens delatan su nervioso comportamiento. Si algo debía pasar era éste momento. Como así se lo había imaginado, llegaría el instante que todo aquel castillo que había construido se iba a derrumbar. Los negocios no iban marchando bien y su pareja lo había abandonado a su suerte.
Era el peor momento para que le ocurrieran estos acontecimientos, se preguntaba una y otra vez, ¿cómo pudo llegar a esto?
Simplemente se le estaba acabando el tiempo, el ultimátum del 20:25 estaba entrando por su puerta y debía pagar sus cuentas. El pedir dinero prestado y no devolverlo a tiempo, estaba marcando su tiempo final. Pero la realidad es que los muertos no pagan y a la final lo que prestan dinero lo que quieren es que les paguen.
Tendría que pensar en una buena excusa para salir del problema. Otro trago que quemaba en la garganta junto con las palabras que trataba de encontrar.
Tenía una cuarta parte del dinero, pero lo necesitaba para levantar su negocio, sin eso estaba arruinado, si lo entregaba a su acreedor, podría utilizar el arma que tenia en la mesa para si mismo, pues ya no quedaba nada que hacer.
Uno tras otro la caja de cigarrillos se iba acabando con cada espeso humo, ofreció la casa como garantía, pero el negociador no era tonto, ya la casa y las empresas eran la garantía. Si no pagaba ejecutarían el documento acordado.
Fue a la caja fuerte a buscar las joyas de su esposa que el le había regalado, pero ella ya se las había llevado. No sabía si era la bebida lo que no lo dejaba pensar en algo, una solución que lo salvara de la ruina total.
Su acreedor era un buen jugador, fanático del equipo de béisbol local, simplemente era dueño del equipo. Y había algo que nunca había logrado obtener a pesar de todo su dinero. Cuando niño el coleccionaba junto a su padre barajitas de sus jugadores favoritos. Pero hubo una que nunca logró conseguir y Rubens se la había dado a su hijo, era su herencia.
Estaba seguro de ganar más tiempo a cambio de esas barajitas de papel con los jugadores famosos de su equipo favorito.
A veces las historias no terminan muy bien, Rubens se hubiese ahorrado muchos dolores de cabeza si desde el principio le hubiese ofrecido la barajita a su prestamista, que se fue feliz para completar su álbum.