Eva, divergent
When Eva came into the world, her first cry went out of the door of the large room, through the cherry bush, up through the opening, to the sky and the sun, of the inner garden and reached, through the opening of the respective inner gardens, the two neighboring houses.
In the house on the right the five members of a family seated at the table dropped their cutlery and, silent, looked at each other. The loud cry of the newborn filled the silence in a resounding way.
"Eva was born and she's doing great, she's a healthy baby" said the mother. Everyone laughed, imagining the miracle.
In the large house on the left, a youth orchestra was about to begin a rehearsal. Ten young instrumentalists had finished tuning their stringed instruments and were waiting for the conductor to raise the baton. In that almost sacred silence before the first chord came Eva's cry.
Musicians, in general, are very sensitive people. The conductor tapped the baton on the edge of the music stand and asked.
"Is it all right if we change our plans and play the Little Night Serenade?
No young person responded, but everyone quickly located the score.
The conductor raised the baton again and Mozart's tender serenade filled the entire street.
There was so much beauty, so much strength and so much purity in the instrumentation of the angelic serenade that the neighbors peeked through the doors, where they also received the good news of Eva's birth.
Eva learned to walk by listening to the powerful sounds coming from the headquarters of the youth orchestra. She learned to count with the church bells and learned to speak surrounded by the attentions and glances of her family and neighbors. When she was old enough she joined the same orchestra that celebrated her birth. There she spent her childhood and adolescence in a joyful and confident manner.
When she had to decide on a career, Eva debated between music and mathematics. The church bells that taught her to count the first numbers won the battle. Thus Eva left the safety of her beautiful neighborhood to face the world alone in a city many miles away.
The shock of the big city, gray, noisy and indifferent, frightened her. Before arriving she received many warnings. She felt unprepared to face so many dangers but she had a determined character, despite the sweet and considerate way she expressed her thoughts. In a short time she regained her composure.
In the faculty of mathematics she was confronted with a different way of living life. Her creative character was hurt by the blunt and cold deductions of her classmates and professors.
Before her eyes the world lost its mystery; as she learned mathematics, the questions that once seemed important to her no longer made sense. She was preparing for a married life, orderly and predictable?
She had a boyfriend. Victor, an attentive and polite young man who seemed to meet the perfect conditions until one day he asked her to marry him. He let her know that he had envisioned his future life with her. He told her about his ideas for their future and promised her support, respect and eternal love.
"I know I can make you happy, Eva. Marry me."
Eva surprised herself by thinking how that statement said so little of what she dreamed for herself. She was confused. She was 24 years old, she would soon finish her career as a mathematics professional and she was uncertain about what she really wanted in life, but she knew that Victor's request did not fit the direction of her innermost desires.
"I'm sorry, Victor, I can't accept your offer." Her words, certain, but spoken gently, marked the end of the relationship.
After the breakup Eva concentrated on finishing her degree. She had fallen deeply in love with mathematics. One day her tutor proposed her to join a research group. In the first discussion session Chaos Theory came into her life to stay with her.
In that same week she began to dream of the bells of the old church in front of her house. She would wake up from those dreams with a kind of joyful anguish. She felt that those dreams, that sonorous and mysterious mixture of bronze and sky, foretold something good.
After graduation, the whole world opened up to her. She began to travel and to explain in expert meetings some mathematical systems as sensitive organs in which a small change can generate diverse and magnificent consequences. She often thought of herself as one of those systems and said, in line with Chaos Theory, that the changes produced need not be linear.
She devoted her mature years to the mathematical sciences. She never wanted to commit to marriage and decided not to have children. A sense of freedom and independence of judgment marked her existence. The sound of bells, in her dreams, accompanied her, like a very personal music, as well as a spiritual guide that only she could recognize.
She lived a long, productive and brilliant life. She learned to know herself deeply. She reviewed all the influences in her life, and when the time came for retirement she went to the old family home where she was born. There he was happy.
Listening to the orchestra rehearsals and the tinkering of the hours from the bell tower, She remembered her childhood. Eva began to recreate it with joy, with the blissful irresponsibility that defines children.
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@gracielaacevedo
Eva, divergente
Eva nació al inicio del mes de junio. Las siete campanadas de la vieja iglesia recordaron la hora de la tarde. Su madre, influida por una tendencia naturalista quiso que su primera hija naciera en la casa, una vivienda antigua que tenía en su jardín interno un arbusto de cerezas.
Cuando Eva llegó al mundo, su primer grito salió por la puerta de la amplia habitación, pasó por la mata de cereza, subió por la abertura, al cielo y al sol, del jardín interno y llegó, a través de la abertura de los respectivos jardines internos, a las dos casas vecinas.
En la casa de la derecha los cinco miembros de una familia sentada a la mesa soltaron sus cubiertos y, silenciosos, se miraron unos a otros. El fuerte llanto de la recién nacida llenó el silencio de una manera contundente.
“Nació Eva y está muy bien, es una bebé saludable” dijo la madre. Todos rieron, imaginando el milagro.
En el amplio caserón de la izquierda, constituido en sede de una orquesta juvenil estaba por comenzar un ensayo. Diez jóvenes instrumentistas habían terminado de afinar sus instrumentos de cuerda y esperaban el momento en el que el director levantara la batuta. En ese silencio casi sagrado antes del primer acorde llegó el llanto de Eva.
Los músicos, en general, son gente muy sensible. El director golpeó con la batuta el borde del atril y preguntó.
“Les parece bien cambiamos de planes y tocamos la Pequeña Serenata Nocturna?
Ningún joven respondió pero todos ubicaron rápidamente la partitura.
El director volvió a levantar la batuta y la tierna serenata de Mozart llenó la calle entera.
Había tanta belleza, tanta fuerza y tanta pureza en la instrumentación de la angelical serenata que los vecinos se asomaron a las puertas, donde recibieron, además, la buena nueva del nacimiento de Eva.
Eva aprendió a caminar escuchando los potentes sonidos que provenían de la sede de la orquesta juvenil. Aprendió a contar con las campanas de la iglesia y aprendió a hablar rodeada de las atenciones y miradas de su familia y vecinos. Cuando tuvo edad se incorporó a la misma orquesta que celebró su nacimiento. Allí transcurrió su niñez y adolescencia, de una manera alegre y segura.
Cuando debió decidir por una carrera Eva se debatió entre la música y las matemáticas. Las campanas de la iglesia que la enseñaron a contar los primeros números ganaron la batalla. De esta manera Eva salió de la seguridad de su hermoso vecindario para enfrentarse sola al mundo en una ciudad a muchos kilómetros de distancia.
El choque con la gran ciudad, gris, ruidosa e indiferente, le produjo miedo. Antes de llegar recibió muchas advertencias. No se sintió preparada para enfrentar tantos peligros pero tenía un carácter decidido, a pesar de la manera dulce y considerada de expresar sus pensamientos. En poco tiempo recobró la calma.
En la facultad de matemáticas se enfrentó a una manera diferente de vivir la vida. Su carácter creativo se lastimó con las deducciones contundentes y frías de sus compañeros y profesores. Ante sus ojos el mundo perdió el misterio, a medida que aprendía matemáticas, las preguntas que antes le parecían importantes dejaron de tener sentido. Se preparaba para una vida de casada, ordenada y previsible?
Tenía un enamorado. Víctor, un joven atento y educado que parecía reunir en las condiciones perfectas hasta que un día le pidió matrimonio. Le hizo saber que había visualizado su vida futura junto a ella. Le hablo de sus ideas para su futuro y le prometió sostén, respeto y amor eterno.
“Sé que puedo hacerte feliz, Eva. Cásate conmigo.”
Eva se sorprendió a si misma pensando como aquella declaración decía tan poco de lo que ella soñaba para sí misma. Estaba confundida. Tenía 24 años, En poco tiempo terminaría su carrera como profesional de las matemáticas y no tenía certeza de lo que realmente quería en la vida, pero sabía que la petición de Víctor no calzaba con la dirección de sus deseos más íntimos.
“Lo lamento, Víctor, no puedo aceptar tu ofrecimiento.” Sus palabras, certeras, pero dichas con gentileza, marcaron el final de la relación.
A partir de la ruptura Eva se concentró en terminar su carrera. Se había enamorado profundamente de las matemáticas. Un día su tutor le propuso formar parte de un grupo de investigación. En la primera sesión de discusión La Teoría del Caos llegó a su vida para quedarse con ella.
En esa misma semana comenzó a soñar con las campanas de la vieja iglesia frente a su casa. Ella se despertaba de esos sueños con una especie de angustia gozosa. Sentía que aquellos sueños, esa mezcla sonora y misteriosa del bronce con el cielo, pronosticaban algo bueno.
Para Eva se abrió el mundo entero después de su graduación. Comenzó a viajar y a explicar en reuniones de expertos algunos sistemas matemáticos como órganos sensibles en los que un pequeño cambio puede generar diversas y magníficas consecuencias. A menudo se pensaba a sí misma como uno de esos sistemas y se decía, en consonancia con la Teoría del Caos, que los cambios producidos no tenían por qué ser lineales.
Eva dedicó sus años de madurez a las ciencias matemáticas. Nunca quiso comprometerse en matrimonio y decidió no tener hijos. Un sentido de libertad y de independencia de criterio marcó su existencia. El sonido de las campanas, en sus sueños, la acompañó, como una música muy personal.
Vivió una larga, productiva y brillante vida. Aprendió a conocerse profundamente. Revisó todas las influencias de su vida, y cuando le llegó el momento de la jubilación se dirigió a la vieja casa familiar donde nació. Allí fue feliz.
Escuchando los ensayos de la orquesta y el retoque de las horas desde el campanario, recordó su infancia. Comenzó a recrearla con gozo, con la dichosa irresponsabilidad que define a los niños.