What a delight! The smell of peaches! My sense of smell is delighted, surrendered to such enchantment. Alice, how long has it been, when was the last time we bathed in that solemn peace? I rambled in my thoughts as the book in my hand slipped from my palm to the floor.
"Come, dear, let's indulge ourselves at the kitchen table," Alice said as she placed her hands on my shoulders and her black hair completely covered my face.
"Did you know my mother used to make peach cobbler just like it?" I asked.
"I know, she was the one who gave me the recipe."
I smiled as I peeked the cup of coffee into my mouth. The transition was instantaneous. Immediately the memories came to me.
In my mother's house, there was a time of peace and tranquility. My mind traveled as if to a strange land, where the animal prints on the wall hangings came to life and traveled hidden paths to the crevices of the doors and windows.
The kingdom of the porcelain figurines was inside the wooden showcase, there was the King; high and pretentious, wanting to conquer the princess that rested on the dining table, and thus obtain the government of the two sides of that space.
In the territories of the sofas lay silent birds, sharing their home with wildflowers. Stamped on the surface of the fabric, they coexisted peacefully with reciprocal happiness, regardless of the interruptions of expected or unexpected visitors.
In the kitchen domain, the utensils were the loudest. They screamed, shouted, shrieked, roared, and growled. Always busy doing new work until rest took away their agitation. My mother directed the various races that inhabited the kitchen. She was "the Maker of Delicacies" Many of her works, such as Peach Cake, came to delight my father and me more than once.
There were two bedrooms and each one had its particular world. There was my parents', so strange, inert; without any apparent change or amusement, then there was mine; always fickle and uncertain as I grew up: from toys I moved to video games, then to magazines and books, then to tablets and phones, then to movies and series. Shapes, colors, smells and portraits migrated involuntarily and were replaced by other inhabitants in their place.
Different dynasties ruled in the castles of my kingdom, and when my tastes changed, my room was transformed all at once. I remember being happy for seasons when I sank into my shelter and my parents hid their troubles from me, but darkness came and gradually my world collapsed. The shadows spread unexpectedly to my eyes and took over the other realms of my mother's house.
Chaos began one night in a battle. The screams of anger were cannons powered by a wounded voice.
"How could you? You slept with her!" My mother would say, as I listened transfixed with my back to my bedroom door.
The cannons were accompanied by caning, whipping, screaming, and wailing.
"Forgive me, Miriam...! I...!" Stammered my father with his throat choked with shame.
"Go away! I hate you! I never want to see you again! How dare you look at me and your son's face after what you did!"
My mother's side lashed out with hurtful anger, and contempt and was riddled with pain. My father quickly gave up and exclaimed retreat, the end of the battle confirmed with a banging on the front door and my mother crying in the middle of the living room.
For the next few days, the house was subdued by an ominous sadness. My father would return to try to reclaim his domain again, but he failed terribly. He went less and less and his absence became more habitual until he stopped going and the diplomatic seal of divorce separated them forever.
A cold atmosphere was felt for a while. The realm of porcelain figurines was no longer felt, as were the territories of the sofas and the clatter of the kitchen domains. My mother's crying mingled with the nighttime surroundings and burst into my room like a stealthy evil.
But time was a favorable ally; a member of the court of our feelings. His imperceptible advice helped us to assimilate that new life and my mother's countenance changed. Suddenly she was happy again; radiant, but not with the same glow, holding the banner of a new kingdom ahead.
My imagination was taken away from me during those periods and I no longer saw that house as before. It was just my mother and I with a banished piece of our lives.
"Edward, darling, are you daydreaming again?" My wife, Alice, said to me, releasing me from those memories. "Your piece of pie is going to get cold."
The peach cake, oh, how could I forget it? It was still the same despite being prepared by other hands and going through turbulent times. The taste reminds me so much of those fantasies I used to immerse myself in, and the ones I will only live in ephemeral memories.
THE END
PASTEL DE DURAZNO
¡Qué delicia! ¡El olor de los duraznos! Mi olfato se deleita, queda rendido ante tal encanto. Alice, ¿cuánto tiempo ha pasado? ¿Cuándo fue la última vez que nos bañamos en aquella solemne paz? Divagaba en mis pensamientos mientras el libro en mi mano se deslizaba de mi palma al suelo.
“Ven, querido, vamos a darnos un gusto en la mesa de la cocina,” Dijo Alice mientras colocaba sus manos en mis hombros y sus cabellos negros cubrían por completo mi rostro.
“¿Sabías que mi madre hacía un pastel de durazno igual?” Le pregunté.
“Lo sé, fue ella quien me dio la receta.”
Sonreí mientras asomaba la taza con café a mi boca. La transición fue instantánea. De inmediato llegaron a mí los recuerdos.
En la casa de mi madre hubo un tiempo de paz y tranquilidad. Mi mente viajaba como hacia una tierra extraña, donde los estampados de animales en las tapicerías de las paredes cobraban vida y recorrían caminos ocultos hacia las hendiduras de las puertas y ventanas.
El reino de las figurillas de porcelana se hallaba dentro de la vitrina de madera, allí estaba el Rey; álgido y pretencioso, queriendo conquistar a la princesa que reposaba en la mesa del comedor, y así obtener el gobierno de los dos lados de ese espacio.
En los territorios de los sofás yacían las aves silenciosas, que compartían su hogar con flores silvestres. Estampados en la superficie de la tela, convivían pacíficamente con recíproca felicidad, sin importarles las interrupciones de visitantes esperados o inesperados.
En los dominios de la cocina, los utensilios eran los más ruidosos. Gritaban, chillaban, rugían y gruñían. Siempre ocupados haciendo nuevas obras hasta que el descanso les arrebataba la agitación. Mi madre dirigía a las distintas razas que habitaban la cocina. Ella era “la Fabricante de Manjares” muchas de sus obras, como el pastel de duraznos, llegaron a deleitarnos más de una ocasión a mi padre y a mí.
Las habitaciones eran dos y cada una tenía su mundo particular. Estaba la de mis padres, tan extraña, inerte; sin ningún cambio o diversión aparente, luego estaba la mía; siempre voluble e incierta a medida que yo crecía: de juguetes pasaba a videojuegos, luego a revistas y libros, luego a tablets y a teléfonos, luego a películas y series. Las formas, colores, olores y retratos emigraban involuntariamente y eran reemplazados por otros habitantes en su lugar.
En los castillos de mi reino gobernaron diferentes dinastías, y cuando mis gustos cambiaban, mi cuarto se transformaba de una vez. Recuerdo ser feliz por temporadas, cuando me hundía en mi refugio y mis padres me ocultaban sus problemas, pero la oscuridad llegó y paulatinamente mi mundo se derrumbaba. Las sombras se extendieron inesperadamente a contemplación de mis ojos y se apoderaron de los otros reinos de la casa de mi madre.
El caos comenzó una noche en medio de una batalla. Los gritos de ira eran cañones accionados por una voz herida.
“¿Cómo pudiste? ¡Te acostaste con ella!” Decía mi madre, mientras yo escuchaba pasmado pegando la espalda a la puerta de mi habitación.
Los cañones vinieron acompañados de porrazos, azotes, alaridos y lamentos.
“¡Perdóname, Miriam…! ¡Yo…!” Balbuceaba mi padre con la garganta atorada de vergüenza.
“¡Lárgate, te odio, no quiero volver a verte! ¿Cómo te atreves a mirarme a la cara y a la de tu hijo después de lo que hiciste?”
El lado de mi madre atacaba con ira hiriente, desprecio y estaba plagado de dolor. Mi padre rápidamente se rendía y exclamó la retirada, el fin de la batalla se confirmó con un porrazo en la puerta principal y el llanto de mi madre en medio de la sala.
Durante los días siguientes, la casa fue sometida por una tristeza siniestra. Mi padre regresaba para intentar reclamar de nuevo sus dominios, pero fracasaba terriblemente. Cada vez iba menos y su ausencia era más habitual, hasta que dejó de ir y el sello diplomático del divorcio los separó para siempre.
Un ambiente frío se sintió por un tiempo. El reino de las figurillas de porcelana ya no se sentía, al igual que los territorios de los sofás y el estruendo de los dominios de la cocina. El llanto de mi madre se mezcló con el entorno nocturno e irrumpía en mi habitación como un mal sigiloso.
Pero el tiempo fue un aliado favorable; miembro de la corte de nuestros sentimientos. Sus consejos imperceptibles nos ayudaron a asimilar aquella nueva vida y el semblante de mi madre cambió. De repente volvía a estar contenta; radiante, pero no con el mismo brillo, sujetando el estandarte de un nuevo reino por delante.
La imaginación me fue arrebatada durante aquellos periodos y ya no veía como antes aquella casa. Solo éramos mi madre y yo con un trozo desterrado de nuestras vidas.
“Edward, cariño, ¿acaso estás soñando despierto otra vez?” Me dijo mi esposa, Alice, liberándome de aquellos recuerdos. “Tu trozo de pastel se va a enfriar.”
El pastel de durazno, oh, ¿cómo pude olvidarlo? Seguía siendo el mismo a pesar de ser preparado por otras manos y pasar por tiempos turbulentos. El sabor me recuerda tanto a aquellas fantasías en las que me sumergía, y las que solo viviré en efímeras memorias.
FIN
Texto traducido con Deepl | Text translated with Deepl
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