Por el ojo de la puerta
Aquella noche, el viento ululaba tan fuerte que las ramas de los árboles golpeaban las ventanas de la antigua casa de las colinas. Neseri una joven de veintidós años, vivía sola allí gracias a la herencia de su abuela ya fallecida. Aunque la arquitectura era majestuosa, la mansión tenía un aire lúgubre que ponía los pelos de punta a cualquiera que la apreciara o lo visitara por primera vez.
El reloj marcaba las once y Neseri decidió irse a la cama temprano. Su día de trabajo fue largo y agotador, lo único que ella deseaba era descansar. Sin embargo, cuando estaba a punto de apagar la luz de su habitación, oyó un ruido extraño procedente del piso de abajo. Un sonido sordo, como si algo pesado hubiera caído al suelo.
Entonces se levantó de la cama y, con el corazón palpitante, se dirigió a las escaleras. Lo deliberó por un instante, pero al final comenzó a bajar los peldaños con cautela, intentando no hacer ruido y cuando llegó al piso inferior, vio que debajo de la puerta principal había una ligera iluminación. «Debo de haber apagado las luces», pensó, sintiendo un escalofrío que le recorría la espalda.
Se acercó lentamente a la puerta y cuando trató de girar la llave, oyó un susurro. Era un murmullo apenas audible, pero lo suficientemente claro como para helarle la sangre. Sí, estaba segura de que procedía del otro lado.
Ella, con la respiración contenida, se agachó pesadamente y miró por el ojo de la puerta. Al principio, no vio más que la oscuridad de la noche. Pero entonces, una figura empezó a tomar forma. Era una sombra alta y delgada, con ojos ases que parecían atravesar la oscuridad. La figura se movía con lentitud, acercándose cada vez más a la puerta.
Aunque tenía miedo, Neseri no podía apartar la mirada. Entonces la figura se detuvo justo delante de la puerta, y la chica pudo ver claramente su rostro. Era un rostro momificado, con los ojos hundidos y una sonrisa cadavérica que mostraba unos dientes puntiagudos y amarillentos. La figura levantó una mano y empezó a arañar la puerta, produciendo un chirrido que resonó en la cabeza de la joven.
Ella retrocedió bruscamente y su espalda chocó contra la pared, y corrió hacia la cocina, donde sabía que guardaba los cuchillos. Ya con el arma en la mano, volvió al pasillo, decidida a enfrentarse a lo que hubiera al otro lado de la puerta. Entonces volvió a agacharse para mirar por el ojo de la puerta y la figura había desaparecido, todo estaba en silencio.
De repente, se oyeron pasos en el piso de arriba. Era más que obvio que alguien, o algo, estaba dentro de la casa. Con cautela subió las escaleras y cada paso atronaba en el silencio de la noche. Cuando llegó al pasillo, vio que la puerta de su dormitorio estaba abierta.
Despacio, con el cuchillo en alto, accedió a la habitación dispuesta a defenderse. Pero esta estaba vacía; sin embargo, algo no iba bien. La ventana también estaba abierta, y una brisa fría se colaba haciendo ondear las cortinas. Neseri se acercó y la cerró, pero justo al hacerlo sintió una presencia detrás de ella.
Giró rápidamente, y no había nadie. El miedo la consumió y decidió que no podía permanecer más tiempo en esa casa. Corrió con la idea de ir hacia las escaleras, pero antes de que pudiera salir, la puerta del dormitorio se cerró de golpe, atrapándola dentro.
Neseri gritó y golpeó la puerta con todas sus fuerzas, aunque fue en vano, ya que la figura que había visto la retenía, sin intención de dejarla marchar.
De repente, una risa macabra rompió el silencio. Neseri sabía que estaba en una pesadilla de la que era imposible despertar. Sin embargo, tenía que intentarlo hasta encontrar una salida. Todos los intentos de escape resultaron inútiles.
Minutos después, las luces empezaron a parpadear, sumiendo la habitación en una parpadeante penumbra. Y sintió escalofríos cuando una voz susurrante llenó el aire. «No puedes escapar», dijo la voz, con un tono que parecía provenir de las profundidades del infierno.
Envuelta en un manto de terror, miró a su alrededor en busca de algo y sus ojos se posaron en el armario, una vieja y robusta estructura que había pertenecido a su abuela. Con pasos vacilantes, se acercó, abrió las puertas y se encerró en él, a llorar con la esperanza de que apareciera alguien a rescatarla.
La joven sentía que el pánico la consumía, pero sabía que necesitaba mantener la calma. Y, por un momento, todo quedó en silencio.
Repentinamente, la voz susurrante volvió, esta vez más fuerte y clara. «No puedes salir, mírame, aquí estoy», dijo la voz, y Neseri sintió que una mano fría y huesuda se posaba en su hombro. Gritó y se volvió, pero la oscuridad no le revelaba compañía.
«Mira», dijo la voz. Neseri, hipnotizada, se acercó y divisó por el ojo de la puerta. Lo que advirtió la dejó petrificada. Al otro lado no había oscuridad, sino una visión de su propia casa, pero en ruinas. Las paredes estaban cubiertas de moho y el suelo lleno de escombros. En el centro del pasillo, una figura yacía inmóvil en el suelo. Ella reconoció su propio cuerpo, pálido y sin vida.
Entonces la figura demacrada también se inclinó sobre el ojo de la puerta y observó a Neseri macabramente, susurrándole. «Estás atrapada aquí para siempre», le dijo, y ella sintió que la oscuridad penetraba por su córnea y la envolvía. Su visión se nubló y el último sonido que oyó fue la risa macabra que le reventaba los tímpanos.