Tenías que ser tú
Siempre me he considerado un hombre orgulloso y de carácter fuerte, a veces intimidante, acostumbrado a mantener a la gente a distancia. He construido una vida basada en la independencia y la fortaleza, creyendo que el amor era una debilidad que no podía permitirme, porque solo los débiles no pueden valerse por sí mismos.
Pero todo cambió el día que le conocí.
Era una tarde lluviosa, yo estaba en mi despacho, revisando unos documentos importantes. La puerta se abrió de golpe y entró ella, empapada, con una mirada desafiante. No pude evitar sentir una mezcla de irritación y curiosidad.
—¿Quién eres y qué haces aquí? —pregunté, sin levantar la vista de mis papeles.
—Soy la nueva ayudante —respondió con firmeza—. Y he venido a quedarme con el puesto.
Su actitud me desconcertó. Nunca nadie me habló así. Pero había algo en ella, una chispa que me intrigaba. De repente me acordé, olvidé que el puesto para una nueva asistente estaba vacante, así que le pedí que se sentara y me enseñara su currículum, luego procedí a entrevistarla.
Se veía tan serena y desafiante al mismo tiempo. En cambio, yo no mostré ninguna emoción y solamente abrí la boca para preguntarle por su experiencia laboral; en ningún momento pude percibir su nerviosismo o intimidación. La entrevista terminó y ella se marchó comprometiéndose a volver al día siguiente. Estaba contratada, sus experiencias y referencias eran maravillosas, cumplía todo lo que yo buscaba.
Con el paso de los días me di cuenta de que esta chica era diferente a las demás. No se dejaba intimidar por mi carácter, y siempre presentaba buenas razones para defenderse o golpear mi ego, lo que me enfurecía y fascinaba al mismo tiempo. Sin embargo, mantuve mi posición como su jefe, mostrándole siempre mi lado despreciable.
La chica me demostró con actos su capacidad y tenacidad para resolver cualquier situación, y se convirtió rápidamente en mi mano derecha. Yo mantenía las distancias, pero a veces cuando la veía concentrada o al frente de las reuniones con los demás accionistas, sentía una punzada en el pecho. No podía permitir que alguien como ella, tan desafiante y hermosa, se acercara a mí. Pero ella, con su inteligencia y coraje, empezó a derribar todas mis barreras.
Una noche, después de un largo día de trabajo, discutimos y me comporté como un patán, todo por un documento que se había perdido de mi escritorio, Antes de irse ella atendió una llamada era mi abogado avisando que en su maletín estaba el papel, lo había tomado por error prometiendo devolverlo a primera hora de la mañana. Ella, no pudo evitar derramar una lágrima y noté que contenía las ganas de llorar, me sentí fatal.
Era la primera vez que le veía así. Así que le ofrecí una disculpa y casi le rogué que me permitiera llevarla a casa. Por el camino, empezamos a hablar un poco de nuestros deseos como profesionales. Me sorprendió lo fácil que fue abrirme a ella, algo que nunca había experimentado antes.
A partir de esa noche empecé a cuestionarme mis propias creencias sobre el amor y la vulnerabilidad. Pero mi orgullo seguía siendo un obstáculo; no quería admitir que me sentía atraído por la señorita Cano. Me aferraba a la idea de que el amor era una debilidad, algo que no podía permitirme. Sin embargo, cada vez que la veía entrar en mi despacho, mi corazón latía más deprisa y mis defensas se derrumbaban.
Un día, la vi llorar, esta vez parecía que una tormenta salía de sus ojos. Me acerqué a ella, sin saber qué decir. Y entre lágrimas me contó que había perdido a su perro. En ese momento, algo dentro de mí cambió. Sentí una necesidad imperiosa de abrazarla, de estar a su lado y me puse en su lugar. Yo estaría igual si perdiera a mi perro.
La abracé y, por primera vez en mi vida, dejé que mis emociones afloraran. Fue un momento de vulnerabilidad que nunca olvidaré. A partir de ese día, supe que ya no podía negar lo que sentía por esta chica.
Pero no fue fácil, de nuevo mi orgullo y mi miedo al compromiso no me dejaron avanzar y decirle lo que sentía, pasé por momentos incómodos. Sin embargo, ella se mantuvo serena, y con paciencia me demostró que ser menos duro no es una debilidad, sino una humilde fortaleza que nos hace más fuertes.
Con el paso de los días, la relación se hizo más cordial, y se profundizó cuando empezamos a compartir más sobre nuestros objetivos personales. Yo, que era incapaz de abrirme a nadie, encontré en ella una confidente. Y ella, a su vez, encontró en mí un apoyo inesperado, sobre todo en momentos de dolor y pérdida.
Lo intenté, claro que sí, pero la vida es así, no se puede tener todo, no pude tenerla, ya estaba comprometida con otro.
Hoy, mientras le veo trabajar sin hacerme notar, sé que tenías que ser tú. Tú, que llegaste a mi vida para desafiarme, para romper todas mis barreras y enseñarme a amar. Tú, que me hiciste comprender que el verdadero amor es el que nos transforma y nos hace mejores.
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