“…aquel día fueron rotas todas las fuentes del grande abismo, y las cataratas de los cielos fueron abiertas…”
Génesis 7:11
A pesar todo lo ocurrido, aún sigue sonando en mi cabeza esa canción infantil que mamá nos cantaba mientras el sonar de la lluvia en el techo, nos arrullaba.
En necio edificó su casa en la arena, y la lluvia descendió.
La lluvia cae se agita el mar, y la casa en la arena se cayó.
El sabio edificó su casa en la roca, y la lluvia descendió.
La lluvia cae se agita el mar, y la casa en la roca firme está.
No sé si huyendo de las tierras bajas inundables por la subida de las mareas o por el alto costo de las propiedades en la ciudad, pero mis ancestros terminaron construyendo su casa en uno de los cerros que la rodean. Y ahí, generación tras generación fueron tomando terrenos contiguos a las casas maternas y construyendo sus viviendas, poblando rápidamente toda la zona montañosa.
Siguiendo la tradición y ajustado a los pocos recursos económicos existentes, cuando embaracé a mi vecina, construí mi casa en uno de los pocos lugares disponibles junto al lecho del río, por donde ya no fluía agua, sino desperdicios y basura arrojados por los habitantes.
Aquel cerro era un amasijo de casas construidas sin planificación según las posibilidades de cada uno. Lo que antes había sido un frondoso bosque montañoso, ahora era una caótica red de concreto, asfalto y metal. Pero, aun así, ahí estaba mi hogar y me sentía seguro junto a mi familia.
Mi seguridad aumentó cuando un terremoto con epicentro en el mar produjo inundaciones en la costa, destruyendo casas y vías públicas. Me sentía seguro y confortable viviendo en las tierras altas, pues mi casa permaneció a salvo del desastre.
Pero, un buen día se abrieron las compuertas del cielo y comenzó una lluvia torrencial, de magnitudes nunca antes vista. Oré a mi Dios pidiendo seguridad y protección para las personas que vivían al pie de monte; sin embargo, ese día el destino daría una vuelta inesperada.
Las laderas de los cerros comenzaron a ceder y a derrumbarse, arrastrando calle abajo todo lo que encontraba a su paso: árboles, animales, carros, casas, personas. Un río de lodo, rocas, escombros y muerte descendió indeteniblemente.
El ruido del agua era espantoso y me obligó a abandonar la casa y refugiarme, junto a mi esposa y mi hijo, en la iglesia que coronaba el cerro; y desde allí fui testigo presencial de la tragedia más grande que han visto mis ojos. Los daños materiales fueron incalculables, pero nada comparable con las vidas humanas que se perdieron.
De la casa materna no quedaron ni los cimientos, y junto con ella también desapareció mi vieja.
Mi esposa y mi hijo emigraron hacia otro país en busca de mejores condiciones de vida; pero yo no pude salir del cerro, permaneciendo con mi dolor intacto, soñando que un día entrará por la puerta mi madre, cantando el estribillo de esa pegajosa canción de cuna.
… el sabio edificó su casa en la roca…
veac291022
CONCURSO DE MINICUENTOS DE LITERATOS: Portento de la naturaleza y destino humano
El minicuento debe versar sobre la relación entre el poder de la naturaleza y el destino humano frente a él.
Se participará con un minicuento de máximo 500 palabras.