Jorge Luis Borges
(Buenos Aires, 1899 - Ginebra, 1986)
De vez en cuando, en estos tiempos, la vida se detiene y nos ofrece un espacio para observar y pensar en calles vacías, en gente que se ha ido, en frases que resuenan como ecos.
De vez en cuando, hay poco espacio entre la razón, con su memoria, y el corazón, con sus anhelos; y un silencio nos deja movimientos de personas que se van, que se ausentan; pero que a la vez se quedan...
Estas calles tan vacías
Se llenaron de tierra, pues al principio no había carreteras.
Levantaron aquí mismo sus hogares; y el hato de mi abuelo, cerca de la playa, aún está en pie; aunque le faltan algunas láminas del techo y la lluvia penetra lavando los pisos que son de loza antigua hecha de arcilla.
Por aquí también he caminado yo.
Y ahora, en que reciente, la noche de mi vida se ha cernido sobre mí, me permito andar de vez en cuando y en solitario por estos caminos de Dios.
Ellos sabían perfectamente cómo iba a ser nuestra historia, la auguraban ellos y Dios -ya que lo nombro-
Un éxodo inevitable y sin destinos.
En estos momentos, mi padre vive en otras tierras; en esas dónde buscó trabajo mejor que el de la pesca; único vestigio de nuestros antepasados que, aunque sea, aún remunera los bolsillos de la gente y les deja algo para comer.
Mi abuelo no.
Se quedó en la playa.
Ya no pescaba y en sus deseos frustrados por la pobreza, colocaba inyecciones a los enfermos y siempre dijo haber querido ser médico; y así fue, hasta que murió en su misma casa.
En otras palabras, que somos los mismos los que por aquí hemos pasado.
¿Y ahora viene un extraño, de fuera, con su voz estridente, megáfono en mano, cuál apertura de un Macondo a la social civilización de su país; a decirnos que todo está bien y que estaremos mejor?
No lo aceptamos.
Solo nosotros sabemos lo que yace debajo de nuestros cansados pasos; la historia que acarreamos en nuestros hombros y espaldas a través de los tiempos.
El poco progreso, la poca estatura lograda que nos da el poco espacio que se nos ha regalado.
Somos moralmente inexistentes para aquellos que pretenden que no producimos más que, de vez en cuando, pescados.
Nadie debe venir buscando apoyo como si nosotros fuéramos de pronto recordados.
¿De dónde sacaron que podrían cercenar una manera simple y sencilla de pensar?
Cuando mejoren los pasos, cuando exista un progreso por estas calles tranquilas, por donde, de vez en cuando, paso; por dónde pasaron mi padre y mi abuelo, y el padre y los abuelos de estos.
Faltan muchas cosas que contar aún y el cielo lo sabe.
Todo es cíclico
Para Lucho, el abuelo de la cuadra. Sí; ese que murió hace dos años; quien se sentaba al frente de la plaza, en una silla de lona, a conversar con todos; la vida es solo un ciclo lleno de ciclos.
Él descubrió, sin haber salido nunca de este pueblo, que, de vez en cuando, los jóvenes se iban en busca de otras necesidades inculcadas por extraños.
Le tenía terror al periódico; no le gustaba que los nietos escucharan la radio; y más tarde, con la televisión, tiro la toalla, se quitó los guantes y se olvidó de los peros, pues ya todo esto para él no tenía remedio.
Comentaba las dos veces que los jóvenes se fueron.
Cuando descubrieron el petróleo y salieron en masa a buscar trabajo al otro lado del lago; y duraba horas la travesía, pues no había caminos ni transportes.
Corrían entonces los años cincuenta.
Y ahora, qué políticos llenaron de frases vacías y sin sentido teórico, el porqué de la existencia en un pueblo de agua donde la pesca simplemente era.
Que no la alentaron, que solo trajeron formas de empleo temporales, inversiones mal habidas sin razones correctas.
Se han marchado de nuevo.
Todo es un ciclo, decía; y se ha repetido el hecho.
La gente escapa y nos deja.
Y abuelos que durmieron con la esperanza de ver reunidas a sus familias, ya se han ido sin verlo.
Los ciclos son cada vez más contundentes, más precisos, más profundos, más hirientes.
La teoría de José
Cuando pase el tiempo y vean que están en otra tierra y no les vaya bien.
Cuando extranjeros le den las espaldas y no encuentren puertas que tocar para pedir ayuda.
Cuando las tardes sean monótonas e inexistentes; llenas de trabajo, rumiante trabajo.
Cuando todo sea soledad y en nochebuena estén prácticamente aislados.
Entonces ellos regresarán; yo lo presagio.
Esto lo dijo tranquilo y sin remordimientos, mientras observaba aquellos cinco pescadores que, bolso en mano, algunos en la espalda; caminaban tranquilos a tomar el último autobús que los llevaría cerca de Colombia.
Unas horas de viaje y luego, cruzando de la forma más valiente y guiada, por supuesto, el Tapón del Darién; darían señales de vida al otro lado; mientras las familias esperaban impacientes que se comunicaran.
No, no regresaron; simplemente no volvieron.
Presuponemos que están en otra parte, en otro sitio, donde al menos no hay persecución ni hambre.
La teoría de José fue equivocada.
Y las manos arrugadas de sus viejas se quedaron vacías, rodeadas de silencio, como estas calles.
Emilio Ríos – Venezuela
@emiliorios
Algunas anotaciones:
Todas las imágenes son propias y tomadas con un ZTE Blaade A3.
Barras separadoras de Pixabay-Willgard
Agradecimiento final editado en Paint de Pixabay-Willgard
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