- Cuando nací.
- El auto que frenó en el momento justo.
- El que medio metro más y…
- La vez aquella que no pude respirar.
- La vez que me inyectaron lo que no debían.
- Los días que estuve deshidratada con fluido y oxígeno.
Ahora que saco la cuenta, me queda una vida. O tres, si lo hacemos a la inglesa. Pero en general menos vidas que cuando llegué.
Un alma cualquiera puede ser leyenda si tan solo se asoma al fondo de sí misma, le sostiene la mirada al abismo, y con voz clara y dulce dice “hágase la luz”. Y por eso hoy, tras cruzar mil calles y quemarme en mil farolas, dejé atrás la vocación de polilla para ser luciérnaga.
Podría huir de la Pelona, y perderme el quid de la cuestión. Pero que va. Prefiero que me encuentre rugiendo y no maullando bajito.
Solo me queda una.
Y pienso usarla.
La imagen es de la autora.