Hoy les comparto un texto literario de mi autoría,
espero los deleite, inspire y fidelice a mi arte.
Today I share with you a literary text of my authorship,
I hope it will delight you, inspire you and make you loyal to my art.
-Español/Spanish-
El sol brillaba en blanco y la noche era negra. Los números eran mi lugar seguro porque no hablaban de colores y tonos de atardecer, pero en mi habitación hubiera querido pintar todas las flores que nunca había conocido. Un filtro constante era mi realidad, una de la que no podía escapar.
Generación tras generación, atrapados en una espiral de deseos imposibles y sin reparación. Añorando desde las entrañas un milagro que nos concediera la vista sana de la que fuimos privados al nacer. ¿Cómo detienes algo que no puede prevenirse ni curarse?
Era más que un capricho, era más que un lujo sin importancia, era un cofre de deseos atados a privilegios no apreciados por las personas fuera de la cabina. Viviendo en la necesidad de ser asistidos para cocinar, para manejar e incluso para estudiar. Dependientes parciales para poder llevar una vida funcional.
Una noche más acostada en el tobogán del parque de niños, uno de tantos en la pequeña ciudad. Me consolaba saber que a pesar de que existían demasiados colores que aún no podía conocer, la luna seguiría siendo blanca para todos. Cada luna llena me acostaba al final de este tobogán con mis pies apoyados en la tierra y veía el cielo. Entonces lo vi.
Estaba en una banca con una cámara fotográfica y miraba el cielo al igual que yo. Cuando sintió mi mirada, dirigió su atención a mí y yo volteé para mirar de nuevo al cielo, pero pude ver por el rabillo del ojo que se había levantado y caminaba hacia el tobogán. “Buenas noches”, había dicho. Respondí de la misma manera y se acostó de igual manera en el tobogán de al lado. Así estuvimos un buen rato. Ambos mirando la luna, perdidos en el silencio.
Cuando una enorme nube cubrió la vista, decidí ir a casa. Me levanté y comencé a caminar. Él hizo lo mismo y dijo “¿Te acompaño? Es bastante tarde. ¿O prefieres que llame a un taxi?”. Respondí explicando que de hecho vivía bastante cerca, así que no había necesidad. No pregunté su nombre, simplemente me despedí diciendo “Feliz luna llena”.
Una de mis tres plantas en el apartamento se había secado y el papeleo de las facturas por fiscalizar sobre la mesa se las llevaría el viento si abría la ventana. Había sido un mes estresante, pero finalmente era sábado y de nuevo sería luna llena. Tomé una ducha y con un suéter tejido, un jean y unas zapatillas caminé hasta el parque. Era alrededor de las nueve de la noche y el cielo estaba despejado, a pesar que desde la montaña bajaba neblina.
“Feliz luna llena”, fue lo que dijo cuando llegó desde el costado del tobogán donde yo estaba acostada. No era buena haciendo amistades, así que no sabía si alegrarme de ver un rostro conocido o hacer caso de los programas con temática policial como Criminal Minds, y pensar que era extraño de que el sujeto haya vuelto a aparecer. Pero simplemente se acostó a mi lado otra vez, tomando un par de veces unas cuantas fotografías a la luna.
Antes de que me levantara para irme, dijo que su nombre era Félix y era fotógrafo para una revista semanal de bajo reconocimiento, también subía su trabajo a una página online libre de derechos de autor, donde le pagaban por su contenido. Pensé si quedarme en silencio o no, pero me parecía un poco descortés. Sin embargo no estaba acostumbrada a conocer personas y a confiar tan fácil tampoco. Yo dije “De seguro tus fotografías son increíbles”, le sonreí y me despedí diciendo “Feliz luna llena”.
Finalmente había conseguido el ascenso que necesitaba. Estaba bastante aliviada. Para celebrar había ido a casa de mis padres, incluso me tenían preparado un pastel. Mi hermano conectó el karaoke y tomamos unos tragos lo que restó de la noche. Subí al techo cuando ya todos estaban dormidos y di gracias a la luna llena de esa noche. Un pensamiento fugaz me hizo recordar al fotógrafo del parque. ¿Habría ido esta noche también? “Feliz luna llena” dije al viento y me fui a la cama.
Los lentes especiales que había estado esperando desde el extranjero habían llegado finalmente, pero el ir al oftalmólogo me había dejado un poco desconsolada. Al parecer los costosos lentes no surtían efecto en mi vista, ni con los filtros especiales para su uso. Todo seguía igual. Todo era blanco, negro y gris.
Ni siquiera había llegado a casa primero, había ido directo al parque a acostarme en el tobogán. Así sin más, mis lágrimas habían comenzado a deslizarse por mi rostro. El hecho de que nada podría cambiar, me desmoronaba por completo. Tenía muy en claro que mi situación podría ser peor y que muchas personas tenían una vida más difícil. Que debía dar gracias por lo que tenía. Pero el deseo estaba ahí, un anhelo por algo que jamás había tenido.
“Feliz luna llena”, había dicho él con una sonrisa. Una que desapareció en cuanto se percató de mis lágrimas. “¿Estas bien? ¿Estás herida?”, estaba preocupado, aunque seguíamos siendo dos desconocidos. Sequé mis lágrimas mientras decía que estaba bien. Él se había quedado en silencio, sentado a mi lado con sus manos en su regazo, jugando con su cámara colgada del cuello. Mis lágrimas seguían brotando y ya no sabía qué hacer, así que huir a casa parecía un buen plan. Yo dije “Buenas noches” mirando el suelo y comencé a caminar.
“Oye”, había dicho mientras me tomaba de la mano. Cuando volteé, soltó mi mano y mordiéndose el labio se removió inquieto. “¿Quieres… acompañarme a comer Tiramisú?”. Luego de comprarlo en una tienda cercana, habíamos vuelto al parque, también había comprado café para los dos y un globo del deseo, por alguna razón.
“Soy Jinnie”, dije. Eso lo tomó por sorpresa con la cucharilla con tiramisú a medio camino cerca de su boca. Sonrió y dijo “Es un placer Jinnie”. Luego del postre nos acostamos de nuevo en el tobogán, mirando el cielo. Él dijo “Vine la pasada luna llena, pero no estabas. Creí que no te volvería a ver o que tal vez te había asustado.” Me reí de eso y él sonrió. “Fui a visitar a mis padres para celebrar mi ascenso en el trabajo”, dije. “Entiendo. Felicitaciones, por el ascenso”, respondió.
Habían pasado un par de horas y el frío se volvía un poco más pesado, pero creo que ambos nos sentíamos cómodos, por alguna razón. “¿Te gustan los atardeceres en la playa?”, dijo un poco tímido. Volteé para mirarlo y con algo de decepción dije, “Nunca he visto uno”. Esto lo sorprendió, tomó su cámara y buscó en ella oprimiendo algunos botones, luego me la ofreció. En ella habían paisajes de atardeceres en la playa, tal y como había dicho. Los tonos de gris le daban un aura lúgubre al paisaje, pero aun así era hermoso. Le devolví la cámara y confesé “No creo que pueda apreciar por completo la belleza que probablemente posean esas fotos”. Aceptó devuelta la cámara mientras fruncía el entrecejo, dando señal de su confusión. Chasqueé mi lengua antes de decir: “Sufro de acromatopsia. O tal vez lo conozcas como monocromatismo. Es una patología ocular, hereditaria. Solo puedo ver en negro, blanco, gris y todas sus tonalidades, por lo que… los bellos colores de ese atardecer no los puedo distinguir. Lo siento”. Me levanté y me fui. Luego de dar algunos pasos, lo escuché decir “Feliz luna llena”.
Había pasado casi un mes. Corría el mes de septiembre y volvía del oftalmólogo para ajustar la fórmula de mis lentes. La pérdida de agudeza visual y la sensibilidad a la luz eran otros de los síntomas de la patología, así que las consultas constantes eran parte de la agenda. Me preguntaba si “Félix, el fotógrafo” acudiría esta noche al parque después de lo que le dije sobre mi vista. No era como si nos conociéramos realmente, así que era completamente normal y comprensible que él no estuviera allí. Efectivamente cuando llegué, él no estaba. Le resté importancia y me acosté en el tobogán, a ver la luna llena una vez más.
“Feliz luna llena, Jinnie”. Sí había venido y a mí se me escapó una sonrisa. “Lamento llegar tarde, estaba comprando comida. No sabía qué te gustaría, así que no me decidía”, confesó. Comimos un par de sándwiches con una ensalada y bebimos agua saborizada. Le di las gracias por la comida y fue cuando habló de nuevo, se veía un poco nervioso, incluso algo asustado.
“De hecho… Creo que me gustas”. Solo había silencio de mi parte y mi rostro no mostraba mucho, así que siguió hablando, ahora más rápido. “Sé que es un poco raro y tal vez es pronto, pero me gustaría que… nos conociéramos más y encontrarnos en otros sitios que no sean el parque infantil una vez al mes. ¿Crees que se pueda? Juro que no soy un asesino en serie, ni nada de eso”, dijo con sonrisa nerviosa. Yo lo miré con expresión acusatoria y dije “Eso es exactamente lo que diría un asesino en serie o un secuestrador”. A lo que él abrió sus ojos asustados e intentó negarlo usando sus manos, mientras tartamudeaba. No lo aguanté, comencé a reír y le pedí que se detuviera. Acepté su propuesta y fue cuando comenzamos a salir.
Para la cita número nueve, algo en mi vista estaba mal, así que fui al oftalmólogo al día siguiente de emergencia. Tras varias pruebas, el doctor dijo que podría ser un avance crítico en mi vista, lo cual me dejó sumamente preocupada. ¿Pero por qué ahora podía distinguir el marrón? Era como si hubieran reemplazado el filtro blanco y negro con el que había nacido, y sustituido por el filtro sepia. Estaba asustada, aun así no lo compartí con nadie. Mis padres se alarmarían y mi hermano sería capaz de mudarse conmigo para cuidarme. Y con Félix… simplemente no quería asustarlo.
Había llegado la cita número trece y decidimos ir a una feria ambulante que había llegado a la ciudad. Nos divertimos demasiado. El algodón dulce, los juegos temáticos y la luna llena. Había comenzado a llover de manera incesante, parecía un diluvio y los taxis estaban ocupados. Llegamos empapados a un hotel cercano, y pedimos una habitación. En el lobby había un par de tiendas de artículos personales y otras de ropa. Compramos un par de cosas y subimos a la habitación. Esperaríamos a que la lluvia cesara para poder marcharnos cada quien a su hogar. Pero la lluvia por el contrario, se intensificó.
Ya nos habíamos duchado y cambiado a la ropa seca recién comprada. Ordenamos algo de comida y esperamos. Luego hablar por horas y entender que no nos iríamos a casa esa noche, nos acostamos muy cerca. Habíamos aprendido tanto del otro. Él cada vez quería saber más, parecía un niño curioso y asombrado con todo, incluso con mi empleo aburrido, pues a él no se le daban los números. Amaba que dibujara para él. Una vieja habilidad que no proyecté en la universidad debido a mi vista. Pero él colgaba mis lienzos en la pared, fascinado. Yo disfrutaba cuando cantaba mientras tocaba su guitarra, eso me arrullaba. Había tenido una exposición hace poco y todas las fotografías de la colección habían sido en blanco y negro, me había dicho que era para que no tuviera que perderme de nada. Incluso se había ganado la confianza de mi perro Kamit. Pero nunca habíamos tenido tanta privacidad.
Luego de una broma improvisada y unas cuantas carcajadas de ambos, había caído un silencio agradable. No sabía si eran los nervios o la emoción ahogada, pero casi podía distinguir el tono de su piel y el color de su cabello. Sus ojos brillaban y sus labios tocaron los míos. Nos habíamos entregado en cuerpo y alma, y nos sinceramos después de tanto tiempo. Ambos estábamos enamorados. Era una sensación dulce y suave, me recordaba al tiramisú que compró para mí aquella vez que me había visto llorar bajo la luna.
Al despertar, estaba envuelta en las sabanas y el sol alumbraba la habitación por la ventana panorámica. El techo era oscuro, pero las paredes tenían flores de loto en ellas. Entonces me di cuenta. Me senté asustada en la cama, mirando una y otra vez todo a mí alrededor. Grité desconcertada. En ese momento Félix entraba a la habitación con unas bolsas llenas de comida, había tenido una sonrisa que se convirtió rápidamente en terror. No sabía lo que me había sucedido, pero yo tampoco.
Acudimos corriendo al doctor y la respuesta era clara, pero no era lógica. Todos los colores que jamás había podido ver antes, estaban allí. En cada flor, en el cielo, en mi ropa, en el cabello rojizo de Félix. No sabíamos si era temporal o no, porque hasta el mismo doctor no tenía ni idea de lo que estaba sucediendo. Luego de tantas pruebas y chequeos completos, aún no teníamos respuestas. Pero ya era momento de decirles a mis padres. Quedaron impactados, pues ellos padecían también de la misma enfermedad y el único que había podido gozar de una vista normal hasta ahora, había sido mi hermano menor.
Ese fin de semana toda la familia se había enterado y organizaron una fiesta innecesaria para celebrarlo. La ocasión también sirvió para presentarles a Félix a mis padres, y muy contentos lo recibieron con los brazos abiertos. Estaba sumamente feliz, pero la incertidumbre de no saber si un día despertaría sin poder ver los colores, me producía mucha ansiedad.
“No te agobies, mi niña”, había dicho la señora Lydia, la vecina de mis padres que daba de comer a todos los gatos que llegaban a su casa. Me asustó escucharla, me tomó de sorpresa por que creí que estaba sola en el patio trasero. Al parecer no. La saludé disimulando mi susto y ella continuó diciendo “Para algunos, algunas cargas son para siempre. Pero para otros, algunas cargas desaparecen gracias al amor.” Me sonrió y entró a su casa. Esa fue la última vez que la vi.
Hoy han pasado seis años desde esa noche. Aún puedo ver los colores de cada atardecer, aprendí a diferenciarlos y a apreciarlos. Antes solo vestía con ropa negra o blanca y ahora mis vestidos son de colores brillantes. Había vuelto al dibujo y comencé a pintar sobre lienzos y a amar las acuarelas. Había logrado vender algunos de mis cuadros y ganarme algunos clientes maravillados. El trabajo donde nadaba en números había quedado en el pasado y estaba sumamente agradecida. Cuando llovía y el sol hacía presencia quedaba embelesada con el fenómeno del arco iris. La primera vez que logré verlo con todos sus colores, había estado caminando por la acera junto con Félix, tomé su brazo y grité. Lo había asustado, pero después de entender lo que estaba pasando sonrió encantado, estaba feliz por mí. Ese día me regaló una paleta de pintura acrílica, un caballete, pinceles y una cámara fotográfica.
Cada cierto tiempo pasaba por mi mente las palabras de esa vecina. Nunca había creído en la magia ni en la fe, pero aceptaba que algo inexplicable me había sucedido. Daba gracias, no sabía exactamente a qué o a quién, pero agradecía haber encontrado el amor y poder ver todos los colores del que el mundo estaba hecho.
“¡Mami! Papi te compró tiraquizu”. Reí ante la pronunciación de mi hija Lydia, trayendo en sus manos el postre tradicional para comerlo en este parque infantil, acostados en el tobogán. “Tiramisú, hija. Tiramisú”, había dicho Félix, quien llegaba con las bebidas más atrás. Era luna llena y los tres, mi hija, mi esposo y yo, estábamos fascinados admirando la luna, el cielo y las estrellas. A pesar de los riesgos, horas después de unos cuantos exámenes, se confirmó que Lydia nació con una vista perfecta y ese había sido mi mayor miedo luego de asegurarnos de que había nacido con un cuerpo sano. Aún si realmente mi regalo fuera temporal y el día de mañana despertaba de nuevo en un mundo gris, estaría feliz de haberlo disfrutado cada segundo con cada uno de los colores. Agradecía lo que tenía aún si el día de mañana ya no podría tenerlo más.
Había pasado mucho tiempo. Eran los quince años de Lydia y una de las actividades en el itinerario había sido soltar globos del deseo al cielo. Al final de la noche, ya estando en casa y apunto de dormir, Félix dijo “Recuerdo esa vez que te vi llorar en el parque. La primera vez que te compré un tiramisú. ¿Recuerdas que compré un globo del deseo? No sabía por qué lo había comprado. Pero después de que me dijiste de tu enfermedad y te fuiste, me quedé allí sentado un largo rato, pensando. Sabía que no podía ayudarte, pero me sentía mal sin poder hacer nada. Como un niño tonto abrí el empaque, escribí mi deseo y encendí el globo para luego dejarlo elevarse al cielo en dirección a la luna” Le pregunté lo que había escrito en él, era una historia que jamás me había contado. “Deseé que pudieras ver todos los colores del mundo si eso te hacía feliz”, respondió y entre lágrimas dijo “Y funcionó. Espero que todos los deseos que haya escrito esta noche nuestra hija, también se hagan realidad”.
-Inglés/English-
-Inglés/English-
The color of a wish
The sun shone white and the night was black. Numbers were my safe place because they didn't speak of colors and shades of sunset, but in my room I would have wanted to paint all the flowers I had never known. A constant filter was my reality, one I could not escape.
Generation after generation, trapped in a spiral of impossible and unrepaired desires. Yearning from the gut for a miracle that would grant us the healthy sight we were deprived of at birth. How do you stop something that cannot be prevented or cured?
It was more than a whim, it was more than an unimportant luxury, it was a chest of desires tied to privileges unappreciated by people outside the cabin. Living in need of assistance to cook, to drive and even to study. Partially dependent in order to lead a functional life.
One more night lying on the slide at the children's park, one of many in the small town. I took comfort in knowing that even though there were too many colors I could not yet know, the moon would still be white for everyone. Every full moon I would lie at the end of this slide with my feet flat on the ground and look up at the sky. Then I saw it.
He was on a bench with a camera and was looking at the sky just as I was. When he felt my gaze, he turned his attention to me and I turned to look at the sky again, but I could see out of the corner of my eye that he had stood up and was walking toward the slide. "Good night," he had said. I responded in kind and he lay down in kind on the slide next to me. We stayed like that for quite a while. Both of us looking at the moon, lost in the silence.
When a huge cloud covered the view, I decided to go home. I got up and started walking. He did the same and said "Shall I walk you? It's quite late, or would you rather I call a cab?". I responded by explaining that I actually lived quite close, so there was no need. I didn't ask his name, I simply said goodbye saying "Happy full moon".
One of my three floors in the apartment had dried up and the paperwork of bills to be audited on the table would be blown away by the wind if I opened the window. It had been a stressful month, but it was finally Saturday and it would be a full moon again. I took a shower and in a knitted sweater, jeans and sneakers walked to the park. It was around nine o'clock at night and the sky was clear, even though mist was coming down from the mountain.
"Happy full moon," was what she said when she came from the side of the slide where I was lying. I wasn't good at making friends, so I didn't know whether to be happy to see a familiar face or to heed cop-themed shows like Criminal Minds and think it was strange that the guy had shown up again. But he just laid down next to me again, taking a few shots at the moon a couple of times.
Before I got up to leave, he said his name was Felix and he was a photographer for a low-recognition weekly magazine, also uploading his work to a royalty-free online site, where he was paid for his content. I thought about whether to remain silent or not, but it seemed a bit rude. However I wasn't used to meeting people and trusting so easily either. I said "I'm sure your pictures are amazing", smiled at him and said goodbye saying "Happy full moon".
I had finally gotten the promotion I needed. I was quite relieved. To celebrate I had gone to my parents' house, they even had a cake ready for me. My brother turned on the karaoke and we had drinks for the rest of the night. I went up to the roof when everyone was already asleep and gave thanks to the full moon that night. A fleeting thought reminded me of the photographer in the park, would he have been there tonight too? "Happy full moon" I said to the wind and went to bed.
The special glasses I had been waiting for from overseas had finally arrived, but going to the ophthalmologist had left me a bit heartbroken. Apparently the expensive glasses had no effect on my eyesight, even with the special filters for their use. Everything was still the same. Everything was black, white and gray.
I hadn't even gotten home first, I had gone straight to the park to lie down on the slide. Just like that, my tears had started to slide down my face. The fact that nothing could change was completely breaking me down. It was very clear to me that my situation could be worse and that many people had a more difficult life. That I should be thankful for what I had. But the desire was there, a longing for something I had never had.
"Happy full moon," he had said with a smile. One that disappeared as soon as he noticed my tears. "Are you okay, are you hurt?" he had been concerned, even though we were still two strangers. I wiped away my tears as I said I was fine. He had gone silent, sitting next to me with his hands in his lap, fiddling with his camera hanging from his neck. My tears were still welling up and I didn't know what to do anymore, so running home seemed like a good plan. I said "Goodnight" looking at the ground and started walking.
"Hey," he had said as he grabbed my hand. When I turned, he let go of my hand and biting his lip he stirred uneasily. "Do you...want to join me for Tiramisu?". After buying it at a nearby store, we had gone back to the park, I had also bought coffee for both of us and a wish balloon, for some reason.
"I'm Jinnie," I said. That took him by surprise with the spoon with tiramisu halfway near his mouth. He smiled and said "It's a pleasure Jinnie." After dessert we lay back down on the slide, looking up at the sky. He said "I came last full moon, but you were gone. I thought I'd never see you again or maybe I'd scared you off." I laughed at that and he smiled. "I went to visit my parents to celebrate my promotion at work," I said. "I understand. Congratulations, on the promotion," he replied.
A couple of hours had passed and the cold was getting a little heavier, but I think we both felt comfortable, for some reason. "Do you like sunsets on the beach?" he said a little shyly. I turned to look at him and with some disappointment said, "I've never seen one." This surprised him, he picked up his camera and searched through it pushing a few buttons, then offered it to me. In it were landscapes of sunsets on the beach, just as he had said. The shades of gray gave the landscape a gloomy aura, but it was still beautiful. I handed the camera back to him and confessed, "I don't think I can fully appreciate the beauty these photos probably possess." He accepted the camera back as he furrowed his brow, signaling his confusion. I clicked my tongue before saying, "I suffer from achromatopsia. Or maybe you know it as monochromatism. It's an ocular pathology, hereditary. I can only see in black, white, gray and all their shades, so... the beautiful colors of that sunset I can't make them out. I'm sorry." I got up and left. After taking a few steps, I heard him say, "Happy full moon."
Almost a month had passed. It was September and I was returning from the ophthalmologist to have my lens formula adjusted. Loss of visual acuity and sensitivity to light were other symptoms of the pathology, so constant consultations were part of the agenda. I wondered if "Felix, the photographer" would come to the park tonight after what I told him about my eyesight. It wasn't as if we really knew each other, so it was completely normal and understandable that he wouldn't be there. Sure enough, when I arrived, he wasn't there. I downplayed it and lay down on the slide, watching the full moon once again.
"Happy full moon, Jinnie." He had indeed come and a smile escaped me. "Sorry I'm late, I was grocery shopping. I didn't know what you'd like, so I couldn't decide," she confessed. We ate a couple of sandwiches with a salad and drank flavored water. I thanked him for the food and that's when he spoke again, he looked a little nervous, even a little scared.
"Actually... I think I like you." There was only silence from me and my face didn't show much, so he kept talking, faster now. "I know it's a little weird and maybe it's early, but I'd like us to... get to know each other more and meet somewhere other than the playground once a month. Do you think it's possible? I swear I'm not a serial killer or anything," he said with a nervous smile. I looked at him with an accusatory expression and said, "That's exactly what a serial killer or kidnapper would say." To which he widened his frightened eyes and tried to deny it using his hands, while stammering. I couldn't take it, I started laughing and asked him to stop. I accepted his proposal and that's when we started dating.
By appointment number nine, something in my eyesight was wrong, so I went to the ophthalmologist the next day on an emergency basis. After several tests, the doctor said it might be a critical breakthrough in my eyesight, which left me extremely concerned. But why could I now distinguish brown? It was as if they had replaced the black and white filter I was born with, and replaced it with the sepia filter. I was scared, yet I didn't share it with anyone. My parents would be alarmed and my brother would be able to move in with me to take care of me. And with Felix... I just didn't want to scare him.
Date number thirteen had arrived and we decided to go to a traveling fair that had come to town. We had too much fun. The cotton candy, the themed games and the full moon. It had started to rain incessantly, it seemed like a deluge and the cabs were busy. We arrived soaked at a nearby hotel, and asked for a room. In the lobby there were a couple of personal stores and some clothing stores. We bought a couple of things and went up to the room. We would wait for the rain to stop before we could each go home. But the rain, on the contrary, intensified.
We had already showered and changed into our newly purchased dry clothes. We ordered some food and waited. After talking for hours and understanding that we would not be going home that night, we lay down close together. We had learned so much about each other. He wanted to know more and more, he seemed like a curious and amazed child at everything, even my boring job, as he was not good with numbers. He loved that I drew for him. An old skill I didn't project in college because of my eyesight. But he would hang my canvases on the wall, fascinated. I enjoyed when he sang while playing his guitar, it lulled me to sleep. He'd had an exhibition recently and all the photographs in the collection had been in black and white, he'd told me it was so I wouldn't have to miss anything. He had even gained the trust of my dog Kamit. But we had never had so much privacy.
After an impromptu joke and a few laughs from both of us, a pleasant silence had fallen. I didn't know if it was nerves or choked excitement, but I could almost make out the tone of her skin and the color of her hair. Her eyes sparkled and her lips touched mine. We had given our bodies and souls to each other, and we were honest after so long. We were both in love. It was a sweet and soft feeling, it reminded me of the tiramisu he bought for me that time he had seen me crying under the moon.
When I woke up, I was wrapped in the sheets and the sun was shining into the room through the panoramic window. The ceiling was dark, but the walls had lotus flowers on them. Then it hit me. I sat frightened on the bed, looking again and again at everything around me. I screamed in bewilderment. At that moment Felix was entering the room with some bags full of food, he had had a smile that quickly turned to terror. He didn't know what had happened to me, but I didn't either.
We rushed to the doctor and the answer was clear, but not logical. All the colors I had never been able to see before were there. In every flower, in the sky, in my clothes, in Felix's reddish hair. We didn't know if it was temporary or not, because even the doctor himself had no idea what was happening. After so many tests and complete check-ups, we still had no answers. But it was time to tell my parents. They were shocked, because they also suffered from the same disease and the only one who had been able to enjoy normal eyesight until now, had been my younger brother.
That weekend the whole family had found out and organized an unnecessary party to celebrate. The occasion also served to introduce Felix to my parents, and they were very happy to welcome him with open arms. I was extremely happy, but the uncertainty of not knowing if one day I would wake up without being able to see the colors made me very anxious.
"Don't be overwhelmed, my girl," said Mrs. Lydia, my parents' neighbor who fed all the cats that came to her house. I was startled to hear her, taken by surprise because I thought I was alone in the backyard. Apparently not. I waved at her, masking my shock, and she continued, "For some people, some burdens are forever. But for others, some burdens disappear because of love." She smiled at me and went inside her house. That was the last time I saw her.
Today, six years have passed since that night. I can still see the colors of every sunset, I learned to differentiate and appreciate them. I used to wear only black or white clothes and now my dresses are brightly colored. I had returned to drawing and began to paint on canvas and love watercolors. I had managed to sell some of my paintings and gain some amazed clients. The job where I swam in numbers was in the past and I was extremely grateful. When it rained and the sun made its presence known I was enraptured by the phenomenon of the rainbow. The first time I got to see it in all its colors, I had been walking down the sidewalk with Felix, grabbed his arm and screamed. I had scared him, but after he understood what was happening he smiled delightedly, he was happy for me. That day he gave me a palette of acrylic paint, an easel, brushes and a camera.
Every now and then the words of that neighbor would cross my mind. I had never believed in magic or faith, but I accepted that something inexplicable had happened to me. I gave thanks, I didn't know exactly to what or to whom, but I was grateful to have found love and to be able to see all the colors the world was made of.
"Mommy! Daddy bought you tiraquizu." I laughed at my daughter Lydia's utterance, bringing in her hands the traditional dessert to eat on this playground, lying on the slide. "Tiramisu, daughter. Tiramisu," Felix had said, arriving with the drinks further back. It was a full moon and the three of us, my daughter, my husband and I, were fascinated admiring the moon, the sky and the stars. Despite the risks, hours after a few tests, it was confirmed that Lydia was born with perfect eyesight and that had been my biggest fear after making sure she was born with a healthy body. Even if my gift really was temporary and tomorrow I woke up again in a gray world, I would be happy to have enjoyed every second of it with every single color. I was grateful for what I had even if tomorrow I could no longer have it.
It had been a long time. It was Lydia's fifteenth birthday and one of the activities on the itinerary had been to release wish balloons into the sky. At the end of the night, being at home and about to go to sleep, Felix said, "I remember that time I saw you crying in the park. The first time I bought you a tiramisu. Remember I bought a wish balloon? I didn't know why I bought it. But after you told me about your illness and left, I sat there for a long time, thinking. I knew I couldn't help you, but I felt bad that I couldn't do anything. Like a foolish child I opened the packaging, wrote my wish and lit the balloon and then let it rise into the sky towards the moon" I asked him what he had written on it, it was a story he had never told me. "I wished that you could see all the colors of the world if it would make you happy", he replied and through tears he said "And it worked. I hope that all the wishes our daughter has written tonight will also come true."
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