La frialdad en las manos me lleva al teclado para calentarlas. Sin ideas preconcebidas, las palabras van apareciendo en un intento por escapar de una realidad que agobia. El sonido, a lo lejos, evidencia que más allá de mí, también otros, enfrentan circunstancias, quizás, parecidas a las mías, pero desde perspectivas únicas e irrepetibles. Quiero llorar, y mi yo superior me ataja, dándome a entender, en un instante sustancial, que todo es parte del camino. Pero… entonces, me revelo inconsciente, bajo el liderazgo de lo que siento: tristeza y dolor; lloro.
A través del reflejo de la pantalla, veo mi imagen, algo caduca y distorsionada, enmascarando mi esencia: heredada en permanente transformación. Los chasquidos de mis dedos, impactando las teclas, parecen ser parte de una sinfonía interrumpida al compás del soplo en las vertientes de sentimientos e ideas. Instantes intrascendentes, pero no por ello sin importancias. Al menos para mí, dan sazón a mi existencia, agridulce, en el tiempo y lugar que me toca transitar.
Observo alrededor, enclaustrado en lo artificial, acompañado de un minimalista verdor de plantas ornamentales que, con poco prosperan milagrosamente asistido por la luz, en una tierra aprisionada, regada sin regularidad. Estas dependen del cuidado para no terminar marchitas por desidia. Me reflejo en ellas, en cierta manera.
Sigo tecleando bajo el siniestro influjo de no saber que quiero en este instante. La sensación de incipiente molestia en mi estómago y cabeza, alerta, al igual que las hojas marchitas, la fuerza de la materia. Y comprendo lo parecido que somos en realidad.
Pienso en el tiempo empleado en este tecleo sin sentido aparente. En lo banal y sublime, sin poder ubicarlo en alguno de los extremos. ¿Será un desperdicio? Mas aún sigo calentando mis dedos, intentando escapar de la monotonía, de la vida aislada por lo artificial, de las vicisitudes de un mundo lleno de peligros y oportunidades. El tic tac de reloj de pared me indica de la cadencia de la vida misma, pongo la mano sobre mi pecho en busca de mi propio ritmo, pero la gruesa chaqueta impide que lo sienta. ¿Cuántas cosas habré dejado de sentir por la comodidad y protección? Y lo peor, ¿qué habré dejado de vivir por las mismas razones?
Los sonidos graves de mis vísceras compiten con las agudas del retorno de las teclas. Me asalta la duda de la causa de tal agudeza. ¿Será por la fuerza ejercida, o por un efecto preconcebido? Sin duda, por ambas. Presiono con cuidado y suavidad y el sonido se torna casi imperceptible. Quizás de eso trate el camino, de saber pisar con la presión adecuada para causar el efecto deseado. Sin importar la audiencia. Al final, lo banal o lo sublime recae en quien lo ejecuta y en quien lo observa, mágico e irrepetible en tiempo y espacio.
Mientras tanto, sigo tecleando.
Una prosa poética contemporánea y original de @janaveda
Imagen de GuHyeok Jeong en Pixabay
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The coldness in my hands leads me to the keyboard to warm them up. Without preconceived ideas, the words appear in an attempt to escape from a reality that overwhelms. The sound, in the distance, evidences that beyond me, others also face circumstances, perhaps, similar to mine, but from unique and unrepeatable perspectives. I want to cry, and my higher self stops me, giving me to understand, in a substantial instant, that everything is part of the way. But... then, I reveal myself unconsciously, under the leadership of what I feel: sadness and pain; I cry.
Through the reflection of the screen, I see my image, somewhat outdated and distorted, masking my essence: inherited in permanent transformation. The clicks of my fingers, impacting the keys, seem to be part of a symphony interrupted to the rhythm of the murmur of feelings and ideas. Intranscendent moments, but not unimportant for that reason. At least for me, they give spice to my existence, bittersweet, in the time and place I am living.
I look around, cloistered in the artificial, accompanied by a minimalist greenery of ornamental plants that, with little prosper miraculously assisted by the light, in an imprisoned land, watered without regularity. They depend on care so as not to end up withered by neglect. I reflect myself in them, in a certain way.
I keep typing under the sinister influence of not knowing what I want at this moment. The sensation of incipient discomfort in my stomach and head, alerts, like the withered leaves, the force of matter. And I understand how similar we really are.
I think of the time spent in this typing without apparent sense. In the banal and the sublime, without being able to place it in any of the extremes. Is it a waste? But I still keep warming my fingers, trying to escape from the monotony, from life isolated by the artificial, from the vicissitudes of a world full of dangers and opportunities. The ticking of the wall clock tells me of the cadence of life itself, I put my hand on my chest in search of my own rhythm, but the thick jacket prevents me from feeling it. How many things have I stopped feeling for comfort and protection? And worse, what will I have given up living for the same reasons?
The low sounds of my viscera compete with the high-pitched return of the keys. I wonder what is the cause of such sharpness: is it the force exerted, or a preconceived effect? Undoubtedly, both. I press carefully and gently and the sound becomes almost imperceptible. Maybe that's what the road is all about, knowing how to step with the right pressure to cause the desired effect. Regardless of the audience. In the end, the banal or the sublime lies in the one who executes it and in the one who observes it, magical and unrepeatable in time and space.
In the meantime, I keep on typing.
A contemporary and original poetic prose by @janaveda. Written in Spanish and translated to English with www.deepl.com (free version)
Image by GuHyeok Jeong on Pixabay
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