Bahareque o bajareque
Bahareque o bajareque, de esas fueron las primeras casas que vieron mis ojos, las primeras que rozaron mis manos, las primeras que me cubrieron del sol y de la lluvia porque de bajo de uno de esos techos me dio a luz mi madre en aquel octubre de entonces cuando el dolor le salió al paso para anunciarle que era la hora y como no había quién la trajera a la ciudad, le tocó dejarse meter mano de la partera y fue la señora Ovidia Peraza la primera que me tuvo en sus brazos y la que me entregó a mi mamá, tome, le dijo, nació varón como su padre y como su padre debe llamarse.
Pero no me llamé como mi padre y algún día les seguiré contando la historia de mi nacimiento porque en este artículo quiero es hablarles de las casas de bajareque, a las que veo y me recuerdan mi infancia, por allá, en los ochenta y noventa del siglo pasado.
Cuando veo una casita así, hecha de barro y afectos, de sudores y sueños, de inmediato mido la historia del hombre desde su antigüedad hasta el presente; recuerdo las cavernas inhóspitas donde los primeros primitivos se dieron cita con el refugio, con las primeras ideas de comodidad; bajo esas cuevas ardieron luego muchas fogatas, seguramente se procrearon y nacieron nuevos humanos, se despellejaron los animales cazados y más tarde, cuando el hombre tuvo posibilidad de articular palabras, en estas cuevas se contaron las primeras historias; seguramente bajo esos techos nació la literatura, el cuento que es la forma literaria más primitiva.
Todo ese cúmulo de cultura lo evoco al ver una de estas casas que al pasar los años no han podido erradicarse, al menos en Venezuela con todo el petróleo que poseemos. Son casas con historias de hombres y mujeres pobres, de seres humanos afectuosos que se levantan antes de que el sol se extienda como una cortina sobre el horizonte y se acuestan pensando en alguna de las formas de estar en el mañana: sembrando, cortando la paja, pastoreando, en los trabajos diversos que realizan y esto lo sé porque soy hijo de campesinos, nieto de campesinos y ahora tío de campesinos.
Hace cuatro años, cuando anduve por Perú, Bolivia y Paraguay vi las mismas casas de barro; digo las mismas porque la armazón era similar y el barro qué diferencia puede tener entre un país y otro, al igual que los pobres. Para entonces también recordé lo de las cavernas de los primeros hombres y como andaba en un viaje de exploración y descubrimiento, descubrí que parte de Suramérica sigue siendo de barro, de esa masa frágil a la que el horno del progreso no termina de moldear porque resulta que quienes han tenido la oportunidad de transformar con buenas políticas, con trabajo, ahorro e inversiones que generen confianza y seguridad, se han dedicado a mezclar mal las cosas, más para echarle a sus sacos que al de los pueblos.
En síntesis, las casas de bahareque o bajareque seguirán existiendo en cualquier lugar del mundo donde haya un pobre que no tenga para adquirir una armazón de concreto; razón tienen las sagradas escrituras con aquello de que, polvo somos y al polvo volveremos; y, pues, las familias que viven en una de estas casas no tendrán dificultades para volver, más bien la dificultad es para mantenerse mientras se van.