QUE SE CONFORMEN OTROS
Tenía dieciocho años cuando entré a la universidad a estudiar una carrera que de inmediato no me gustó; pensé que como era del campo podía cursar estudios para ser Ingeniero Agrónomo porque tenía que ver con plantas y como mi familia vivía en la ruralidad de la Venezuela de la otrora república, sin servicios eléctricos, ni agua potable, sin escuela, pero rodeados de un río, de varias quebradas, de exuberante vegetación y de una pasión ancestral por el cultivo del maíz; mi padre era un pequeño agricultor al igual que mis otros parientes y mi madre, aparte de parirle siete muchachos a mi padre, criarlos, cocinar, lavar, planchar, sacaba tiempo para ayudarlo en la faena agrícola.
Esa imagen poderosa me acompañaba cuando dije que quería ser ingeniero, pero pronto descubrí que la genética de las plantas no me gustaba; que la fitopatología no me desenrollaba las emociones y que eso de fungicidas y herbicidas no iba a ser mi vida. Años después, graduado de docente y con algo de experiencia lectora, recordé las mañanas en que mi padre me llevaba a trabajar al conuco, en especial las veces en que por mi torpeza con el machete no cortaba el monte, sino mis rodillas y papá me alzaba en sus hombros, me llevaba a casa, me dejaba con mamá, quien de inmediato decía: «te volviste a cortar, vas a tener que estudiar»
Gracias a ese mal uso del machete tengo las rodillas llenas de cicatrices, pero también tengo una profesión universitaria, soy docente, licenciado para dar clase a niños, una vocación que descubrí tarde, al igual que la escritura y que me dan satisfacciones personales enormes y aunque con ninguna ayudo económicamente a mi familia porque la docencia no da dólares y la escritura sólo da dolores, pues nada más doloroso para un escritor que aprender a dominar las palabras para que digan lo que a veces nadie lee.
Y esto de la universidad se lo debo a mi madre. Fue ella la que tomó la decisión de enviarme a estudiar a la ciudad. De la noche a la mañana dejó que mi padre se dedicara él solo al cultivo porque ella había descubierto su vocación comercial. De pronto vio que en el comercio podía tener una mina de bolívares y de inmediato se inició en las ventas. Primero de licores, algo que fue muy acertado porque al pobre le pueden faltar los reales, pero no las ganas de beber y en esa época se era pobre y además de comer, se bebía y bastante. De modo que mamá empezó vendiendo Ron Añejo Pampero, un aguardiente fuerte y bueno, de calidad, para hombres; un producto que hoy se exporta porque es caro y al pobre de estos tiempos lo han acostumbrado a lo barato, a lo peor, incluso, a lo aditivo de la estupidez.
Pero la chispa de mamá fue genial porque cuando le salió competencia, que nunca falta y que son buenas porque te obligan a redefinirte, pues ella les dejó a los otros que vendieran Pampero y empezó a ofrecer otros elixires etílicos, en especial aquellos que se ajustaban a la economía de sus clientes. Más tarde empezó a vender cervezas, se las ingenió para llevarlas de la ciudad al campo, para llevar el hielo; luego organizó la primera bodega del caserío; compró una planta eléctrica que funcionaba con gasolina y puso luz en la casa; invirtió en un televisor blanco y negro, le adaptó una batería de carro y fuimos la primera casa con cine y aparte de películas, veíamos las telenovelas y con afán, los enfrentamientos entre Caracas y Magallanes y para sellar su éxito comercial un día se compró una nevera de gas.
El éxito de ella se debió a que había seguridad comercial en el país. Mamá trabajaba, ahorraba e invertía. Invirtió en su negocio, apostó por la diversión y mantuvo la clientela ahí, frente al televisor y consumiendo sus productos. Invirtió en la educación de nosotros; adquirió tecnologías que ayudaron a la casa y lo más trascendental para ella, se independizó económicamente de mi padre y gracias a eso tuvimos una mejor vida.
Para una mujer campesina, que no pisó un día la escuela, que aprendió por sus méritos a firmar, a sacar cuenta, a leer y a escribir, la economía no se le hizo difícil, pero era porque las condiciones estaban dadas, los negocios progresaban si aplicabas estas tres secuencias ininterrumpidas: trabajo, ahorro, inversión.
En épocas actuales nos mandan a emprender, a las mujeres a empoderarse, pero con una economía destrozada, sin seguridad, con impuestos altísimos para los que registran sus negocios; nos mandan a sobrevivir mientras ellos siguen su festín derrochando los erarios del estado, saqueando las empresas petroleras y a los pobres les piden que se conformen con las bolsas de clap. Que se conformen los estúpidos.