Érase una nariz, dijo, Quevedo,
en cuyo cuerpo se miraba a un hombre;
si a esta viera, también creo que le asombre
su forma de cañón que causa miedo.
No la señale usted, cuide su dedo;
pero si la señala, no de nombre,
diga que a usted lo llaman por pronombre,
procúrese evitar su cruel torpedo.
Una nariz así, en todo el medio,
medio mundo destrona en un segundo
y a la otra mitad da el mismo asedio.
¿Está seguro que acabará al mundo?
Tierna belleza que nos quita el tedio,
arte del bueno que es amor profundo.
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He aquí otro ejercicio literario inspirado en la obra de la pintora surrealista Romanie Sánchez.
Ya me lo debía.
¡Felices hive para todos!