La carrera

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   Las carreras de bicicleta que se realizaban en la calle «El descenso», ubicada en lo más alto del cerro «Los mangos», eran una costumbre entre los niños que se reunían todas las tardes para ver quién era el mejor frente al volante.

   Antes de cada carrera, los chiquillos se sentaban a decidir quiénes competirían ese día. La mayoría no tenían bicicletas: se turnaban las pocas que habían, luego de pagar el respectivo alquiler al dueño, que a veces pedía a cambio un puñado de metras, un trompo, o un juguete más valioso si la bicicleta tenía frenos, cauchos nuevos o un asiento cómodo.

   —¡No, chamo! ¿Qué quieres tú? Te estoy ofreciendo lo mejor que tengo —se quejaba algún niño si al dueño de la bicicleta le parecía insuficiente el pago.

   —Eso no me sirve. Consigue algo de más valor —respondía el pequeño rufián.

   Jhonny observaba al grupo de niños reunidos frente a su casa desde las rendijas de las ventanas de la fachada. Nueve meses atrás, luego de que su padre —un arquitecto de renombre— obtuviera una oferta de trabajo que no podía rechazar, su familia se mudó al único caserón del barrio, a pesar de las quejas de su madre, que había crecido entre lujos y no le gustaba estar rodeada de aquellos a los que llamaba con desprecio «clase baja». Sin embargo, incluso ella no podía negar que la vista que tenían de la ciudad desde esa altura, era espectacular. El sol naciente aparecía por detrás de la ciudad y les permitía ver un amanecer diferente todos los días, en el que los edificios lejanos parecían sacados de un cuadro. Al menos esto, era un punto a favor.

   Aunque eran contemporáneos a él, Jhonny no se había relacionado con ninguno de los niños, en parte porque su madre le había hablado mal de los nuevos vecinos y le tenía prohibido estar cerca de ellos, como si estuviera refiriéndose a un grupo de agentes contaminantes, y también porque la única vez que lo había intentado, el grupo lo había rechazado.

   —¿Qué se te ha perdido por acá, niño fresa? —le preguntaron cuando intentó hablar con ellos.

   Jhonny no entendía de qué iba el apodo.

   —Me llamo Jhonny —dijo con naturalidad—. Me gustaría verlos correr.

   El grupo de niños se echó a reír.

   —Mejor vuelve para tu casa a jugar con tus muñecas —dijo uno de ellos, y los otros se rieron con más fuerza.

   Jhonny estaba confundido por la actitud que el grupo tenía hacia él. Al caer la noche, le preguntó a su padre por qué los muchachos del barrio le decían «niño fresa» y qué significaba ese apodo. Su padre le explicó algo sobre las diferencias de clases. Al muchacho le pareció que aquello no tenía sentido. «¿Por qué la casa en la que vives, el dinero que ganas o la ropa que vistes, debía determinar el valor de una persona?», se preguntó.

   —No lo entiendo —dijo—. Yo solo quiero jugar y correr con ellos.

   —Tengo una idea, hijo —replicó su padre, viendo los planos del proyecto que tenía sobre su escritorio, pensando que no podía seguir retrasándose—. ¿Qué te parece si te compro una bicicleta? Los niños olvidan más rápido las diferencias que los adultos. Te aseguro que con eso te aceptarán en el grupo y podrás jugar y correr con ellos como quieres.

   Jhonny se alegró al escuchar esas palabras.

   Una semana después, su padre le compró la bicicleta, a pesar de las discusiones que había tenido con su madre.

   Esa misma tarde, el pequeño salió con la nueva bicicleta a la calle, esperanzado. La escena resultó graciosa y, al mismo tiempo, sorprendente para el grupo de niños reunidos frente al caserón. El portón del garaje se abrió y apareció Jhonny montado en una bicicleta cromada y reluciente. Tenía calcomanías de la Fórmula 1 por todo el cuadro. Los rines, los puños del manubrio, los frenos y el plástico que recubría las guayas de los frenos, eran de un rojo escarlata. Jhonny estaba vestido con ropa y zapatillas deportivas. Tenía guantes de motorizado, un casco negro, rodilleras y coderas.

   La quijada de los niños llegó al suelo y volvió a subir, como sucede en las caricaturas. Luego uno de ellos dijo:

   —La fresa quiere correr.

   Y todos se rieron por el comentario.

   Jhonny apretó los dientes y pedaleó hacia donde estaba el grupo.

   —Los reto a una carrera —dijo—. Y si les gano, dejarán de llamarme así. No soy ninguna fresa.

   —Y si ganamos, ¿qué nos darás a cambio? —replicó Carlos, el niño más grande del grupo, conocido por todos como «Aguasnegras» porque no le gustaba bañarse y era capaz de marear a cualquiera con su mal olor.

   Jhonny estuvo a punto de taparse la nariz cuando aquel muchacho se paró frente a él, pero pensó que esto sería una falta de respeto y así nadie lo aceptaría en el grupo.

   —Les daré mi bicicleta —dijo casi de forma involuntaria, impulsado por la emoción del momento.

   Varios integrantes del grupo lanzaron una exclamación de asombro y murmuraron entre sí.

   Jhonny se arrepintió de lo que había dicho, pero no quería echarse para atrás. Era el momento de demostrar al grupo de niños que él podía ser tan bueno como ellos, aunque sería la primera vez que correría en una carrera como esa.

   Sabía manejar bicicleta desde los seis años. Primero con ruedas de apoyo. Luego como Dios manda, cuando tenía siete y corría por el patio de su antigua casa. A los diez años, su bicicleta se echó a perder y la olvidó por completo cuando llegaron los videojuegos. Ni siquiera se había percatado de que sus padres la botaron antes de mudarse, hasta que comenzó a ver al grupo de niños frente a su nueva casa. Tres años habían pasado desde la última vez que manejaba bicicleta.

   Aunque se sentía seguro de sus habilidades y había bajado y subido muchas veces esa calle cuando salía en carro con sus padres, no sabía cómo sería descender en bicicleta mientras competía contra otros.

   —Está bien, niño fresa —replicó Aguasnegras, con los ojos fijos en la bicicleta de Jhonny—. Para que sea algo más justo, si tú ganas, puedes quedarte con cualquiera de nuestras bicicletas, aunque no son tan nuevas como la tuya —añadió. Luego sonrió con malicia y preguntó—: ¿Fuiste a comprarla con tu mami esta mañana?

   El grupo de niños volvió a reír, pero la voz de Jhonny, fuerte y clara, hizo que guardaran silencio.

   —Con la tuya —dijo, devolviendo el golpe.

   Todos quedaron impresionados con aquella respuesta y esperaron que ocurriera lo peor. Pero Aguasnegras se echó a reír y dijo:

   —Me caes bien, niño fresa. ¡Vamos a correr!

   Los que no tenían bicicleta salieron corriendo para sus casas y regresaron con un montón de juguetes entre las manos para ofrecérselos a los que sí tenían. Pero esa tarde nadie alquiló nada. Todos querían ganarse la bicicleta de Jhonny. Era la primera vez que competirían por un premio así de grande. Los anteriores premios eran solamente chucherías o algún otro objeto de valor como una barajita limitada del álbum de beisbol de la temporada. Aunque la mayoría de las veces solo corrían para divertirse.

   La meta era una esquina situada tres mesetas más adelante, que daba hacía otro barrio del cerro. Antes de cada meseta, el camino era empinado, curvo y peligroso. A la derecha se encontraban las casas, antiguas viviendas coloniales, construidas sobre la superficie inclinada del cerro. A la izquierda solo había barrancos que terminaban en el patio de otras casas. Una baranda protegía a los conductores gran parte del camino. Pero en la parte más elevada, desde el lugar que empezaban a correr los niños, no había nada que los pudiera proteger de una posible caída.

   Jhonny no sabía que Aguasnegras tenía una racha ganadora desde hacía más de un mes, si alguien se lo hubiera dicho no lo habría creído. Su bicicleta tenía el cuadro tan oxidado que si colocabas un dedo sobre él, la yema adquiría inmediatamente un tono cobrizo oscuro. Ni siquiera tenía frenos. El asiento parecía incómodo y el rin delantero estaba un poco deformado.

   —¿Con qué frenas? —le preguntó Jhonny, mientras se preparaban para la carrera.

   Aguasnegras lo miró como si un pequeño arbusto acabara de hablarle. Era el más alto de todos y al parecer el más viejo. Tendría unos catorce o quince años.

   —Nunca freno —respondió—, pero siempre cuento con mis frenos de emergencia —Le enseñó las chancletas desgastadas que protegían sus pies negros del sucio.

   Todos se colocaron en sus posiciones. Once niños correrían ese día. Jhonny se unió al grupo y se convirtió en el doceavo. Un niño rodeo la línea de meta y se aclaró la garganta antes de hablar.

   —La carrera va a empezar —gritó—. Hoy no solamente correrán por el placer de correr, sino que apostarán sus bicicletas y el ganador se quedará con la del niño fresa —Señaló a Jhonny y lo miró como si estuviera hablando de un cuadro colgado en una pared—. Recuerden la única regla que tenemos: no hay reglas.

   Los competidores cruzaron miradas entre sí, como si estuvieran midiendo a sus oponentes. Luego clavaron los ojos en la pronunciada bajada de la calle. El niño que estaba hablando sobre la carrera anunció que empezarían a la cuenta de tres.

   —3… 2… —contó. Cuando llegó al número uno, los competidores salieron disparados como almas que lleva el diablo.

   Jhonny se quedó un poco atrás al inicio, pensando si debía detenerse a ayudar a uno de los niños que tropezó con una piedra que había en el camino y llegó a la primera meseta dando vueltas. Estaba quejándose en el piso, adolorido. La bicicleta había quedado un poco atrás, en plena bajada. Al ver que el grupo seguía avanzando, Jhonny recordó que su bicicleta estaba en juego y decidió continuar la carrera.

   —¡Alcáncenme si pueden! —gritó Aguasnegras, encabezando el grupo.

   Jhonny pedaleó con más fuerza y rebasó a dos oponentes en la segunda bajada. El viento golpeaba su rostro y la adrenalina corría por todo su cuerpo. Aún tenía ocho más por delante, a pocos metros de él. Uno de los que se había quedado atrás lo alcanzó y trató de agarrarlo por la franela.

   Jhonny entró en pánico. Vio el asfalto duro que lo esperaba si llegaba a caerse y en un acto reflejo soltó su mano izquierda del manubrio y le dio un empujón al muchacho. Su oponente perdió el equilibrio y se estrelló contra el suelo. Un grupo de tres niños que ocupaban el octavo, séptimo y sexto lugar, voltearon a ver lo que sucedía y le bloquearon el paso.

   Jhonny saltó sobre la acera que tenía a su derecha y volvió a pedalear con fuerza. Estuvo a punto de chocar con una señora que venía con unas bolsas porque acababa de hacer mercado, pero la esquivó a tiempo y cuando regresó a la carretera ocupaba el sexto lugar. Los tres muchachos que antes le bloqueaban el paso lo vieron con la boca abierta, pero Jhonny no se enteró de nada. Estaba concentrado en alcanzar a Aguasnegras.

   Antes de llegar a la segunda meseta, vio como los dos oponentes que tenía delante se peleaban entre sí. Uno de los niños le dijo una grosería al otro y este le respondió con una patada. El que dijo la grosería se tambaleó, pero recuperó el equilibrio poco después. Se acercó a su contrincante, le gritó con más fuerza la grosería, soltó el manubrio y se lanzó sobre el muchacho. Los dos llegaron a la segunda meseta abrazados, dando vueltas, gritando y lanzando golpes. Jhonny nunca había visto tanto salvajismo en su vida.

   Ahora ocupaba el cuarto lugar. Podía ver la espalda de Aguasnegras, que corría en pantalones y franelilla, seguido por dos muchachos un poco más jóvenes que luchaban por alcanzarlo.

   Jhonny no lo sabía, pero Alvarito y Huesos siempre quedaban en aquellas posiciones: segundo o tercero, nunca el primero. Las ganas del tan ansiado primer lugar hacían que pedalearan con la fuerza de mil caballos. Ganar la bicicleta del niño fresa les parecía bueno, pero en realidad, solo anhelaban terminar con la racha de Aguasnegras. Estaban cansados de perder y escuchar sus burlas.

   Jhony alcanzó a Huesos, que ocupaba el tercer lugar. Este lo miró de reojo y pedaleó más fuerte. La velocidad era tremenda. Los rayos de los rines de las bicicletas no podían verse por lo rápido que descendían. Hasta ese momento, ninguno de los niños había pensado que por aquella calle, esa tarde, a esa hora, subiría un carro. Pero así fue.

   Un camión cisterna venía subiendo y ocupaba casi toda la calle. Aguasnegras maldijo su suerte, desaceleró gradualmente con sus chancletas y se montó por la acera para seguir el descenso. Alvarito hizo lo mismo. Jhonny y Huesos se miraron. Iban uno al lado del otro, pero Huesos llevaba ventaja. La acera estaba a su derecha. Al otro extremo solo había un barranco y varias casas más abajo.

   Huesos subió a la acera, siguiendo los pasos de sus compañeros. Jhonny analizó la situación. Faltaba muy poco para llegar a la meta. Con el miedo en la garganta, pero una repentina convicción, se desvió hacia la izquierda y pedaleó con más fuerza. El camión cisterna dio un fuerte bocinazo. Aguasnegras, Alvarito y Huesos descendían con cuidado por la acera. Cuando vieron a Jhonny que parecía lanzarse hacia el precipicio, estuvieron a punto de frenar para gritarle que se detuviera.

   Jhonny aceleró y pasó muy cerca de la orilla y de las ruedas del camión. Se concentró en mantener el equilibrio para no caer. Aquellos diez o quince segundos en que su vida corría peligro, le parecieron una eternidad. Luego regresó a la mitad de la calle y pedaleó con más fuerza.

   Aguasnegras acababa de bajar de la acera. Ahora ambos ocupaban el primer lugar.

   —¡Estás loco, niño fresa! —gritó riéndose a carcajadas, sin dejar de pedalear.

   Jhonny también se rio, luego se puso serio y clavó los ojos en la meta, donde un grupo de niños aguardaban por los competidores. Adelantó a Aguasnegras tras pedalear como si se jugara la vida en ello. Estaba a punto de ganar, casi lo conseguía, cuando sintió un golpe en la rueda trasera. Aguasnegras se había acercado lo suficiente para lanzar una patada certera. Jhonny perdió el equilibrio y cayó.

   Aguasnegras no previó que la bicicleta de Jhonny se atravesaría en su camino y tropezó con ella. Alvarito y Huesos acababan de pelear entre ellos por el tercer lugar. Cuando repararon en aquel choque, era demasiado tarde. Nadie supo quién pasó por encima de quién. O cómo salieron con vida de aquel choque tan catastrófico, pero los cuatro niños cayeron de lleno contra el asfalto.

   Jhonny se levantó, aturdido. El casco, las rodilleras y coderas lo habían ayudado a amortiguar el golpe. Su ropa estaba sucia y tenía varios raspones en las manos. Su bicicleta solo había sufrido leves rasguños. Sin detenerse a pensar, la levantó y se subió a ella. Aguasnegras, Alvarito y Huesos estaban muy adoloridos para levantarse.

   Uno de los niños que le obstruían el paso minutos atrás, se estaba acercando. Jhonny pedaleó y alcanzó la meta antes que él. Todos los que estaban presente en la línea de meta, habían observado el choque y les pareció sorprendente lo que había hecho el niño fresa.

   Aguasnegras, Alvarito y Huesos se acercaron a él poco después para felicitarlo. Les llevó más tiempo de lo acostumbrado levantarse. Tenían raspones en los brazos y las piernas. Alvarito lucía un gran chichón en la frente. Huesos cojeaba un poco. Aguasnegras se había hecho una fea herida en el hombro derecho. Pero a ninguno parecía importarle. No era la primera vez que terminaban en aquellas condiciones.

   Los tres hablaron atropelladamente sobre lo sucedido con el camión cisterna.

   —Tú estás más loco que nosotros niño fresa —dijo Alvarito.

   —Pensé que morirías cuando vi que te lanzaste hacia el camión —comentó Huesos.

   —Solo alguien como tú podría ganarme —exclamó Aguasnegras, aceptando de buena gana que Jhonny era el vencedor aquel día.

   Cuando por fin todos los competidores alcanzaron la meta, incluso el niño que había tropezado con la piedra al inicio, el grupo ofreció sus bicicletas a Jhonny, tal cual habían acordado, para que eligiera la que más le gustaba, pero este las rechazó obstinadamente.

   —Yo solo quería correr con ustedes —dijo, cuando le insistieron por segunda vez—. Me conformo con que volvamos a correr mañana, pero no volveré a apostar mi bicicleta.

   El grupo de niños aceptó su respuesta y comenzaron a hablar sobre la carrera, mientras algunos proponían ir a comprar helados en la bodega. Estaban sedientos y adoloridos.

   Jhonny, por su parte, estaba contento. Se había ganado el respeto del grupo y tenía algo nuevo qué hacer la tarde del día siguiente. Miró a sus nuevos amigos y pensó que todos estaban locos. ¿Quién se atrevería a correr así sobre el asfalto? Habría que estar demente para hacerlo. Cayó en cuenta que de cierta manera él también lo estaba y se echó a reír para sus adentros. Después de todo, había sido una buena carrera.

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• Fotografías: I, II, III, IV, V.

• Recursos gráficos: I, II.

• Diseño: Photoshop CS6.

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Estupenda historia, muy bien contada, @juniorgomez. Mantiene la tensión y la expectativa del lector en la acción, y, además, propicia la reflexión. Saludos.

Muchas gracias por la lectura y el buen comentario, profesor. Saludos.

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Este relato me hizo recordar todas las caídas que tuve montando bicicleta... Jaja. Buena historia para recordar.

Jaja está inspirado en esos momentos que todos alguna vez vivimos. Gracias por el comentario y el apoyo. Saludos.

Aqui se ven las dos caras de la sociedad: la alta que mira con desprecio a la baja y la baja que mira con burla a la alta, por suerte el niño no saco los malos pensamientos de la madre y entendio que todo en la vida se gana con esfuerzo sin mirar por sobre el hombro al otro. Que buena carrera, Jhonny si que esta loco pero demuestra de lo que uno es capaz de hacer cuando hay algo en juego, creo no solo su bicicleta sino la posibilidad de ser aceptado, ¿quien no ha hecho locuras para ser aceptado? jajaja pero bueno, son niños y los niños solo quieren jugar.

Jajaja a estas alturas opino que no hay que hacer esas cosas en busca de aceptación, pero como todos, en algún momento, también lo he hecho. Sin duda, esos niños estaban locos. Disfruté mucho escribir sobre ellos y la carrera. Gracias por tu valioso comentario, amiga. Un abrazo.

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