La Rosa de Auschwitz (El Final de la Guerra)

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(Imagen diseñada por mi en Canva)

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Las semanas pasaron y a pesar de que en el refugio en Polonia de vez en cuando escaseaban los alimentos y demás insumos a causa de la guerra, todos estaban tan acostumbrados a la austeridad de los diversos campos de exterminio de los que procedían, que no les afectó para nada el racionamiento.

Los Rojos que ya habían entrado en territorio alemán, estaban cada vez más cerca de alcanzar el objetivo de tomar la capital para finiquitar la guerra con una arrolladora victoria.

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Pixabay Autor:southtree

Todo estaba destinado al fracaso desde el inicio, mientras el Führer y su equipo más cercano se refugiaban en su búnker bajo la cancillería del Reich, negándose a capitular a pesar de que todo auguraba el éxito de los enemigos.

Hoffman y Schöder, los espías que trabajaban para la Unión Soviética, con su plan original concretado se encargaron además de los desertores nazis, y se organizaron en secreto para evacuar de la ciudad a todo aquel que quiso hacerlo, uniéndose finalmente con las tropas Soviéticas en las afueras de Berlín.

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El veinte de marzo, los alemanes comenzaron a hacer los preparativos para defender a Berlín de los ataques, para esto solo contaban con 40 mil soldados profesionales, así que se comenzó a llamar en masa a los miembros de Las Juventudes Hitlerianas que más tarde usarían como carne de cañón, eran niños asustados y jovencitos aventureros que no tenían idea de lo que se les venía encima, y trabajaban afanosamente en la construcción de barricadas y trincheras mientras comparaban con orgullo entre ellos, las pocas armas que se les había asignado, jactándose de haber recibido entrenamiento para usarlas.

—¿Tienes miedo? —preguntó un jovencito de quince años a su hermano mientras se metía dentro de la zanja que habían cavado—. No te preocupes que con esto nos aseguraremos de acabar con muchos de ellos —concluyó señalando con orgullo una granada.

—Papá dice que el Führer en persona nos condecorará en caso de hacer algo extraordinario —respondió su hermano con gran ilusión—. ¿Lo imaginas? ¿Imaginas estrechar su mano?

También participaron en la defensa la policía de Berlín, los veteranos de la primera guerra y los miembros de la Volksstrum, que era la milicia nacional alemana, fundada por Joseph Goebbels (ministro para la ilustración pública y propaganda del tercer Raich) el 18 de octubre de 1944 cuando comenzó a reclutar a todos los varones entre dieciséis y sesenta años con el fin de usarlos en la protección de la soberanía.

En total, Alemania contaba con aproximadamente entre setecientos mil a medio millón de miembros para su defensa, mientras que los soviéticos contaban con alrededor de un millón quinientos mil soldados propios, más doscientos mil polacos que se unieron a la lucha.

El 16 de abril de 1945, por órdenes del mariscal de la Unión Soviética, Gueorgui Zhúkov, el primer frente bielorruso comenzó a bombardear la ciudad mientras el primer frente ucraniano, dirigidos por el mariscal Iván Kónev, atacaba empujando hacia el sur al resto de los defensores.

Muchos civiles se refugiaban en sótanos, pero de igual forma se aterrorizaban al escuchar la espantosa alarma que anunciaba los ataques, y posteriormente el silbido agudo que anticipaba el terrible impacto que estremecía todo a su alrededor...

—¡Ya basta, mamá! ¡Haz que pare! —lloriqueaba un niño refugiado en los brazos de la madre mientras se cubría los oídos en un vano intento por ahogar el sonido.

La madre intentaba calmarlo entonando una canción de cuna.

¡Bom! ¡Bom! ¡Bom!

Una y otra vez se escuchaban los ataques y de igual forma se sentían a pesar de los costales de arena que, dispuestos alrededor de los refugios, tenían la tarea de amortiguar el impacto.

Algunas mujeres fueron reclutadas como enfermeras, incluso sin tener preparación alguna en materia de salud, aun así se vieron en la necesidad de limpiar la sangre del piso de los hospitales colapsados, o sostener con fuerza a soldados cuyos brazos o piernas eran amputados brutalmente con un serrucho como única herramienta.

Para colmo muchos soldados soviéticos, enfermos de odio y haciendo caso omiso de las reglas de la guerra y las órdenes de sus superiores, entraron a las casas a saquear suministros y violar mujeres (sin importar la edad) en un acto de venganza por la barbarie cometida por los nazis mientras invadieron la Unión Soviética en la operación Barbarroja.

La ciudad estaba envuelta en un aura de dolor, destrucción y muerte, pero aun así El Führer se negaba a rendirse, y en cambio hacía condecorar con la anhelada Cruz de Hierro a los soldados o demás defensores que lograban tener éxito en la eliminación de algún tanque o de soldados invasores.

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Pixabay Autor:jarmoluk

El 24 de abril de 1945, los Rojos lograron rodear la ciudad, dejándola totalmente aislada e incomunicada con el exterior, incluso casi sin alimentos, suministros médicos y municiones, ya que la ciudad donde almacenaban todos estos ya había caído bajo las tropas soviéticas. Los autos también comenzaban a quedarse sin combustible y sin piezas de reparación, lo que los dejaba más vulnerables.

El general Blaz Schneider decidió usar las influencias de su hijo y las suyas para llegar al Búnker de la cancillería donde los esperaba Liebehenschel y su esposa, muerta de miedo. Todos estaban desconcertados con la desaparición del joven comandante de Auschwitz, aunque algunos sugirieron lo que realmente le ocurrió, que había terminado como prisionero de guerra...

El ejército Rojo continuó el avance por la ciudad, atacando edificios con todo el poder de su artillería para abrirse paso, a pesar de que la resistencia alemana contraatacaba desde puntos estratégicos empleando Panzerfaust, que eran unos lanzagranadas de alto poder que perforaban los tanques y explotaban en el interior, aun así, como los Rojos eran muy superiores en número y recursos, lograron sofocar la oposición.

El 28 de abril ya los soviéticos se acercaban desde el norte a uno de los edificios más importante de la ciudad, el Reichtag, donde estaba la sede del parlamento y también estaban cada vez más próximos al búnker de la cancillería. En un desesperado intento, Hitler le ordenó al general Gotthard Heinrici que siguiera la lucha, que retuviera Berlín a toda costa, sin importarle las bajas de civiles y soldados que cada vez eran más, no quería rendirse, no iba a hacerlo, no había nacido para ser derrocado y mucho menos ante Stanlin y su puñado de arrogantes bolcheviques, pero el general, horrorizado ante el proceder del líder, desobedeció la orden, así que terminó despojado del cargo y reemplazado por el comandante Helmuth Weidiling, no obstante todo fue inútil.

De esta manera, al ver que la batalla estaba perdida pero aun así negándose a capitular, la madrugada del 28 de abril, Hitler contrajo matrimonio con su compañera Eva Braun, redactó sus testamentos, político y personal y decidió probar la efectividad de una cápsula de arsénico con su amada perra Blondie.

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En el refugio en Polonia, llegaban las noticias de lo que sucedía en Berlín, gracias a lo que comentaban los soldados y a lo que de vez en cuando llegaba a través de la radio. Angelika lloraba en brazos de Franz al saber que el 29 de abril el barrio Charlottenburg, donde se encontraba el restaurante, había sido ocupado y posiblemente atacado.

—¿Qué más da, mujer? Estamos a salvo aquí —la consoló su marido—. Algún día reconstruiremos todo: nuestro país, nuestra casa, nuestros bienes, pero lo más importante es que estamos juntos de nuevo.

—¿En qué piensas, Hanna? —preguntó Benjamin al verla acariciando los pétalos de las rosas de la maceta.

—En mis antiguos alumnos de la escuela, y en todos los niños en general... también en esas personas inocentes que aún están en Berlín, luchando por sus vidas. La guerra es tan injusta y nunca hay ganadores.

—Tienes razón, es horrible saber que la única forma de detener al Führer sea ésta.

—¿Crees que podamos regresar algún día?

Benjamin guardó silencio por unos segundos y luego añadió:

—No lo sé, pero sea dónde sea que esté contigo, seré muy feliz.

La respuesta le dibujó una sonrisa a su esposa.

—Como extrañaba tu poesía...

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A kilómetros de allí, tanto Dedrick como los otros prisioneros de guerra eran informados detalladamente de los avances, como una forma de martirizarlos, y vaya que lo estaban consiguiendo.

—¡Maldita sea, ya basta! —gritaba pateando la puerta de su celda, sintiéndose frustrado y amargado mientras los guardias que permanecían al otro lado de la puerta, reían y brindaban con vodka.

—¿Quieres unirte al brindis? —preguntó uno de los hombres hablando alemán con un marcado acento ruso—. ¡Vamos! Te aseguro que nuestro Vodka es mejor que tu cerveza.

—¡No canten victoria, malnacidos! El Reich no caerá... el Führer jamás firmará la capitulación.

La respuesta de los hombres fue una risotada.

El 30 de abril los soviéticos mantenían una feroz batalla en el centro de la ciudad, muy cerca de la cancillería. En el interior del búnker podían oír el bombardeo, sintiéndolo además como temblores de tierra.

—¡Malditos hijos de perra! —exclamó Blaz Schneider golpeando la palma de su mano con el puño en un gesto de impotencia—. Si tan solo no estuviese postrado en esta silla de ruedas yo mismo me habría puesto al frente de la defensa de la cancillería.

La luz eléctrica parpadeó tras un nuevo estremecimiento de tierra, y el Führer se encerró en su despacho sin decir una sola palabra.

—¡No lo haga, señor! —dijo la esposa de uno de los oficiales—. ¡Manténgase firme, lo apoyaremos!

—Es lo más digno que puede hacer y todos ustedes deberían imitarlo si no quieren terminar en manos del enemigo —intervino el general Schneider con tono resignado, haciéndole señas a su esposa para que empujara la silla de ruedas y lo alejara de allí.

Adolf Hitler decidió suicidarse junto con algunos miembros de su gabinete y los padres de Dedrick, que finalmente creyeron los rumores de la captura de su hijo y no pudieron soportar la vergüenza ante su líder. Todos ingirieron el contenido de cápsulas de arsénico, y en el caso del Führer y su esposa, también se dispararon en las sienes, y por órdenes del líder los cuerpos fueron incinerados para que no fuesen mancillados por los soviéticos.

Esa misma tarde, los Rojos llegan al anhelado edificio del parlamento, El Reichtag, y después de una feroz batalla que duró horas, lograron conquistarlo. Subieron al tejado y ondearon la bandera roja de la Unión Soviética, aunque todavía no podían considerar el triunfo absoluto debido a varios piquetes aislados que se presentaban en el edificio y la ciudad.

La rendición llegó el 2 de mayo de 1945, lo que determinó oficialmente el fin de la segunda guerra mundial.

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Pixabay Autor:WikiImages

En el refugio de Polonia, la noticia fue recibida junto con la del suicidio de Hitler acontecido hacía un par de días, y generó un gran júbilo, abrazos y llantos de alegría. Muchos entonaban el himno de sus respectivos países y otros en cambio el de la Unión Soviética, o se dedicaban a bailar con los soldados mientras celebraban bebiendo Vodka.

—Lamento profundamente las bajas de los inocentes y asimismo considero una lástima que se haya destruido la ciudad, los hogares y el país entero, pero al menos me queda la satisfacción de que los nazis fueron humillados —dijo Noah con un tono de amargura.

—Recuerda que en las guerras no hay ganadores, hijo —respondió Joseph.

—He escuchado por ahí que muchos de los Rojos causaron estragos en el avance, al igual que los miembros de los otros ejércitos aliados —añadió Judith—: mujeres violadas, casas y campos saqueados, hombres asesinados y demás injusticias.

—Sí, pero supongo que no todos son iguales —intervino Waldo, el hermano de Franz—. No puedo olvidar el día en que esos hijos de perra de los nazis irrumpieron en mi granja para robar gallinas y asesinar mi ganado para su beneficio, casi destruyen la casa y si no es por un grupo de soldados rusos que los superaban en número y nos defendieron, nos hubiesen matado.

—La guerra tiene sus reglas y códigos que ningún soldado debe romper, no obstante hay muchos que hacen caso omiso de esto, cegados por el odio —dijo Benjamin—. Pero ya no pensemos en eso, sufrimos demasiado y es hora de disfrutar de la paz.

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En las semanas posteriores, todos los habitantes del refugio fueron trasladados a unos apartamentos en la ciudad, e incluso les fueron asignados trabajos que les permitieron vivir dignamente. En el caso de los sobrevivientes de Auschwitz, se les pidió no abandonar la ciudad para que pudieran participar en los primeros juicios, en los cuales procesarían al último comandante del campo, Dedrick Schneider junto con Carl Friedman y Bruno Bähr. Lamentablemente todavía no encontraban a los comandantes anteriores del campo.

Hanna sabía que tenía que hacerlo, por la memoria de Deborah, por ella misma y por esos miles de inocentes que murieron a causa de los desmanes de ese crápula y los anteriores comandantes del campo, pero por otra parte sentía miedo de enfrentarlo, de mirarlo nuevamente.

—Yo estaré a tu lado —dijo Benjamin tomando su mano—, es necesario, querida.

—Sí, tenemos que lograr que los sentencien.

—Pero ya vieron lo que publicó el diario, ¿no? —dijo Judith con una sonrisa de satisfacción—. Selma Wagner y una de sus subordinadas fueron capturadas en Hamburgo... ellas tampoco pueden quedar impunes.

A pesar de los esfuerzos por deshacerse de la evidencia, quedó tanta que fue más que suficiente para incriminar a los involucrados: firmas de Schneider autorizando la venta del cabello humano a fábricas textiles, fotografías de él y otros oficiales supervisando los campos, y desde luego los testimonios de los sobrevivientes.

Bruno solo lloraba en su celda, asustado por lo que se le venía encima, y Carl no se atrevía a mirar a los ojos a su amigo cuando coincidían en la sala común en las horas en que se lo permitían.

Los encargados de custodiar a los criminales de guerra, tenían estrictas órdenes de evitar los suicidios que constantemente se intentaban en cada celda, algo que frustraba en demasía a Dedrick que muchas veces hasta intentó sobornar a sus vigilantes, ofreciéndoles fortunas inexistentes con la intención de que lo dejaran escapar, o al menos le consiguieran un café adulterado con veneno para ratas.

Habían perdido la guerra una vez más... los campos de concentración, el país, el Reich, todo por lo que tanto lucharon. El Führer se había suicidado, o al menos eso decían todos, pero lo peor era que había perdido a Hanna para siempre, sin embargo al menos le quedaba la satisfacción de haber asesinado a ese sucio judío que le lavó el cerebro a la mujer, metiéndole estúpidas ideas en la cabeza.

¿Dónde estaba ahora? ¿Seguiría en Polonia o habría retornado a Alemania?... Si tan solo pudiera verla una vez más.

Ni siquiera le importaba el juicio en su contra, ni tampoco el abogado que le había mandado asignar su padre como última voluntad antes de inmolarse en el búnker de la cancillería.

—¡Maldita sea! —gritó golpeando la pared con el puño.

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El día del juicio fueron muchos los testimonios que se dieron en aquella sala mientras Dedrick Schneider, Carl Friedman, Bruno Bähr, Selma Wagner, Helga Shäferl (subordinada de Selma) y otros tres guardias más que recientemente habían sido capturados, escuchaban desde sus asientos.

Selma y Dedrick eran los únicos que no mostraban arrepentimiento alguno, solo desprecio y arrogancia.

—Ella mató a mi hermana... a patadas —dijo una mujer francesa señalando a Selma—. Ella estaba embarazada y no le importó.

—Eran dos enemigos menos para mi Führer —asintió la sádica ex guardiana desde su asiento.

—Ese hombre, Bruno Bähr nos hacía trabajar hasta el cansancio en Monowitz —aseguró un joven húngaro—, y si nos desmayábamos a causa del hambre, ordenaba que nos lanzaran a los perros.

—Carl Friedman disparaba por diversión o porque según él, lo miraban mal.

—¡Eso no es cierto! —gritó el muchacho desesperado desde su lugar al oír las acusaciones.

—Claro que sí... ¡Tú mataste a mi padre, maldito cerdo nazi!... lo mataste porque decías que era demasiado débil para trabajar.

Pero el día en que le tocó a los Eisenberg y a los Müller hacer sus declaraciones, Hanna comenzó a temblar cuando sus ojos y los de Dedrick se encontraron. Aun estando en el banquillo de los acusados, indefenso y sin autoridad alguna, aquel hombre seguía poniéndole los pelos de punta, sin embargo, Dedrick también sufrió un gran impacto al verla acompañada de ese hombre mientras la tomaba de la mano. Cerró los ojos y trató de recordar el día que abandonó Auschwitz... ¡Sí! Era él, se veía diferente, con un poco más de peso y el cabello más crecido pero era él, el mismo judío al que le había disparado... ¿Cómo era posible que?...

—Dedrick Adler Schneider, Oberstrumbanführer de la SS, tenía además el cargo de comandante del complejo de campos de concentración polaco llamado Auschwitz. A parte de todos los crímenes de lesa humanidad que se le imputan, también debemos añadir que esta señorita , Hanna Adeline Müller, asegura que fue secuestrada por él —dijo el fiscal.

—¿Qué tiene que decir al respecto? —preguntó el juez.

—Ella me rogó que la llevara conmigo —respondió sin dejar de observar a Benjamin que le sostuvo la mirada con gallardía—. Ella y sus padres eran los dueños de Ragweed en Charlottenburg, frecuentado por todos nosotros. Puede preguntarle a quien quiera y le dirá que eran fieles servidores del Reich... ¿Por qué mientes ahora, Hanna?.. ¿Por qué estás al lado de ese... sucio judío?

Sus palabras lograron que la audiencia ahogara un grito.

—Sí, no niego que mi restaurante haya estado decorado con esvásticas —intervino Franz Müller—, y también mi casa, tampoco niego que era frecuentado por miembros de la SS, pero para nadie es un secreto que si no se demostraba lealtad al Reich y al Führer, automáticamente nos consideraban enemigos, y mucho más cuando se resguardaba judíos. Teníamos que fingir, recurrir a la estrategia de hacernos pasar por simpatizantes del régimen.

—Es cierto, no podíamos correr el riesgo de que pensaran que éramos «traidores» por decirlo de alguna manera —añadió Hanna—. Y en cuanto el Coronel Alphonse Liebehenschel supo que albergábamos a los Eisenberg en el sótano de nuestra casa, efectivamente arremetió contra nosotros, nos despojaron de nuestras propiedades, enviaron a los Eisenberg a Polonia, específicamente a Auschwitz, y a mis padres y a mí nos enviaron a un horrible lugar llamado La Planta —Hanna hizo una pausa para secarse las lágrimas con un pañuelo que Benjamin le ofreció y continuó—: Allí nos maltrataban considerándonos traidores, nos golpeaban y humillaban, hasta que un día yo también fui trasladada a Auschwitz donde me esperaba Schneider. Él estaba obsesionado conmigo y cuando se enteró que yo estaba casada con Benjamin, uno de los judíos que resguardamos, mató a mi suegra que trabajaba en su casa.

—¡Cállate! —gritó Schneider fuera de sí mientras su abogado trataba inútilmente de calmarlo—. ¡Cállate, zorra! ¡Debí haberte matado cuando pude!

Judith se puso a llorar en brazos de Noah al recordar el horrible momento de la muerte de Deborah.

El padre de Hanna intentó abalanzarse sobre Schneider al escucharlo hablar, pero fue contenido por un guardia y por Joseph.

—¡Sí, sí la mataste! La mataste a ella y a mucha gente inocente ¡Maldito! —gritó de vuelta Hanna mientras Benjamin intentaba contenerla—, también intentó asesinar a mi esposo cuando me encontró con él el último día que estuve en Auschwitz, le disparó pero afortunadamente solo le rozó la cabeza.

Cada uno de los Eisenberg relató su experiencia, incluido los niños, solo que a estos se les tomó la declaración en una sala aparte para no generarles cargas de estrés.

Fueron muchos los testimonios en contra de todos los acusados, pero sobre todo en contra de Schneider: el trato brutal hacia los prisioneros, las actas firmadas por él y que autorizaban el genocidio en masa en las cámaras de gas, además los permisos concedidos a Mengele y a su equipo para la realización de experimentos con seres humanos y demás atrocidades.

También quedó demostrado que existía un acta donde se acusaba a Los Müller del cargo de «Traición» por haber resguardado a enemigos del Reich, acto por el cual fueron trasladados a La Planta. Había además muchos testimonios de sobrevivientes que aseguraron que «La Rosa de Auschwitz» como les gustaba llamar a Hanna, no parecía estar a gusto en el lugar, y que por el contrario siempre ayudó a quien tuvo la oportunidad.

Todos los acusados fueron declarados culpables y sentenciados a la horca sin ningún derecho a réplica.

Bruno y Carl no hacían más que llorar pidiendo clemencia, mientras Dedrick los observaba con desprecio. La madre de Bruno lloraba sin cesar, los padres de Carl estaban ausentes porque habían muerto durante la batalla de Berlín, y Selma permanecía estoica, al igual que Dedrick.

A pesar de que se les ofreció la oportunidad, ninguno de los Eisenberg ni los Müller quiso asistir a la ejecución de los acusados.

Cuando le tocó el turno a Selma de decir sus últimas palabras antes de cubrirle el rostro con una especie de saco negro, y colocarle la soga alrededor del cuello, solo sonrío, elevó el rostro con orgullo y dijo:

—¡Heil Hitler!

Bruno lloró, según él, arrepentido y pidió perdón a Dios cuando sintió la soga en el cuello y comprobó que su muerte era inminente.

Carl solo dijo:

—Lo siento.

Y finalmente Dedrick escupió en el suelo antes de proferir un último insulto.

—Ojalá hubiésemos acabado con todos ellos... ¡Plaga judía!

El velo cegó los ojos del ex comandante, y cuando el verdugo retiró el banquillo, la soga se tensó, quitándole la vida...

Muchos culpables recibieron su merecido en el acto, para otros la justicia tardó más, y a algunos como el doctor Josef Mengele, les sonrió la fortuna pues lograron escapar hacia el continente americano. El malvado galeno a quien muchos apodaban «El Ángel de la Muerte» título que compartía con Selma Wagner, huyó a Brasil sin ser detectado.

En un principio se pensó en demoler Auschwitz, destruir por completo ese complejo horroroso que traía tan viles recuerdos, pero todos los sobrevivientes se negaron rotundamente y acordaron que más bien debían conservarlo como una prueba tangible de que El holocausto fue una realidad, de los horrores que causa el odio, la falta de tolerancia y el fanatismo, de modo que Auschwitz se convirtió oficialmente en un museo estatal en 1947 y en 1949 la Unesco lo declaró Patrimonio de la humanidad.

El museo es visitado cada año por miles de turistas que quedan horrorizados ante las atrocidades allí cometidas: los barracones, los catres, los montones de pertenencias que yacen detrás de una vidriera, así como las toneladas de cabello humano, pero lo que sin duda llama más la atención y les deja una luz de esperanza en el alma, es contemplar el pequeño rosal que yace a un lado en la casa del comandante en Auschwitz, porque es la prueba fehaciente de que allí, alguien creyó en la esperanza, alguien tuvo fe y alguien pudo ver lo hermoso en medio del dolor.

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