En un abril nítido y desafiante
con una porción más llena de vida
que bien invade su contrapeso,
medito cuál de las dos mitades
me otorga el otrora equilibrio.
Las ideas vibran con alegría
cuando el chelo entona su lado tierno.
“Así suenan mis mitades, —grito extasiado—
el día que logran mantenerse
sabias del todo que existe en mí.
Es un sábado de paz en que diluvia,
el gozo supo que ser nómada
y desembocaría en hallar la fortuna
para alumbrar lo gris que pernocta.
Hoy supe observar mi poderoso todo
y demando a mi alma que el equilibrio
no se quiebre de nuevo a la mitad
restándole libertad a mis cárceles
y dejando fugas en mis insomnios.
¡Mas mi ecuador se despista
y puede ser locuaz
para sugestionar a su reino!
Redescubro que sé distinguir,
al levantarme de la colchoneta,
que comprensiva sueños me da
cuando el chelo suena sedoso y sano.
A mi calma le dio sed de beber
la sangre de mis destellos,
la luz me ha puesto en su foco
y atinó las luces equidistantes
“Medio lleno voy.
Quizá, no tan baldío,
por encima de la media”.
Así nada más, lo claro fue lo compasivo
y yo determinante, mezclo al chelo con mi son
“¡Gracias por venir! —le exclamo— por favor,
necesito que sucedamos asiduos.
Prefiero ese lado de ti,
que reúne a mi fe y a mis por vencidos
y quédate otro rato los lunes
como el educado buen vecino
que de las bruscas fantasías me aparta".
Un lugar que también se llama la mitad
es inefable para los cautos esperanzados.
Alegre y conmovido, con la vista espesa,
los dolores ahora peligran
cuando caduca la cruel tristeza
y es el júbilo lo que hace barullos.
“¡Acaricias bonito —le digo— Hazlo vigente,
hurta de mi rostro todo lo sollozo
que humedece a la celeste colchoneta
situada a la altura de mis rodillas,
pero que es el trampolín airoso!”.
Una mitad descuidó su puerta,
y yo, erguido, paso a su lado derecho
sin comprometer el limbo de lo onírico
para insípidamente espantarle y sorprenderle
cada nunca clavándole mis punzantes cuidos.
En cambio, eres demasiado cortés. Puedes
mencionar cómo te definiste
si eres joven, adulto, octogenario,
o un crío con alas de ángel.
Y las sienes anhelan tu planisferio
para que reinen de blancos los acentos
en las felicidades pendencieras
con azúcares de cande.
“¿Qué refulge en tu cabello dorado moreno?
Tiene gracia y suficiencia la sonrisa
que serena al chelo con un tono liviano.
Ya no dudo al reconocer, ¿qué mitad
es esta que me acompaña?
Inicia la mitosis de los dispares
y me divorcia del medio, serafín!”.
Redimido, íntegro de mis gestos,
avizoro al mensajero de trova irresistible
enmelarme, pero aflora otra lágrima
que refulge y ondea por el salón.
“Eres buen trato”, y asintió;
Porque tratas de avivar a mis Antares,
es que en trato alegas lo que me sirve
y crezco con el tratado de tu calostro.
Querido buen tratador, ¿qué trato traes
cuando me tratas con la debida altura?”.
Y el silencio fue esta vez asentido.
“¿Cuándo volverán tus abracadabras,
venerado niño?; —le imploro vigoroso—
despídete sin besarme,
regenta la ilusión que desgasta
y que ninguno sienta lo culpable
cuando el medio sufra de escalofrío.
Se puede ir ya el buen trato
y sube la voz si me ves
o avísame si la mitad se rompe
para saber si soy amo o lugareño”.
Y el silencio fue esta vez asentido.
“Aquí veo un todo, serafín.
Incluso, este soy yo,
que recio, me fío sólo de tu polo”.
Y el silencio fue esta vez asentido.
Tengo abstinencia de mi lado desgastado,
estudio la solercia de los expertos
que usan los colchones como almacenes
de melodías que pasan de chelos a pianos
sin que los sueños dañen ninguna ilusión
y que así lo medio lleno pueda convencerse
de que las gotas dulces también flotan
y resuenan con la nota más elevada.
Este lugar también se llama la mitad
y me estoy acostumbrando.
Medio lleno voy.
Quizá, no tan baldío,
por encima de la media”.
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