Éramos una cuadrilla de nueve trabajadores, tres albañiles y seis ayudantes. El resto del personal había terminado una semana antes, a nosotros nos tocó terminar los pisos del estacionamiento y la jardinería exterior para dejar el edificio listo para su entrega.
Era un viernes en la tarde, estábamos reunidos frente al tráiler, esperábamos un pago bastante sustancioso. Había sido una semana con muchas horas extras, más el bono por culminación de obra.
Entre sacar cuentas, bromear y ponernos de acuerdo sobre donde tomaríamos unas cervezas, no prestamos atención a los motorizados que se acercaban.
Dentro del tráiler se encontraba Jacinto, el maestro de obra. Era difícil adivinarle la edad, pero cuando la mayoría de nosotros éramos niños, ya Jacinto lucía cabello y bigote blanco, su menuda figura no reflejaba para nada su fuerte carácter y capacidad de trabajo.
Las risas se detuvieron con el ruido de los frenazos, eran dos motocicletas, cada una con dos hombres. Todo ocurrió de repente, los cuatros hombres saltaron hacia nosotros y pistola en mano nos obligaron a entrar al tráiler.
Uno de los maleantes se quedó afuera vigilando, los demás entraron tras de nosotros y cerraron la puerta. El que parecía ser el jefe, un sujeto muy alto nos ordenó levantar las manos mientras los otros dos nos revisaban, nos quitaban las carteras y cualquier otra pertenencia.
Cuando terminaron de revisarnos y sin dejar de apuntarnos, nos sentaron en un lado, mientras que el viejo Jacinto permanecía recostado del escritorio al fondo del tráiler.
El sujeto alto dirigió la pistola directo a la cabeza de Jacinto.
—Dame la plata— le dijo.
El tono de voz grave y el arma apuntándole, no causaron nerviosismo en el viejo.
—La plata no ha llegado, la estamos esperando— le respondió, mientras se apartaba, dejando ver un bolso negro encima del escritorio.
Uno de los maleantes corrió y tomó el bolso, lo abrió y vació el contenido en el piso, no había dinero, solo un par de herramientas y ropa de trabajo.
El sujeto alto acercó el arma al rostro de Jacinto.
—¿Dónde está la plata? —Preguntó con tono más amenazante.
—ya te dije que no tengo la pla...—trataba de responder Jacinto, cuando la cacha de la pistola se estrelló contra su cráneo, el viejo cayó de rodillas, golpeándose la frente contra un archivador metálico .
— ¿Dónde está la plata? —volvió a preguntar el sujeto, cada vez mas furioso.
La repuesta del viejo volvió a ser la misma.
—Te dije que no tengo la plata, carajo.
El silencio y el espacio cerrado aumentaban el sonido del golpe, la sangre empapó la espalda y el rostro de Jacinto.
—Te voy a matar maldito viejo.
—Mátame si quieres, pero no tengo la plata.
El sujeto retrocedió un paso y apuntó directo a la cabeza del indefenso Jacinto, de repente la puerta del tráiler se abrió, a lo lejos se escuchaba ruido de sirenas.
—Es la policía, vámonos rápido —gritó el vigía desde afuera.
Los motorizados huyeron a toda prisa. Cuando la policía llegó nos enteramos que alguien de un edificio cercano, notó lo que estaba sucediendo y los llamó, nos pidieron las descripciones de los maleantes y se marcharon.
Uno de los ayudantes trajo agua limpia, la usé para lavar la sangre en la cabeza de Jacinto y pude ver dos heridas importantes.
—Son heridas grandes —le dije—necesitan puntos.
—Eso no es nada, la sangre es muy escandalosa —me respondió.
Jacinto terminó de lavarse la cara, se puso su vieja gorra y volvió a entrar al tráiler, removió el pesado archivador y de la parte de atrás sacó una bolsa negra. Luego con toda la calma, como si nada hubiera pasado, se sentó en su escritorio y con el dinero al frente empezó a llamarnos uno a uno.
Cuando llegamos al bar de Ezequiel, ya el rumor se había corrido, todos los asistentes querían conocer lo acontecido en la obra.
Entre rondas de cervezas fuimos relatando los hechos, cada uno con sus propios matices, pero una sola conclusión, el viejo Jacinto es un hombre bravo de verdad.
We were a crew of nine workers, three masons and six helpers. The rest of the crew had finished a week earlier, and we had to finish the parking lot floors and exterior landscaping to make the building ready for completion.
It was a Friday afternoon, we were gathered in front of the trailer, expecting a fairly substantial payment. It had been a week with a lot of overtime, plus the completion bonus.
Between doing the math, joking and agreeing on where we would have a few beers, we didn't pay attention to the approaching motorcycles.
Inside the trailer was Jacinto, the master builder. It was hard to guess his age, but when most of us were kids, Jacinto was already sporting white hair and a white mustache, his small frame not at all reflective of his strong character and work capacity.
The laughter stopped with the sound of the braking, there were two motorcycles, each with two men. All of a sudden, the four men jumped out at us and pistol in hand forced us into the trailer.
One of the thugs stayed outside watching, the others came in after us and closed the door. The one who seemed to be the boss, a very tall guy, ordered us to raise our hands while the other two searched us, taking our wallets and any other belongings.
When they finished searching us, they sat us down on one side, while old Jacinto remained leaning on the desk at the back of the trailer.
The tall guy pointed the gun straight at Jacinto's head.
—Give me the money,— he said.
The low tone of voice and the gun pointed at him did not make the old man nervous.
—The money has not arrived, we are waiting for it,— he replied as he stepped aside, revealing a black bag on the desk.
One of the thieves ran and took the bag, opened it and emptied the contents on the floor, there was no money, only a couple of tools and work clothes.
The tall guy brought the gun close to Jacinto's face.
—Where is the money? —he asked with a more threatening tone.
—I already told you that I don't have the mon...— Jacinto tried to answer, when the pistol's handle crashed against his skull, the old man fell to his knees, hitting his forehead against a metal filing cabinet.
— Where is the money? —the man asked again, more and more furious.
The old man's answer was the same again.
—I told you I don't have the money, dammit.
The silence and the closed space increased the sound of the blow, the blood soaked Jacinto's back and face.
—I'm going to kill you, you damned old man.
—Kill me if you want, but I don't have the money.
The guy took a step back and aimed straight at the head of a defenseless Jacinto, suddenly the door of the trailer opened, in the distance the sound of sirens could be heard.
—It's the police, let's go quickly,— shouted the lookout from outside.
The motorcyclists fled in a hurry. When the police arrived we learned that someone from a nearby building noticed what was happening and called them, they asked us for descriptions of the thugs and left.
One of the helpers brought clean water, I used it to wash the blood on Jacinto's head and I could see two important wounds.
—They are big wounds,— I told him, —they need stitches.
—That's nothing, the blood is very scandalous,— he answered.
Jacinto finished washing his face, put on his old cap and went back into the trailer, removed the heavy filing cabinet and from the back pulled out a black bag. Then calmly, as if nothing had happened, he sat down at his desk and with the money in front of him started calling us one by one.
When we arrived at Ezequiel's bar, the rumor had already spread, all the attendees wanted to know what had happened in the construction site.
Between rounds of beers we were relating the facts, each one with his own details, but only one conclusion, old Jacinto is a real brave man.