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A las afueras de la ciudad vivía una niña llamada Elena con su familia. Ella era muy inquieta y curiosa y le encantaba caminar por un bosque que había en frente de su hogar en busca de nuevas aventuras.

Un día, mientras exploraba una zona del bosque que nunca antes había visitado, descubrió una flor completamente distinta de las demás: resplandecía con unos pétalos de color violeta intenso y poseía un extraño brillo que emanaba de su centro.

La flor era bastante llamativa, por lo que Elena decidió acercarse con cautela, le resultó imposible no detenerse a observarla. Intrigada por su belleza, la tocó y sintió una energía cálida, casi mágica, recorrer todo su cuerpo.

De pronto, la hermosa flor se abrió de par en par revelando una pequeña semilla en su interior, la cual titilaba con luz como si estuviera llamando a Elena. Sin dudarlo, la niña tomó la semilla, metiéndola en un bolsillo de su pantalón y se la llevó a su casa.

Esa noche, mientras Elena dormía plácidamente, un pequeño ruido la despertó. Con temor, abrió los ojos de golpe y miró atónita qué lo producía: la semilla que había traído a su hogar, se había elevado en el aire brillando con mayor intensidad, ésta daba vueltas y temblaba ligeramente.

Luego de unos minutos que se le hicieron eternos, se escuchó un leve chasquido y de la semilla brotó una pequeña hada, no más grande que la palma de su mano. Ésta tenía alas iridiscentes y la observaba con una sonrisa radiante.

A continuación, le habló con una voz suave, presentándose como Lirio y le explicó a la niña que la flor que había encontrado en su paseo, era una flor mágica, la cual era capaz de conceder un solo deseo a quien la tocara.