El incomprensible accidente de Fausto
Una discusión que comenzó por una tontería; quizás alimentada por el desgaste un amor que alguna vez fue puro y sincero. Se ocultaban cosas, y comenzaban los delirios propios de una relación en conflicto, imaginando todo tipo de situaciones en las que la infidelidad sería la protagonista principal en sus vidas.
Fausto se enfureció al ser acusado por unas sospechas por parte de las amigas de Emilia, quienes intentaban convencerla de que abandone a su amado; palabra con la que justificaba el seguir aguantando un amor evaporado. Lo cierto es que ella jamás se imaginó que sería la muerte lo que la desprendería de él.
Él se marchó no sin antes dar un portazo que culminó ese inquietante desayuno, dejando a una mujer en su más frágil y vulnerable estado, haciendo caer sus lágrimas de dolor sobre su fino rostro.
Se dirigió hacia el trabajo, pues tenía que terminar una instalación eléctrica de un cliente. Lo que supuestamente era algo sencillo resultó en algo más complejo que llevaría unas horas más. Aunque a decir verdad, ya llegaba la noche y no regresaba.
Un llamado aturdió la inquietud de Emilia esperando por su esposo. Le comunicaron sin dar detalles de que se encontraba aislado en un centro de observación y que su pronóstico era reservado, que si hubieran novedades se las haría saber.
—¿Dónde estoy? Me siento muy extraño; frío y tieso como un muerto —Inquirió Fausto, encandilado por la luz de una lámpara cialítica.
Los médicos del quirófano no le respondían, aunque sí hacían comentarios entre ellos para decidir qué procedimientos tomar. Su estado era más que grave; incomprensible.
—¡No tiene pulso! Pero... Pero su cerebro sigue registrando signos de actividad.
Fausto podía observar lo que sucedía a su alrededor, sin poder hacer nada para evitar la desgracia que le acontecía. Inmóvil, quizás porque su corazón se había detenido, pero despierto por que su cerebro extrañamente seguía con vida.
—Debemos usar el desfibrilador antes de que sea demasiado tarde. También tener a mano adrenalina y vasopresina por si no logramos reanimarlo.
—¡Pero si está con vida! Técnicamente tenemos signos vitales, podríamos terminar de matarlo de esa forma.
Luego de un intercambio de ideas de los supuestos profesionales, quienes parecían hacer comedia en vez de salvar una vida, Fausto se levantó sorpresivamente de la camilla tomando una gran bocanada de aire, poniendo en actividad sus pulmones que ya habían dejado de funcionar desde hacía al menos ocho horas.
Su cuerpo presentaba quemaduras severas, que por alguna razón, no las sentía. Había perdido la capacidad de sentir dolor, y su piel se había vuelto grisácea. Lo más impactante fue su capacidad de recuperación, pues había empezado a caminar por su cuenta en un pasillo de hospital, siendo las enfermeras espectadoras de tal milagro.
Parecía que nadie más debía saber qué estaba sucediendo con él, por lo que decidieron tomar algunas decisiones para que nadie más se enterase de algo difícil de explicar.
Le habían permitido hacer un llamado y solo pensó en ella.
—Emilia, me tienen aquí como si fuera un fenómeno. No me dejan ir; van y vienen con sus planillas anotando cosas que no entiendo. Uno de ellos anotó mi fecha de muerte.
—¡Necesito que hagas algo por mí, no sé que me quieren hacer! —Exclamó Fausto con gran pavor.
De repente la comunicación se cortó abruptamente. Emilia al parecer colgó de un sopetón el teléfono, tal vez dañada y convencida por sus amigas de que no era querida tal como pensó durante parte de su vida.
En ese instante, mientras Fausto gritaba el nombre de su esposa descontroladamente, un hombre vestido que vestía un atuendo militar llegó y le quitó el teléfono del oído, dejándolo colgado sostenido por su resorte. Hizo un gesto a unos sujetos de extraño vestir, y se lo llevaron a una zona prohibida y muy alejada de ese último lugar; el hospital de su ciudad.
Algunos científicos afirman que la electricidad es un poder vida, y sostienen que existe una manera, aún no expuesta de manera oficial, de mantener un cuerpo con vida sin el latido del corazón. En este caso el del esposo de Emilia.
The incomprehensible accident of Faust
An argument that began over a silly thing; perhaps fueled by the wear and tear of a love that was once pure and sincere. Things were hidden, and the delusions of a relationship in conflict began, imagining all kinds of situations in which infidelity would be the main protagonist in their lives.
Fausto was furious when he was accused by some of Emilia's friends, who tried to convince her to abandon her beloved; a word with which she justified continuing to endure an evaporated love. The truth is that she never imagined that it would be death that would detach her from him.
He left, but not before slamming the door that ended that disturbing breakfast, leaving a woman in her most fragile and vulnerable state, making her tears of pain fall on her fine face.
She headed off to work, as she had to finish an electrical installation for a client. What was supposed to be something simple turned out to be something more complex that would take a few more hours. Although to tell the truth, night was coming and he wasn't coming back.
A phone call stunned Emilia's restlessness waiting for her husband. They told her without giving details that he was isolated in an observation center and that his prognosis was reserved, and that if there were any news, she would let her know.
—Where am I? I feel very strange; cold and stiff as a dead man," Faustus asked, dazzled by the light of a cyalytic lamp.
The doctors in the operating room did not answer him, although they did make comments among themselves to decide what procedures to take. His condition was more than serious; incomprehensible.
—He had no pulse! But... But his brain is still registering signs of activity.
Faust could observe what was happening around him, unable to do anything to avoid the misfortune that was befalling him. Motionless, perhaps because his heart had stopped, but awake because his brain was strangely still alive.
—We must use the defibrillator before it is too late. Also have adrenaline and vasopressin on hand in case we don't manage to revive him.
—But he's alive! Technically we have vital signs, we could finish killing him that way.
After an exchange of ideas from the supposed professionals, who seemed to be doing comedy instead of saving a life, Fausto got up surprisingly from the stretcher taking a big breath of air, activating his lungs that had already stopped working for at least eight hours.
His body presented severe burns, which for some reason, he did not feel. He had lost the ability to feel pain, and his skin had turned grayish. Most shocking was his resilience, for he had begun to walk on his own in a hospital corridor, with the nurses being onlookers to such a miracle.
It seemed that no one else should know what was going on with him, so they decided to make some decisions so that no one else would find out about something difficult to explain.
They had allowed him to make a phone call and he thought only of her.
—Emilia, they have me here like I'm a freak. They won't let me go; they come and go with their forms writing down things I don't understand. One of them wrote down my date of death.
—I need you to do something for me, I don't know what they want to do to me! —exclaimed Fausto with great dread.
Suddenly the communication was abruptly cut off. Emilia apparently hung up the phone, perhaps hurt and convinced by her friends that she was not wanted as she had thought for part of her life.
At that instant, while Fausto was shouting his wife's name uncontrollably, a man dressed in military garb arrived and took the phone from her ear, leaving it hanging by its spring. He gestured to some strangely dressed guys, and they took him to a forbidden area far away from that last place; the hospital in his town.
Some scientists claim that electricity is a living power, and maintain that there is a way, not yet officially exposed, to keep a body alive without a heartbeat. In this case, Emilia's husband's.