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Todavía lo recuerdo.
Se abre el telón, no mucho, un par de metros. Un operario pasa frente al público llevando la punta de una escalera, mira sorprendido al auditorio lleno, saluda timidamente y continúa con su labor. La escalera pasa, lentamente, parece no tener fin, sin embargo, sus últimos peldaños aparecen y justo en el último trozo de travesaño, el mismo operario pasa nuevamente frente a las azoradas personas, vuelve a saludar con una sonrisa pícara dibujada en su rostro y todos los presentes en la enorme sala explotan en risas y aplausos.
Fue solo un gag, un chiste que no por repetido provoque diversión entre los presentes. Quizás mejor estuvo el final, donde luego del cierre de la obra, el mismo operario y la misma escalera vuelven a pasar, todos esperan la misma culminación y ya no sería sorpresiva ni tan graciosa pero lejos estaba el director de ofrecer una despedida repetida, la escalera pasa sola en su último tramo y nuevamente las risas y los aplausos redondean una noche maravillosa. Fue nuestra obra de cierre del último año de la escuela secundaria, una despedida a toda orquesta.
Quien puede negar que el público es una parte fundamental en un espectáculo artístico o deportivo, por algo le dicen "su majestad", el público es el soberano y tiene la facultad absoluta de aprobar o rechazar un espectáculo solo con su aplauso, sus inequívocas señales de que acaban de ver algo que les agradó o por el contrario fue decepcionante.
Pero ese soberano puede ser un gran rey, educado y enfocado en defender a sus súbditos o ser un caprichoso y bueno para nada, egoista, ególatra, solo dedicado a satisfacer sus propios caprichos sin detenerse a pensar en los demás.
Pocos días atrás Novak Djokovic fue abucheado por el público que presenciaba el abierto de Australia cuando se retiró en un encuentro de semifinales ante Alexander Zverev luego de perder el primer set, tenía un desgarro muscular pero "el soberano" no le perdonó que abandonara la lucha tildándolo de cobarde por no afrontar una segura derrota. Aquellos que lo silbaron no recordaron ni por un instante que el serbio es el máximo ganador de este primer torneo del Grand Slam (10) de tenis que se disputa cada año en Australia. Desagradecimiento inconmensurable. Djokovic mostró en redes sociales algunas imágenes de resonancias magnéticas donde se observa la lesión y el diagnóstico, innecesario.
Pero no es el único caso, tampoco el primero.
Muchos deportistas han sufrido en carne propia el desprecio y el abucheo por parte del público ante algún fracaso. Le ocurrió al propio Messi, hoy ídolo máximo de nuestro fútbol. Cuando durante años jugaba para la selección nacional y los títulos se negaban con una tozudez alarmente. Messi siempre estaba y era el blanco preferido del aficionado y también del periodismo deportivo que no podían entender como era tan bueno y determinante en el Barcelona y no podía repetir eso con la celeste y blanca. Hasta que un día Messi se cansó y renunció a la selección. Por suerte y gracias a algún designio divido, pudo más su amor por el deporte y por esos colores que tan mal lo trataron y se convenció de volver para brindarle al país una gloria que no tenía desde más de 30 años a esta parte.
Otros grandes deportistas que recuerdo y a los que se les hizo difícil soportar el desplante del público fueron Michael Jordan, Roger Federer y Kobe Bryant. También Maradona en algún momento.
El público puede consagrar o hacer fracasar a cualquier artista o deportista, saber utilizar ese poder es de sabios, tener memoria también.
His Majesty
I still remember it.
The curtain opens, not much, a couple of meters. A worker passes in front of the public carrying the tip of a ladder, looks surprised at the full auditorium, waves timidly, and continues his work. The ladder continues to pass, slowly, it seems to have no end but its last steps appear and just at the last piece of crossbar, the same worker passes again in front of the bewildered people, waving again with a mischievous smile drawn on his face and all those present in the enormous room burst into laughter and applause.
It was just a gag, a joke that does not provoke amusement among those present even though it is repeated. Perhaps the end was better, where after the close of the play, the same worker and the same ladder pass again, and everyone expects the same culmination. It would no longer be surprising or as funny. Still, the director was far from offering a repeated farewell, the ladder passes alone in its last section, and again the laughter and applause round off a wonderful night. It was our final piece of work for the last year of high school, a farewell with a farewell with all the orchestra.
Who can deny that the public is a fundamental part of an artistic or sporting spectacle? For a reason they call him "his Majesty," the public is sovereign and has the power to approve or reject a spectacle only with their applause, their unequivocal signs that they have just seen something that they liked or, on the contrary, was disappointing.
But that sovereign can be a great king, educated and focused on defending his subjects or be a capricious and good-for-nothing, selfish, egotistical, only dedicated to satisfying his own whims without stopping to think about others.
A few days ago Novak Djokovic was booed by the public watching the Australian Open when he retired in a semi-final match against Alexander Zverev after losing the first set. He had a muscle tear, but "the sovereign" did not forgive him for abandoning the fight, calling him a coward for not facing a certain defeat. Those who booed him did not remember for a moment that the Serbian was the biggest winner of this first Grand Slam tennis tournament (10) that is held every year in Australia. Immeasurable ingratitude. Djokovic showed on social networks some images of magnetic resonances where the injury and the diagnosis can be seen, which is unnecessary.
But it is not the only case, nor the first.
Many sportsmen have suffered firsthand the contempt and booing of the public when faced with a failure. It happened to Messi himself, today the greatest idol of our football. For years, he played for the national team, and titles were denied with alarming stubbornness. Messi was always there and was the favorite target of the fans and the sports press who could not understand how he was so good and decisive in Barcelona and could not repeat that with the sky blue and white. Until one day Messi got tired and resigned from the national team. Luckily and thanks to some divided design, his love for sport and those colors that mistreated him was stronger and he convinced himself to return to give the country a glory that it had not had for more than 30 years now.
Other great sportsmen I remember who struggled to withstand the public's snub were Michael Jordan, Roger Federer, and Kobe Bryant. At some point, Maradona, too.
The public can make or break any artist or sportsman, knowing how to use that power is a matter of wisdom, as is having a memory.
Héctor Gugliermo
@hosgug