La cruz, el símbolo por excelencia que representa al cristianismo. A los del camino, a los perseguidos por la fe, a los defensores de la verdad, a los que abrazan la moderación antes que el hedonismo desmesurado, que día a día buscan mejorar, alejarse de las banalidades, de los medios de enganche de nuestra modernidad.
Que también son vulnerables a los deseos de su carne pero que se acercan a su Padre para morir a sí mismos y que el príncipe de paz sea quien tome ese lugar vacío. Que luchan con el miserable viejo hombre que no muere en el bautismo pues parece ser hábil en nado y en abrazar lo indigno, lo impuro, lo desagradable pero deseable a los ojos del seducido por la carne.
Pacificadores o radicales divisores, amantes de lo bueno o intolerantes insoportables, honestos y trabajadores o ladrones manipuladores. La palabra que siguen es tan poderosa que funge como el libro más vendido en la historia... Pero como cuchillo de doble filo, ha sido usado por seguidores del camino para cumplir un noble objetivo y por esclavos de sus propios deseos que no importando el precio, están dispuestos a tratar de satisfacerlos. Guiados por la codicia, la lujuria, la ira, la gula, el orgullo y la envidia. La pereza no se queda atrás, aunque suele aparecer de la mano de alguno de sus allegados.
La sangre de los mártires ha sido semilla del mensaje, que ha llegado a lugares recónditos. A los rechazados, a aquellos que la divinidad decide usar para humillar a los sabios y demostrar su soberanía.
Lamentablemente el orgullo ha separado a muchos hermanos, dividiendo congregaciones enteras en pequeños grupos, demostrando la efectividad del "divide y vencerás". Aunque ante todo, la luz de los escogidos sigue elevándose a pesar de las tinieblas del pesimismo motivado por la ola de una campaña de maldad cargada de cinismo, pero condenada a una derrota como ninguna, a los ojos de todo ser viviente. Alabado sea el Omnisciente.
Imagen de @lanzjoseg, para el concurso semanal de TopFamily